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¡no es el momento! / OPINIÓN

Ayuso y la sanidad valenciana

Foto: ALEJANDRO MARTÍNEZ VÉLEZ/EP
20/11/2022 - 

El sábado de la semana pasada desfilaron por las calles de Madrid varias decenas de miles de manifestantes protestando por el calamitoso estado de la sanidad pública madrileña. Calamitoso no tanto desde la perspectiva estricta de que la atención sea muy deficiente en estos momentos, por muchas carencias que haya, sino más bien porque se aprecia una clara dinámica, ya desde hace unos años, de deterioro de la prestación del servicio, insuficiente financiación y personal, incapacidad para asumir en condiciones el crecimiento de población o los costes de muchos nuevos tratamientos y, muy especialmente, de renuncia a cada vez más espacios de prestación pública directa porque de forma creciente la Comunidad de Madrid opta por quitarse de encima la molestia que supone gestionar y prefiere contratar con empresas privadas del sector que se encarguen ellas de proveer tal o cual prestación y todos tan contentos.

Desde la distancia que da mirar todo esto desde la España periférica, es evidente que los señores que gestionan esto de la sanidad pública en la Comunitat Valenciana, ya sean del PSOE o de sus socios de gobierno, han disfrutado de la manifestación. De que se ponga en algo así en el foco mediático (y a fe que se pone, porque obviamente, tratándose de un problema regional madrileño, durante varios días todas las televisiones públicas y privadas de ámbito estatal y la prensa escrita española no han hablado de otra cosa, exactamente igual que si, por ejemplo, hubiera una protesta equivalente contra el modelo de prestación sanitaria, no sé, andaluz, ¿verdad?) , y de que además ese foco ilumine sobre todo a Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y supervillana de cómic absolutamente perfecta. Por madrileña para unos, por pepera para otros, por ultra, por impresentable o por populista, por centralista o por privatizadora… siempre hay una Ayuso que sirve para antagonizar mejor que nadie. ¡Si hasta antagoniza que da gusto con los líderes de su propio partido!

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Foto: RICARDO RUBIO/EP

El caso es que, además, es razonable que desde València se busque que nos comparen con ella y con la sanidad madrileña. Estén mejor o peor los centros de salud valencianos, a fin de cuentas, lo cierto es que aquí no hay manifestaciones, de manera que lo que ven en la tele a todas horas los ciudadanos de aquí es que en Madrid la cosa parece tan grave que la gente sale a la calle y que aquí no. Es decir, no debemos de estar tan mal. ¡Un nuevo éxito del Botànic! ¡No somos tan desastre como Ayuso! Y no sólo eso, es que además precisamente la sanidad ilustra tan bien las diferencias entre una forma de hacer las cosas, que confía en lo público y amplía prestaciones y derechos, con la otra, que sólo privatiza y liberaliza para potenciar el lucro privado, dándole igual las personas, que la oportunidad de aprovechar para sacar pecho, como han corrido a hacer nuestros representantes políticos, es irresistible.

Sin embargo, a poco que uno analice bien las cosas, no tiene ningún sentido alardear de un modelo de salud, el valenciano, que ni es tan distinto del madrileño en el dinero per cápita que dedicamos al mismo, ni en los problemas que tiene… y ni siquiera en el recurso masivo a planes de choque y conciertos que tienen como denominador común hacer más y más responsable de la prestación sanitaria a empresas y entramados externos, en vez de la prestación pública directa.

Gasto per càpita por CCAA. Fuente: Anuario estadístico ministerio de Sanidad 2020

La Comunitat Valenciana está a la cola, y lo ha estado desde hace años, en inversión en sanidad per cápita. Estamos en el furgón de cola en ese parámetro, junto a la mencionada Comunidad de Madrid, Andalucía e Islas Baleares. Sobre las repercusiones de este déficit inversor, que además se repite y arrastra desde hace años, es difícil exagerar. Basta ver las listas de espera que genera nuestro modelo sanitario. Y por mucho que tengamos un problema crónico de infrafinanciación, evidentemente cierto, esto no hace menos responsables de la situación a nuestros políticos que, por otro lado, son también los que año tras año, década tras década, han sido incapaces de desastascar por las buenas o por las mala la cuestión, escandalosa, de que la Comunitat Valenciana siga siendo una de las peor financiadas, comparativamente, de toda Europa y, caso excepcional, la única región de un país con una renta per cápita inferior a un 90% de la renta media nacional que es contribuyente neta en una peculiar forma de “solidaridad interregional” que envía esos recursos a otras regiones más ricas del país. Aunque, eso sí, hacemos muchas manifestaciones periódicamente a cuenta del tema.

