VALÈNCIA. La vida cultural sigue cogiendo impulso en este atípico inicio de curso. Con mascarilla y distancia de seguridad, volvemos a las salas de exposición, los cines y, por supuesto, los teatros. La Rambleta ya funciona a pleno pulmón y este fin de semana quiere que el público salga de casa… para entrar en otra. Este sábado se estrena Si yo tuviera un pueblo, un espectáculo escrito y dirigido por Begoña Tena, en el que reflexiona en torno a la idea de hogar a partir de una protagonista que busca el suyo guiada por un extraño chirrido. La pieza, resultante del programa de residencias artísticas de Rambleta dentro de Graners de Creació, transita por situaciones que van desde el absurdo, el drama o la comedia, un viaje en el que lo sonoro juega un papel fundamental, sonidos que van de la música experimental a la jota o el fandango, en una pieza que quiere romper barreras y jugar con el teatro o la performance. Sobre las tablas no hay reglas. La obra, levantada durante estos meses de confinamiento (y desconfinamiento), suma el proyecto sonoro de Avelino Saavedra y la interpretación de los actores Pep Ricart y Mafalda Bellido.
-¿Cómo es estrenar es un contexto como este?
-Supongo que como en otros ámbitos, con bastante incertidumbre. Vamos con mucho cuidado en los ensayos, algo que para los actores es raro. Es un básico tocarse, aproximarse, etc. De repente tienes que tomar medidas que antes eran impensables. Intentamos no pensar en lo que va a pasar mañana, centrarnos en el presente. Hoy voy a un ensayo pero no sé si mañana estaremos todos confinados o cerrarán los teatros. Lo hemos vivido todos con mucha preocupación, pero al final, con todo el cuidado posible, debemos seguir trabajando y centrarnos en el presente.
- Si yo tuviera un pueblo surge de una residencia artística en el centro, dentro del programa 'Graners de Creació', ¿cómo ha sido el proceso de gestación?
-Empezábamos a entrar en proceso de ensayo en el mes de abril y se estrenaba a principios de junio, pero tuvimos que parar. Hemos estado muchos meses sin poder vernos, aunque hacíamos alguna que otra videollamada. El proceso ha tenido que trasladarse todo al mes de septiembre. Cambias los tiempos, aunque yo llevo casi un año trabajando en el texto. Me apetecía, además, no tener una escritura tan cerrada, que fuera moldeable al proceso de ensayo con los actores. Al final hablamos de una residencia, de un proyecto que puede seguir evolucionando. Además, también me apetecía juntar a gente que no había trabajado nunca junta, de la música y del teatro. Eso siempre es divertido e interesante.
-Precisamente el elemento sonoro es una de las claves de la pieza.
-Siempre le doy mucha importancia a lo sonoro en escena, el espacio sonoro es una de las partes a las que dedico más tiempo. Normalmente no suelo llevar escenografía, elementos físicos, así que tiene mucha importancia lo que se oye. A partir de eso podemos imaginar lo que no está en escena. En este caso, el hilo conductor es el sonido, un chirrido que la protagonista siente. A mitad del proceso de escritura decidí que necesitaba un artista sonoro en escena. Llamé a Avelino Saavedra y hemos estado este verano haciendo pequeñas sesiones de trabajo. Es un lujo tenerlo en escena.
-La pieza habla del hogar, una palabra sobre la que hemos reflexionado mucho este año. ¿Cómo se traduce ese hogar en Si yo tuviera un pueblo?
-Desde que empecé a escribir la obra hasta lo que se va a ver el sábado el texto ha sufrido muchísimas modificaciones y también los objetivos del personaje protagonista. En un principio yo quería reflexionar sobre aquellas personas que añoran un espacio que han abandonado, centrándome en algunos colectivos que no tienen un hogar definido, como puedan ser los migrantes. Pero poco a poco en la escritura me di cuenta de que, en realidad, no quería hablar de un espacio físico, sino de un espacio sentimental o mental. La protagonista se siente extranjera en su propia casa, siente que ella no es de allí. Esto la hace huir para buscar cuál es su lugar en el mundo, un lugar que no va a encontrar porque físicamente no existe. Llegué a esta conclusión justo durante el confinamiento, esa idea de que el hogar está dentro de uno mismo.
-¿Se mira desde un punto nostálgico, romántico, reivindicativo...?
-Como creo que la vida es reír y llorar hemos recreado situaciones que van del absurdo a lo dramático. La obra es una tragicomedia, hay momentos en los que se siente una cierta nostalgia, aunque no sabe bien por qué. Echa de menos algo que no sabe cómo nombrar. También se va encontrando por el camino distintos personajes, algunos completamente delirantes. En Si yo tuviera un pueblo hemos intentado jugar muchos códigos de interpretación diferentes, no ponernos etiquetas.