VALÈNCIA. ¿Cuántas cosas puede contar un cámara siguiendo durante un año el cultivo de la chufa de Alboraia? ¿Qué hay detrás del trabajo manual de producción de este tubérculo que se bebe en segundos? Alfonso Amador llegó a la huerta para huir del cine (más concretamente, de un proyecto fallido), pero una vez allí, encontró tanto que quiso relatarlo. Camagroga es el resultado de este estudio sobre la chufa, que se podrá ver en la Sección Informativa de La Mostra de València (del 22 de octubre al 1 de noviembre).
El documental refleja, con pausa y mimo, todos los procesos de cultivo, recogida y manipulación de la chufa en la huerta de Valencia a cargo de una familia. Lo que podía parecer, por el planteamiento, una simple curiosidad, esconde mucho más: la historia de un mundo que se acaba y otro que comienza, de lo analógico y lo digital, de la generación que se va y la que viene, de la tierra y el cemento, de lo artesanal y lo industrial.
Amador conoció Antonio, un agricultor que empezaba a pensar en dar un paso al lado en favor de su hija Inma. Ahí puso la cámara para poder acercarse lo máximo a la familia ("yo como autor desaparezco precisamente para eso, para entrar lo máximo en la familia, y no para tomar distancia con el espectador", explica el realizador a este diario) y contar esa transición.
Dividido en un año de cultivo, el film muestra, no solo los procesos, sino cómo las personas implicadas piensan y reflexionan sobre el por qué y hasta cuándo de estos. De fondo, mientras se ve a las personas arando o recogiendo, la ciudad de València emerge como un monstruo que amenaza. Es lo urbanita contra la tierra. El cemento que amenaza l'Horta. A lo largo del film, varias de las personas retratadas comentan las dificultades de proyectar un futuro en el que una parte importante de la población y las instituciones se han puesto de espaldas a los lugares y ala gente responsables de cultivar su comida. Una cuestión que se reafirma al final de la película, cuando se retrata también el derribo del Forn de Barraca para ampliar la carretera V-21.
No es, sin embargo, algo capital el retrato político de esta situación, explica Alfonso Amador. "Mi principal preocupación era hacer un film sobre la transmisión de conocimiento, sobre una familia que va a llevar a cabo un relevo". Inma, hija de Antonio, tomará las riendas del cultivo de su padre. Lo que él ha plantado, ahora le toca recoger. Literal y metafóricamente. Esto lo hará con una mente y un contexto nuevo, el contemporáneo. En este proceso, habrá pérdidas y nuevas y buenas ideas. Es ley de vida.
La chufa también sirve para reivindicar lo analógico, la pausa de la huerta al lado del caos de la ciudad. En todos los procesos, en el silencio de estos, las cabezas no paran. Eso lo sabe el espectador, que tan solo puede observar e intentar autocompletar el misterio de aquello que está viendo.
La pregunta no está hecha con malicia, sino que es una duda real. Camagroga se podrá ver en València y próximamente también en el festival de Sheffield. Aunque se quedó a las puertas de Berlín, este otoño le esperan otros festivales europeos de renombre. ¿Cómo puede interesarle a la gente un retrato tan local como el que propone el trabajo de Amador?
"La historia es verdad que es puede ser muy específica, pero, ¿cómo puede llegar a los Oscar un film sobre una mujer recolectando miel en Macedonia? Porque lo que se cuenta es en realidad una historia universal. En mi caso, el del legado familiar en un mundo en transición", comenta el director.
- ¿Es más necesario ver Camagroga aquí en València o en otros lugares?
- Ojalá haya conseguido hacerla de manera que sea necesaria en todas partes. Yo también tengo curiosidad porque el público europeo aún no la ha podido ver. Quiero saber las posibilidades y cómo conectan con ella desde fuera de Valencia. Es mi gran expectación ahora.