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'LA SEÑORA SIEMPRE TIENE LA RAZÓN'

Anónimos famosos

16/04/2016 - 

MADRID. ¿Qué es esa cosa que no podemos perder, una entre millones que nos mantiene vivos, una marca indeleble que nos permite la posesión de nuestros fracasos y nuestros logros y recibir los reconocimientos o los rechazos de los demás? 

Es algo que nos dan cuando nacemos y lo único que permanecerá cuando hayamos muerto: nuestro nombre; el que se marca a veces en letra negrita en las crónicas de sociedad. 

Es lo que utilizamos cada día de manera más mundana para identificar las marcas de los objetos que compramos, nombres y nombres que pasan a millares a cada hora por las redes sociales y en listados interminables. Los nombres de las cosas son la finalidad del trabajo del científico y del artista, que ansían definir y destacar. 

Cada cual nombra las cosas a su manera y los valencianos no somos menos. Es más, lo hacemos de diversas maneras según nuestra tribu rural o urbana. Esto nos define y, en el envés, sin darnos cuenta, nos limita.

Por eso me parece tan interesante como paradójica la voluntad del divertido periodista Vicent Marco por desdramatizar en clave de humor los tópicos de los valencianos en su libro titulado De categoría que la Editorial Sargantana presentó esta semana en el trinquet de la calle Pelayo. Cuando Vicent dice que “no eligió nacer en Benifaió, en la Ribera del Xùquer, simplemente tuvo suerte», me remite a los humorísticos y dramáticos versos de la polaca Wislawa Szymborka: “Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera lo que habría significado ser alguien completamente diferente.” Pero como los valencianos somos esencialmente paganos no nos detendremos en las menudencias de la espiritualidad, cada día más ajena. Y eso que la espiritualidad consiste sólo en levantar los ojos y mirar hacia el cielo.

A la animada presentación de este magnífico manual, fruto de años de observaciones que permiten conocer las claves y mecanismos de la nostra personalitat, acudieron: la escritora Fanny Grande, que colaboró con el prólogo, Reyes Martínez de la Galería Set, Sara Mansanet del Festival La Cabina, el periodista y gran valencianero Paco Nadal o Vicent Molins, especialista en temas culturales de este diario. Marco, que tiene un trabajadísimo blog con todo lo que se le ocurre a su mente, bromeó con los asistentes en un estilo que alguien calificó de monleoniano y ofreció el video realizado especialmente para promocionar este libro 

Ignoro si podemos considerar los cacaus o la paella realmente como “nuestros” dentro de lo universal, pero el caso es que aprender nuevos nombres nos ayuda a situarnos en el mundo. Cuando fui el pasado lunes a presentar el Festival Imagine India en B the Travel Brand Xperience –la modernísima agencia de viajes temática que Barceló ha instalado en la calle Alberto Aguilera de Madrid- el director del festival www.imagineindia.net, Abdur Rahim Qazi, ofreció al público un documental sobre una de las personas más influyentes del mundo según la revista Time: el muy desconocido -para nosotros- compositor de las bandas sonoras de más de 120 filmes a lo largo de dos décadas y merecedor de dos Oscars, el indio Allah Rakka Rahman. Sé que nadie se molestará en buscar su nombre a pesar de que se le considera el motor del cambio musical en medio mundo, por eso me permito remitirles al enlace de la película . Lo mismo que vivió él le ocurre en estos tiempos de crisis a los grupos locales de nuestra Comunitat que buscan, cruzando el Atlántico, una realidad paralela mucho más amable que la que viven en Valencia. Esperemos que allí fructifiquen.

Cada vez son más los que tienden a escapar de su tierra para abrir los límites de la creatividad. Lo particular triunfa si se hace universal. Esto ya lo sabían Blasco Ibáñez y la Piquer antes de que se creara el estado de las autonomías.

Alla Rakka Rahman

Como cuenta Ayan Banerjee en su corto Anonymous, del que he tomado algunas frases, uno de los problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad globalizada es el de la posesión a través de los nombres. ¿Qué hubiera ocurrido si el anónimo inventor de la rueda hubiera patentado su invento para disfrutar de sus derechos de autor? Sin duda la Humanidad hubiera sufrido un atraso monumental. Pero si tuviéramos otra oportunidad para vivir sin el sentido de la propiedad para disfrutar sencillamente del camino, como cuando sale el sol y no envidiamos que también caliente a otros, podríamos merecer ese bien cada vez más escaso que se llama generosidad. Se nos apremia a la necesidad de “abrirnos un hueco”, “escalar un puesto”, “hacerse un nombre”; pero la rueda, como muchas creaciones no reclamadas por nadie, no es una invención menor que la bombilla creada por Joseph Wilson Swan y patentada por el codicioso Thomas Alva Edison. Afortunadamente la paella o la horchata no tienen un exclusivo copyright pero admitamos que el mundo puede sobrevivir sin estas delicias: somos los valencianos los que vivimos de ello y de ahí nuestro creciente interés en cuidarlo para bien de todos.

