De cómo un mismo alimento, un mismo libro puede suscitar opiniones tan distintas
Los hay de muchas clases pero todos son un milagro
¿Es verdaderamente útil la app Yuka para medir la calidad de los productos alimentarios?
Cuando cocinar para otros se convierte en un acto de intimidad
Salimos del refugio nuclear buscando vida humana, tras dos meses de resistencia en la oscuridad, de mirar el cielo desde la ventana, de suspirar por el deslunado
Es hora de reordenar prioridades y colocar el placer arriba del todo
Cómo será la nueva normalidad, quiénes seremos cuando volvamos a ser los mismos
A pesar de ciertos mensajes espeluznantes, la solidaridad de esta sociedad, y cómo no, de la hostelería, se impone
Papel higiénico, col, arroz, cerveza o armas. Cada país elige su dieta de supervivencia
La comida y el amor se convierte en el centro del confinamiento en este desierto de los tártaros
Me da la sensación de que hay un cierto hartazgo por la estética, que vuelve el feísmo a la cocina
Comentaba el otro día en su muro Sabina Urraca que una empresa de esas que llevan comida a domicilio mediante esclavos sobre ruedas le había escrito un mail para promocionar una nueva idea de marketing. Decía así:
¿Y si la afinidad alimentaria fuera clave en la relación de pareja?
Lo que no mata… ¿cómo era?
Sólo en España hacemos lorza del michelín
El relato de nuestras heces habla de nosotros
Si piensa que puede padecerlo, simplemente disfrute
Ese tierno cuñadismo que envuelve a la actividad micológica
A partir de los sesenta años, las papilas gustativas se degeneran.
Esos bares de toda la vida, que son una especie en extinción
El psiquiatra Drew Ramsey recetó ostras a un paciente como parte de su terapia
La buena digestión también es una cuestión moral
Por qué sólo es posible adelgazar si no te importa demasiado
Carne in vitro, platos en 3D, tapas de insectos serán tendencia
Cuando yo era pequeña, el mundo era mucho más animado, los objetos tenían vida propia y la prosopopeya campaba a sus anchas
¿Qué comen nuestros candidatos al gobierno?
España es el único país donde se come de pie bajo techo
A pesar del mukbank y el feederismo, parece que el foodporn es una tendencia a la baja
Cómo el talento culinario y gráfico valenciano podrían hacer de las Fallas las mejores fiestas del planeta
En España, se tiran anualmente en los hogares 1.326 millones de kilos de alimentos a la basura
Esta semana he leído que por fin en un restaurante español podemos comer semen. Ya era hora. La demanda era un clamor.
Lechuguino, melón, merluzo, papafrita… los insultos alimenticios son legión pero se digieren bien
¿Cuanto más matao, más a la izquierda
y cuanto más forrao, más a la derecha?
La tribu lo sabe: reunirse frente al mamut no era sólo comer, implicaba tomar conciencia de que únicamente en grupo se sobrevive
Hace poco tuve una experiencia cercana al surrealismo, cercana a la muerte, que viene a ser lo mismo...
¿Sucumbimos fascinados por el ingenio de sus creadores o se nos queda cara de gilipollas?
Si no tienes, no tienes. Claro que si tienes, no siempre tienes. Y si no tienes, no siempre careces.
El otro día compré la manzana perfecta, de color, de roce, de brillo, de contraste. La manzana definitiva, salvo por un detalle sin importancia: no sabía a nada.
Y es que desde Nietzsche que Dios ya no es lo que era, y buscamos sucedáneos en la meditación, el reiki, la biodescodificación, el horóscopo chino, el sexo tántrico, en el mindfulness, el détox... ¡hasta buscamos el sentido de la vida a través de la comida!
Amar es volver a ser niño; comer helado es siempre volver a ser niño
Soy experta en fracaso como el que es experto en sistemas de circuitos integrados. Me interesa el tema.
El otro día estaba con un amigo holandés en la barra del Saxo, comiendo tomate del Perelló con ventresca, jamoncito de Guijuelo y un poco de morteruelo (muerteduelo en holandés), y detrás de nosotros, un grupo español de cuatro o cinco personas, alegre, dicharachero, con voces manifiestamente españolas, de barítono tras hacer gárgaras.
Ya hay restaurantes que se niegan en redondo a cobrar individualmente a cada uno de los 27 comensales de una misma mesa
Comer y morir son dos de las cosas más naturales que se me ocurren. La tercera que has pensado, también
La mala digestión podría ser una película de Almodóvar, con una Marisa Paredes con úlcera y un Banderas con reflujo pero no, es más un problema yo diría que metafísico, por tanto real, bastante común también. ¿Digerimos cada vez peor?
El domingo desayuné en Dulce de leche. Mi acompañante y yo éramos los únicos españoles, y me dieron ganas de poner cara de souvenir y gritar ¡que soy typical spanish!
