historias del diseño valenciano (xv)

Antonio Camarasa, el lápiz inquieto

El diseñador Antonio Camarasa pertenece a la primera promoción valenciana de decoradores. En su haber, multitud de proyectos de decoración, diseño de producto o diseño gráfico

19/10/2021 - 

VALÈNCIA.- La infancia de Antonio Camarasa (Russafa, València, 1935) no difiere mucho de la de tantos otros niños de su época. Con apenas trece años ya trabajaba en un despacho de contabilidad pasando facturas a limpio. «Aquel primer trabajo me aburría enormemente» —recuerda Antonio— «así que ese mismo año pasé a emplearme en una fábrica de muebles, Mariano García». El cambio no surtió efecto de buenas a primeras, y Antonio acabó de nuevo en el departamento de contabilidad. Y otra vez a pasar facturas, traer almuerzos… «Yo sabía que ese tiro no iba mal dirigido» —confiesa el diseñador— «porque Mariano García contaba con un departamento de Planificación y Proyectos y pensé que allí tendría un porvenir». La vocación de Antonio por el dibujo tenía un antecedente, ya que su padre fue artesano, que como pintor y decorador, doró y policromó los techos interiores del Palau de la Generalitat y otros edificios religiosos de València, «bastante deteriorados tras la guerra civil».

Mientras trabajaba en Mariano García, a Camarasa se le presenta la oportunidad de comenzar de manera profesional en el campo de la ilustración, gracias a la revista Avigan, donde estuvo a cargo de la portada durante más de veinte años, dando un aire nuevo a esta publicación técnica sobre el sector avícola y ganadero, que contaba con gran cantidad de suscriptores internacionales, incluso en la Unión Soviética. 

En 1957, la situación en Ifni interrumpe su incipiente carrera. El diseñador es llamado a filas por sorteo, «el número 2 de toda España», puntualiza, y permanece en el Sáhara Español durante la guerra de Marruecos (1957/58), alternando el lápiz con el fusil. A la vuelta de Sidi Ifni, «muchos compatriotas no tuvieron tanta suerte», Camarasa responde a un anuncio en prensa que demanda un jefe de estudio para la división valenciana de la agencia de publicidad Gisbert (Madrid). «Con toda mi cara, y sin tener ni idea de lo que era un estudio de publicidad, me planté allí con un bloc de dibujos realizado en Ifni. Salí con el trabajo y tuve la gran suerte de coincidir en aquel despacho con grandísimos profesionales como el fotógrafo Paco Jarque o el ceramista Enric Mestre. Poca gente sabe que Mestre, antes de iniciarse en la cerámica, hizo trabajos en diseño gráfico. En aquel momento el grafismo en la prensa valenciana era bastante rudimentario, y diría que hicimos un trabajo casi heroico. Conservé la amistad con ambos para siempre», rememora.

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Camarasa es de mente inquieta. A pesar de tener un buen trabajo fijo en la agencia Gisbert, atiende encargos y desarrolla proyectos personales, sin entrar en colisión con la actividad de la empresa. Por mediación de unos carpinteros con quienes trabajaban, entra en contacto con el constructor Facundo Martínez, que en la década de los sesenta promueve edificios singulares que casan bien poco con las características estéticas y técnicas del desarrollismo de la época. Construcciones —alrededor de veinticinco en la ciudad de València y uno en Gandia o Hamburgo— que adoptan soluciones estructurales y decorativas alejadas de los cánones clasicistas habituales de la época y que muestran un claro interés por introducir elementos propios de la modernidad arquitectónica en aquella gris Valencia. «Martínez atraviesa una etapa en sus comienzos algo menos arriesgada. Cuando entro a trabajar con él abrimos un periodo que yo considero naíf, con decoraciones que imprimieron el carácter propio de la firma Facundo Martínez. Con Facundo tenía una especie de contrato verbal por el que me pagaba una cantidad fija al mes. Me recogía en su coche cuando terminaba la jornada en Gisbert y dábamos una vuelta por los edificios en construcción». 

Pasados los años, Camarasa se arrepiente un tanto de que aquella relación terminara,  por propia decisión, ya que poco tiempo después hubiera hecho mejor labor al haber evolucionado hacia un mayor conocimiento del diseño y los materiales.  

Más tarde, Antonio es requerido por otro importante promotor valenciano, Juan Granell, responsable de la edificación de Port Saplaya, en una Pobla de Farnals que por aquel entonces era «campos y arena». El sueldo de Camarasa, solo por media jornada como jefe de Proyectos, se eleva sustancialmente, permitiéndole tiempo libre para otros encargos. Trabaja con Granell durante un par de años, sin abandonar ninguna de sus demás tareas.