Menos mal que para evitar mi promiscua tentación de filosofar me fui al desfile de otra desconocida famosa valenciana, tan de Benifaió como Vicent Marco. Su nombre, que tampoco les sonará, es Marcela Mansergas. Ella salió de Valencia, donde su tía confeccionaba trajes regionales, para triunfar en Barcelona, pero fue Madrid quien la acogió. El salón de su casa en la Plaza Mayor se convirtió en su probador hasta poder montar su propio atellier en la calle Real que ahora se ubica en la elegante colonia de El Retiro. Sus diseños son únicos y se le reconoce un arte especial, para crear una prenda personalizada, o utilizar algo a lo que le tienes aprecio, como convertir una mantelería de tu abuela o los encajes de un traje de valenciana en un traje de novia. En 2011 Marcela hizo el vestuario para Amaral en su gira Hacia lo Salvaje y recibió al año siguiente el empujón del premio Vogue Who´s On Next.  El pasado martes, presentó su colección de trajes de novia en el suntuoso palacio de Ferrán Nuñez de Madrid.

 Cuando llego al salón del desfile me siento casualmente detrás de unas personas que conversan en valenciano. Se trata de sus padres y dos de sus madrinas, que han viajado para verla. Un componente del equipo de Marcela las atiende amablemente: “Ha vingut més gent, però a vosaltres no vos lleven el puesto”. Una de sus madrinas ha podido acceder al backstage: “Estaven totes mudaetes amb uns tratjes bonitos, bonitos. I quin caos! Están maquillant-les totes hasta les mans! Jo m´he ficat a un costaet, sense molestar, que estaven tan nervioses que no li exien ni els llaços. La veritat, es que és de un talent…” Los acordes de un violín minimalista a todo volumen a través de los altavoces y mi falso pudor me impiden escuchar más. En la sala reinan unos bolsos de marca buenísimos; jóvenes con el pelo liso y gafas de pasta; mujeres que caminan con aplomo y hombres que se mueven como duendes, muchos con pantalones estrechos marcando pantorrillas y chaqueta ajustada, de esas que si engordas un poco ya no te la pones jamás. 

Bajo las luces de la lámpara de araña brillan unos teñidos rubios perfectos junto a la falda dorada y los botines de charol de una espectadora. Salen las modelos: “Són totes igual de flaques!”. “¡Es un talento!” -repite girándose hacia mí Pochola, clienta madrileña de la diseñadora- “Estudió arquitectura y hace unos bocetos increíbles. A mi hija le hizo el traje de novia con los encajes de unas enaguas de valenciana, precioso. ¡Ay, mira!” –me dice señalando a un señor con una cámara- “mi marido se ha jubilado y se ha hecho fotógrafo”. 

Desfilan armoniosamente modelos hechos a mano en seda cruda con encajes, satén, crepés y lazos, que al final salieron bien; todo muy al gusto Valentino pero a su manera. Cuando acaba la exhibición, sale a saludar Marcela con una blusa de seda que tapa los llamativos tatuajes de sus brazos y se abraza a su hijo. Le pregunto por qué salió de Valencia y me responde con una sola palabra: “Inquietudes”. Respecto a la moda valenciana me contesta que ella no consume moda, pero que indudablemente ha mamado el encaje de chantillí desde siempre. Recuerda no sólo a la historia del músico Rakka Rahman, sino a la tambien valenciana Elisa Palomino, quien descubrió la moda en el ático de su excéntrica abuela para luego trabajar con Moschino, también en la Alta Costura de Christian Dior -al que ayudó a crear verdaderas obras de arte- y con Galliano. Marcela Mansergas está en su propio camino.

A la salida, evitando la tentación de un puesto de cupcakes sin gluten, me encuentro al maquillador Ricardo Calero y a Coleen Murphy, una nómada global irlandesa con base permanente en Madrid que trabaja en diseñar estrategias de comunicación para grandes marcas de moda made in Spain, como MIRTO y ACME. “¡Me encantan los camareros madrileños!”, dice durante un descanso y me cuenta que conoce mucho a José Reyna, Montesinos y todo el color valenciano. No es raro que en Madrid todo esté conectado: por ejemplo, el asesor de Compromís del grupo mixto del Congreso, el suecano Josep Cortell, juega de cuando en cuando al Super Quizz en el espacio cultural La Victoria de Lavapiés con la coordinadora de textos del festival de cine Imagine India, Pilar Sánchez Pradas y la escritora Lucía Etxebarría, que perdió recientemente a su amigo Shangay Lily, pionero activista de la visibilidad Queer. Lucía explica que Enrique Hinojosa o Shangay, no era una dragg. Era una persona que no creía en la diferencia de sexos pero sí en las personas. La prensa dijo que había muerto “de una larga enfermedad”, definición bastante ambigua y proclive a habladurías: para hacerlo corto es mejor llamarla por su nombre propio, que es cáncer. Casi nadie lo sabía porque sólo se lo comunicó a sus más íntimos. Pero a sus exequias acudió mucha gente que no le había conocido en vida.

Por cierto, que ayer mismo me enteré que mi compañera de la sala uno de los microteatros, Estrella Olariaga, es alicantina, pero como es capaz de bordar los acentos andaluces y gallegos -y la suya es una obra cañí- no pude identificarla a la primera como compatriota. Es lo que ocurre cuando podemos darle mil nombres y acentos a una misma cosa: nuestra identidad se diluye en el Cosmos, pero podemos identificarnos con el resto de la Humanidad. Y a lo mejor es eso lo que hemos venido a hacer en este mundo y no a quedarnos en el sofá de casa viendo cómo desfila el mundo a través de la ventana de una tablet.

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