El otro día hice un test para un estudio sobre hábitos alimentarios y enfermedad
¿Alguien ha comido uno de esos churros de color de rosa que venden en esas paradas de Fallas de nombres tan exóticos como Dennys Canuto, o Johnathan P, quiero decir por voluntad propia sin que forme parte de alguna tortura o de una apuesta etílica y salvaje a altas horas de la madrugada?
Me fascina esa otra vida de las palabras, más allá del significado: su sonoridad. Paparajote. El dibujo que queda bailando en el aire, agarrado de la cintura al concepto. Ajilimójili. Cómo suenan las palabras dependiente o independientemente de su significado. Bacalao al pilpil.
Pepsi plantea lanzar unos snacks para mujeres que no dejen rastro en los dedos, que no crujan al ser masticados
El otro día, en un bar de La Latina en Madrid, unos clientes estaban tomando un gintonic y uno de ellos pidió al camarero que le pusiera más pepino. Este se bajó la bragueta, metió el pene dentro del vaso y se lo devolvió: “Ahí lo tienes, con más pepino”.
En Pierremont, las comidas constituían a la vez la ocupación principal y el tema de conversación: qué se había comido la víspera, qué se iba a comer mañana, y basado en qué receta
El otro día veía un documental sobre cocina donde Dani García rendía homenaje al chef japonés Nobu Matsuhisa y, Dios mío, todo era tan trascendental, tan cotidianamente trascendental. Oh, Dios mío, se ha retrasado el avión, oh, Dios mío, ha llegado por fin, oh, Dios mío, me da la mano, oh Dios mío, ha dicho que va a ir al hotel a descansar antes de la cena.
Leí que un restaurante de Tokio sirve carne humana, Resu ototo no shokuryohin se llama, Hermano comestible en español
Con ese bebé rechoncho, amorrado a una Coca Cola o a un Seven Up desde primera hora de la mañana. Ese bebé criado con leche condensada, caldos Starlux y Tulipán, con el colesterol creciendo fuerte y sano en sus arterias
Hay gente a la que le das un huevo y te hace una sartén. Valga esta imagen para señalar que existen seres creativos que abren una nevera, y donde otros sólo ven indicios inequívocos de que un crápula solitario anda cerca, ellos encuentran, entre el moho y la desolación, material suficiente como para regalarte un plato sofisticado
A veces me gusta pensar que en la historia de la vida (cuatro mil millones de años), la humanidad es solo una anécdota (trescientos mil años), y en la historia de la humanidad, Puigdemont y Rajoy y Trump y Kim Jong-un, una nota a pie de página en letra cuerpo 6, chiquita, tan chiquita
El chef Sebastian Bras ha renunciado a sus estrellas Michelin y ha sido noticia por ello. No quería seguir cocinando en una olla a presión, estaba harto de los focos y ha devuelto la distinción, lo que le ha llevado a aparecer en todos los medios del mundo
El otro día Jorge Lozano, de Tapas 3.0, revelaba que una influencer gastro le había ofrecido hacerse una foto en su restaurante y colgarla en Instagram por el módico precio de una cena para dos y el pago de 100 euros más IVA (la desfachatez radica sin duda en el “más IVA”, que es como una pedorreta final, la puntilla legal a la estafa)
Comer personas no está bien, el canibalismo es una cosa bastante fea. Dicen que hay una tribu aislada, los Korowai en Papúa Nueva Guinea, que practica el canibalismo en la intimidad de la selva, lo que así en la distancia- y no se me ocurre mayor distancia hoy en día- consigue sacar a pasear a nuestros más oscuros fantasmas, nos despierta un espanto indigesto, un terror visceral y también cierta fascinación
Con la clarividencia que me caracteriza, cuando apareció el primer concurso de cocina en televisión, auguré que no tendría ningún futuro. Pues lo está petando en otros países. ¿Ah, sí? Bueno, pero en España no, aquí no funcionará
Me sorprendió hace un par de años que en Cádiz la playa estuviera llena de niños gorditos jugando. Al sol, se me apareció la obesidad como una nueva clase social
¿Quién no ha jugado alguna vez a untarse de mantequilla el cuerpo, a colocar nata montada en lugares erógenos, a regar la figura con champagne? Yo no, la verdad. Nunca.
¿Qué hacemos con la objetividad cuando hay hambre? Pues nos la comemos, así de simple. Anteayer me acosté sin cenar y al día siguiente apenas tomé un café por la mañana
También a mí me asaltan a veces pensamientos machistas. El otro día se asomaba por la pantalla la monja argentina que proporcionaba niños a los curas para que fueran violados. Esa monja de origen japonés que es la viva encarnación del mal, la perversidad hecha carne, el demonio en estado puro. Acto seguido, mostraron la foto del cura violador, ya sabéis, un pederasta más.
