VALÈNCIA. Hacía mucho tiempo que no sentía una sensación de vacío tan grande al acabar una serie cómo cuando finalicé Better Call Saul. Cierto es que la vi casi en modo maratón, cosas de la vida, y durante un tiempo estuve totalmente inmersa en su mundo; viviendo en Albuquerque, New Mexico, como quien dice, y así puede que sea más difícil salir. Pero, en realidad, me di cuenta de que no echaba de menos la serie entera. La parte más claramente vinculada a su serie de origen, Breaking Bad (de la que Better Call Saul es un spin off), el mundo de los narcos y de las drogas, me da un poco lo mismo y siempre es la misma historia: señores que se toman muy en serio a sí mismos midiéndose sus cosas, deja mi territorio en paz, solo puede quedar uno, muertos y venganzas por aquí y por allá, un sicario arriba y abajo y ya. No, a quien echaba realmente de menos era a sus dos protagonistas, esa pareja inolvidable formada por Jimmy McGill/Saul Goodman y Kim Wexler. Una historia de amor verdadero e indudablemente adulta, algo que suele escasear en el mundo serial, que se erige en el centro del relato. Parece que algo te falta sin esta pareja y su forma de amarse, entenderse, respetarse y ser leales el uno a la otra, la una al otro. ¡Qué personajes! ¡Qué historia de amor!
Los creadores de la serie, Vince Gilligan y Peter Gould, quisieron contar de dónde sale el carismático Saul Goodman, el turbio y bullicioso abogado de los narcos que brillaba en Breaking Bad, y que fue lo que le llevó a rodearse de tan malas compañías. Pero Better Call Saul desde el inicio se despega del tono y el relato de las aventuras de Walter White y Jesse Pinkman en el mundo de las drogas para contar otra cosa y hacerlo con su propio estilo. Y es que, a partir de la premisa inicial, quién es Saul Goodman, han llegado muy lejos, incluso a superar a la serie madre en complejidad psicológica, narrativa y estética.
En la serie, descubrimos que Saul Goodman en realidad es Jimmy McGill, un abogado diplomado por la universidad de Samoa, título que se saca ya siendo adulto, y que, desde muy joven, ha sido un buscavidas que ha desarrollado una gran habilidad para timar y engañar. También descubrimos que hay en él una pulsión por hacer las cosas bien, por ser una buena persona, que no siempre encaja con algunas circunstancias o personas que le surgen por el camino: es esta, la lucha de Jimmy por ser un buen tipo, una batalla fascinante para los espectadores, llena de giros, sorpresas y recovecos muy bien contados.
Y en ese camino, antes de ser abogado, encuentra a Kim Wexler, que surgió como un personaje secundario más, según cuentan sus creadores, y acabó siendo absolutamente imprescindible no solo en la vida de Jimmy, también en el relato y para los espectadores. Por sí misma, no por formar parte de la vida de Jimmy: siempre deseamos saber más de ella y que esté en la pantalla. ¡Queremos tanto a Kim! Su deseo de cambio, su asombroso impulso aventurero, su seguridad y su capacidad de adaptación, sus tajantes OK cuando decide tirar adelante, su amor incondicional por Jimmy (como el de Jimmy por ella) y luego su sentimiento de culpa y su necesidad de redención construyen uno de los grandes personajes femeninos de las series del milenio, mérito aún más grande si pensamos que la historia de Better Call Saul se mueve en un escenario inevitablemente masculino.
Así pues, no solo han conseguido crear un personaje inolvidable, con la indispensable complicidad de un inmenso actor, Bob Odenkirk, a su vez productor; también han logrado acompañarle de otro personaje inolvidable, este de nuevo cuño puesto que no aparecía en la serie matriz, la abogada Kim Wexler, maravillosamente interpretada por Rhea Seehorn, qué forma de aguantar los primeros planos. Y todo ello al margen del mundo narco donde se desarrollaba Breaking Bad. Ese mundo está, lógicamente, pero en las primeras temporadas es secundario y fuera del mundo de Jimmy y Kim. Se muestra, sobre todo, a través de dos personajes también formidables.