Pero no sólo es que no dedicamos los suficientes fondos, es que cuando lo hacemos, por falta de estrategia a largo plazo y convicción en la defensa de lo público, sus valores y su rentabilidad, cada vez más, al igual que la Comunidad de Madrid, nos apoyamos en servicios prestados por el sector privado. Es cierto que se han revertido las concesiones sanitarias de Alzira – la Ribera (a su terminación, por lo demás, como supuestamente estaba previsto cuando se origina el modelo)  y que está en discusión si se avanza ya en la de Dénia – Marina Alta. Pero a la vez que se ha logrado al menos ir revirtiendo muy poco a poco y de forma muy compleja estos procesos, asistimos a un constante incremento de planes de choque encargados al sector privado, conciertos en las resonancias magnéticas que han durado años y sido jugosísimos o cosas como que, no se sabe muy bien por qué, ciertas clínicas valentinas especializadas en oncología estén concertadas y, como ellas mismas anuncian a diario en anuncios en la radio, ofrezcan “a todos los valencianos” que por allí se allegan el servicio consistente en hacerles todas las pruebas que gusten y los tratamientos que la empresa considere necesarios pero pagando la factura, como la cuña publicitaria resalta, todos los valencianos y sin que cueste un solo euro al afortunado paciente. Además, cada vez con menos cortapisas y más fondos dedicados al asunto. Como se enteren en la Comunidad de Madrid de que esto se puede hacer así y que todo el mundo está tan contento, nos lo copian.

Hospital de Alzira. Foto: KIKE TABERNER

Para acabar de redondearlo, la gestión del personal comparte con la del resto del país, y también con la de Madrid, un modelo esclerotizado, rígido y a la vez absurdo basado en bolsas, interinos y, por supuesto, en mantener al personal muchas veces sobreexplotado e infrapagado aprovechando su no estabilización. Una situación de vergüenza de la que no entiende uno cómo pueden sentirse orgullosos sus responsables ni mirar por encima del hombro a nadie que, además, anticipa muchos problemas de futuro. Siquiera sea porque la atención sanitaria, al igual que la educación (ese otra gran y maltratado servicio público) dependen mucho de su personal, la calidad del mismo y de las condiciones en que desarrollan su trabajo. Factor este, por cierto, como el de todos los servicios que tienen un importante componente de trabajo humano no automatizable y que no lo va a ser previsiblemente en el futuro a corto plazo, que no hace sino incrementar su coste comparativo respecto de otros servicios y productos, anticipando una evolución que no va a hacer sino encarecerlos comparativamente. O empezamos a asumir que habrá que emplear más personal y tratarlo mejor, y que ambas cosas con caras y requerirán más dinero o mal vamos. Aquí, y en Madrid.

Si tan claro tienen nuestros responsables políticos y dirigentes del Botànic que el modelo sanitario madrileño es un desastre y está abocando a los ciudadanos de esa región a perder muchos derechos y calidad de vida ya pueden irse dando prisa y empezar a cambiar cosas aquí, comenzando por dejar de enriquecer a la sanidad privada a base de conciertos varios y planes de choque y siguiendo por ampliar plantillas, potenciar la atención primaria de proximidad y preventiva y acabando por incrementar la inversión para dejar de estar en la cola de España y de Europa en recursos per cápita para un servicio público esencial que, si queremos que lo siga siendo, requiere de ponerse a trabajar muy en serio en los próximos años en vez de mirarnos en el espejo de Ayuso encantados de habernos conocido.

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