Todos los días desayuno una tostada con tomate, un zumo de naranja y un café con leche.
Ah, lo natural, qué maravilla. Un zumo de naranja natural, unos berberechos al natural, unos pechos naturales, una picadura de serpiente natural, un estreptococo natural
Hace años, gracias a la rumbosa Raffaella Carrà, se puso de moda el juego de Si fuera o si fuese. Recuerdo que una noche lo practicábamos temerariamente junto a la chimenea, cuando uno de los participantes, refiriéndose a su novia, dijo: si fuera o si fuese una comida, sería unas lentejas con chorizo.
Vázquez Montalbán quiso que esparcieran sus cenizas en el mar para que sirvieran de cebo a las langostas del Cap de Creus. Allí en la cala Montjoi, frente a El Bulli.
Vivimos tiempos de surimi, de gulas, de sucedáneo de caviar. Vivimos tiempos de posverdad, y tan secuestrados estamos por ella que hasta transigimos en denominarla así, y no burda patraña, y no menuda trola que me estás contando, como hemos venido haciendo toda la vida
¿Qué cena pedirías si supieras que es la última? ¿Qué alimentos escogerías para que permanecieran contigo en esos postreros momentos, para que emprendieran junto a ti el desconocido viaje hacia la descomposición?
A veces creo que he leído libros que no he leído. He oído tanto sobre ellos, los he imaginado con tal detalle, los he reconstruido con tal veracidad en mi cabeza que, de alguna manera, creo haberlos leído.
Lo siento, amigos, traigo una mala noticia: el alcohol no es bueno. No, ni siquiera esa copita de vino en las comidas, tan cacareada por los guardianes de la salud.
Hay que comer para vivir, y no vivir para comer. Pero también es verdad que somos lo que comemos, y que una manzana al día, al médico alejaría, aunque claro, comer sin vino es comer mezquino y a falta de pan, buenas son tortas
El crítico gastronómico ya no goza del prestigio de antaño. El crítico gastronómico es una especie amenazada, en peligro de extinción. Salvemos al crítico gastronómico. Apadrina un crítico
¿Recuerdas, tronco, cuando le pedías a alguien de salir, o proponías ir a dar un voltio por los garitos con la vasca? (¿que viene Aranzazu? te preguntarían hoy, extrañados)
Zas, era inevitable que saliera la pregunta en algún momento: ¿es la gastronomía un arte?
El otro día, cenando en El Rodat de Nazario, allá por el plato número trece, al que habían antecedido seis o siete snacks, dije: Esto está buenísimo, creo que voy a vomitar.
En una misma frase.
“El día que leí que el alcohol era malo para la salud, dejé de leer”. Eso dijo Jim Morrison poco antes de ingresar en ese selecto club de los 27. Boutades aparte, resulta innegable que literatura y alcohol están íntimamente relacionados.
Mi prima se comió una mosca una vez. Estaba hablando y masticando al mismo tiempo cuando la mosca entró en su boca, se mezcló con el bocado y desapareció en las profundidades de mi prima ante la estupefacción familiar, que no encontró nada que puntualizarle a la inconsciente insectívora.
Como este otoño se llevan las distopías, me ha dado por imaginar cómo será la comida del futuro. ¿Tomaremos cubitos post deconstruidos, píldoras de sabor concentrado que tardan horas en disolverse en nuestra boca?, ¿habremos alcanzado el paladeo mental, la comida virtual que no engorda?
No entiendo a la gente que no come de todo, aquellos que antes morirían que meterse en la boca una aceituna, un piñón o un trozo de hígado. Adultos que escupen si les dices que eso lleva pimiento. Me desconciertan.
Estaba el otro día en Nueva York (siempre quise empezar así un artículo) y pensaba que la gente era tremendamente educada
“No es verdad que me guste la carne humana, la encuentro demasiado salada” respondió el dictador ugandés Idi Amin al ser preguntado por su canibalismo. Y una no sabe si la frase la pronunció un idiota, un demente o la reencarnación del mal
Cuando salgo con mi pareja y nos traen las bebidas, a él suelen ponerle la cerveza y a mí la Coca Cola. No importa que él sea un héroe que venció al dragón del alcoholismo; la abstemia, la pura, la chica que hay que salvar soy yo
Comer debería ser un acto íntimo, como defecar, como practicar sexo. Uno de esos actos delimitados por la circunferencia de lo privado, donde no alcanzan más ojos que los propios, donde uno se encuentra a solas con uno mismo, sin destino que se interponga.
Una historia (gastronómica) insospechada acerca de la identidad y la memoria
Es un hecho que la literatura se nos ha infiltrado en la gastronomía. Basta echar un vistazo a las cartas de algunos restaurantes de alta cocina para comprobar que contienen ya más ficción que muchas novelas de Julio Verne.