A finales de los sesenta y comienzos de los setenta, Camarasa recibe la noticia de que será necesaria una titulación oficial para continuar con su trabajo. «Acudimos al Ministerio, en Madrid, y aceptaron que nos sometiéramos a examen la docena de decoradores que por entonces trabajábamos aquí. Estuve durante una semana realizando aquella prueba en el Colegio de Arquitectos de Valencia, junto con profesionales como Martínez-Medina, Ramiro de Latorre, Hernández Mompó, Paco Jorro… A partir de aquel momento, los estudios de Decoración adquirieron rango oficial». 

En aquellas décadas era complicado mantenerse al tanto de lo que se cocía fuera de España, pero Camarasa, como tantos otros profesionales, se las apañaba. «Durante mi etapa en Mariano García y Gisbert, las empresas estaban suscritas a publicaciones extranjeras y las nuevas tendencias se iban filtrando. Creo que siempre he tenido un espíritu bastante crítico a la hora de recibir influencias, por lo que apartaba aquello que no casaba conmigo y tomaba nota de aquellos elementos más afines a mi personalidad».

Mobiliario e iluminación

A finales de la década de los 60, Julio Nicolás, un magnífico ebanista que trabajaba en las obras de Camarasa, y con el que mantenía una buena amistad, propone al diseñador crear los muebles que produciría en una nueva fábrica montada a tal efecto. Los proyectos diseñados por Camarasa (Línea Zero) se ponen en marcha en 1972, y las series de mobiliario se exponen en un local diáfano de la calle Hernán Cortes, «del que es una lástima que no haya constancia gráfica porque diseñé aquel espacio como un organismo vivo, con distintos niveles y ambientes. Creo que por primera vez en Valencia se hizo una exposición de mobiliario que no era simplemente una reunión de muebles, cuadros y lámparas». Las colecciones ZERO se presentaron en las Ferias del Mueble de Valencia y otras, con gran éxito, marcando tendencia.

Camarasa fue pionero en estudiar las posibilidades del mármol usado de forma integral en el mobiliario contemporáneo, a raíz de una vivienda que había decorado en La Pagoda de València. «La dueña del piso había comprado una mesa de mármol con filigranas incrustadas, que descansaba sobre pies de revolución y que pesaba una tonelada. Costó un dineral y me las vi y me las deseé para subirla hasta el piso. Era una maravilla». Camarasa se preguntó si se podría trabajar el mármol del mismo modo que la madera para aligerar peso. Comenzó a diseñar las primeras piezas, que se vendieron muy bien. Tanto que «muchos marmolistas en Valencia y de fuera, empezaron a copiarlas sin gracia». Camarasa estaba seguro de las posibilidades de aquellos diseños, pero el registro tenía costes inasumibles y terminó por renunciar, dejando estos diseños para sus propios proyectos. «Un par de años después recibí un carísimo catálogo con mis propios modelos, enviado desde Indonesia», recuerda entre risas.

Más tarde, el diseñador valenciano colabora con la firma Peris Andreu, especializada en bronce y lámparas de corte clásico. Junto con el arquitecto José Morata ofrecen a la compañía la posibilidad de desarrollar una línea de iluminación contemporánea, Klara. El fallecimiento de Amador Peris, uno de los hermanos fundadores y «alma mater de la empresa», trastocó los planes del diseñador, ya que el resto de los hermanos no continuó con la apuesta por la línea contemporánea e incluso cerraron la industria, una de las más importantes de Europa en su estilo.

Camarasa ha desarrollado a lo largo de su trayectoria infinidad de proyectos, tanto en diseño gráfico como en ilustración, interiorismo o diseño de producto. Desde la gráfica de Navidad para los primeros grandes almacenes de España, SEPU (Sociedad Española de Precio Único), hasta trabajos para empresas como Luis Suñer, Mentha, Querol, Churruca, Pinturas Isaval, Manufacturas Ceylán e incluso piezas para exposiciones como Esto no es una silla (ADPV, 1988). «Nunca me ha faltado trabajo y hasta bien entrados los setenta años continué en la brecha porque los clientes continuaban llamando». 

Hoy en día, con 86 años, Antonio Camarasa sigue manteniendo vivo aquel espíritu inquieto. Solo diseña para consumo propio, empleando su tiempo libre en escribir relatos y algo parecido a la poesía, afición que empezó en los años cincuenta.  «Dicen que no lo hago mal, pero siempre he carecido de tiempo y serenidad para ocuparme de su publicación, cosa que lamento. Quizás todavía no sea demasiado tarde»

* Lea el artículo íntegramente en el número 84 (octubre 2021) de la revista Plaza

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