Uno ya existía en la serie antecesora, Mike Ehrmantraut, uno de los hombres al servicio del cártel de la droga y cuya historia se cuenta paralelamente a la de Saul. Como en su caso, ahora se trata de saber cómo llega hasta ahí, cómo un veterano policía retirado comido por el remordimiento se convierte en un sicario de lujo. Y hay que decir que han construido una historia magnífica y le han dado un espesor asombroso al personaje, ayudados por la interpretación de Jonathan Banks. El otro personaje es Nacho Varga, muy bien encarnado por Michael Mando, un joven esbirro de bajo rango al servicio de uno de los señores del cártel, alguien que quiere desmarcarse en un mundo donde se entra, pero no se sale. Por cierto, conviene resaltar que, al final, la principal motivación de ambos y lo que decidirá su destino será, como en el caso de Jimmy y Kim, el amor.
Better Call Saul no solo es una precuela y cuenta el pasado, también es una secuela, puesto que va al futuro, a lo que sucede tras lo que vimos en Breaking Bad y por ello está llena de saltos temporales, flash backs, flash forwards y elipsis. El arco narrativo de Jimmy/Saul está completo, puesto que no es un spin off al servicio de la serie original, sino un relato autónomo, que tiene otro tono y otro estilo. En el aspecto estético, Better Call Saul se aleja de todo lo rutinario y exhibe un cuidadísimo y extraordinario trabajo de puesta en escena, digno de un análisis y estudio que requeriría varios artículos: la composición, los colores, las luces y las sombras, los puntos de vista, los reencuadres, el montaje dentro del plano, las escalas, los silencios, los paisajes, las arquitecturas, la selección y el uso de la música, las metáforas visuales, los símbolos…
Aunque ahora nos rodean secuelas, precuelas, spin offs, remakes y reboots, lo que no deja de ser un síntoma de una cierta falta de historias y/o de imaginación por parte de una industria audiovisual acomodaticia que intenta asegurar el éxito comercial como sea, ser algo de eso, una secuela, precuela o spin off, no es ni bueno ni malo en sí mismo, todo va a depender de cómo se plantee esa obra derivada de otra. Ahí tenemos ejemplos magníficos como, en cine, Antes del atardecer (Before Sunset, Richard Linklater, 2004), continuación de Antes del amanecer (Before Sunrise, Richard Linklater, 1995); o El padrino Parte II (The Godfather part II, F. F. Coppola, 1974), refutación ejemplar de aquello de que “segundas partes nunca fueron buenas”. En el mundo de las series hay títulos incontestables como Frasier (David Angell, Peter Casey, David Lee, 1993-2004), a partir de Cheers (James Burrows, Glen Charles, Les Charles, 1982-1993); The Good Fight (Michelle y Robert King, 2017-2022), surgida de The good Wife (Michelle y Robert King, 2009-2016); o Lou Grant (Allan Burns, James L. Brooks, Gene Reynolds, 1977-1982), spin off, aunque no lo parezca, de The Mary Tyler Moore Show (James L. Brooks, Allan Burns, 1970-1977).
Los títulos derivados que hemos citado, Lou Grant, The Good Fight y Frasier, tienen algo más en común que ser spin offs y, además, grandes series de la historia, y es que lo son porque se apartan en varios aspectos de sus predecesoras para alcanzar una personalidad propia y, sin duda, única. Digamos que, en ellas, ser un spin off no implica falta alguna de imaginación. De hecho, más bien todo lo contrario: supone la posibilidad de probar, experimentar, abrir e ir más allá. Y eso es lo que ha hecho Better call Saul, construir un fascinante mundo propio en cuyo centro late una historia de amor verdadero, hasta convertirse en una de las más grandes series de nuestra época. Sigo echándoles de menos.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame