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Carlos López Olano: "La televisión pública, sin audiencia, no tiene poder"

14/10/2018 - 

VALÈNCIA. El 29 de noviembre de 2013 un fundido a negro sumió en el más profundo silencio a Canal 9, la televisión autonómica valenciana. La decisión, principalmente política, no estaba exenta de otros errores, déficits y carencias que, en contra de lo que se pueda pensar, no eran típicamente valencianos y también asolaban a otras televisiones públicas de la geografía española. Pero fue València, sin embargo, la que se convirtió en paradigma. Porque cerró. Junto a Grecia, se convirtió en el único lugar de toda Europa que vio cómo se apagaba su medio de comunicación; aquel que debía cohesionar y difundir su lengua propia y cumplir otras tantas funciones para con la sociedad. Y, en nuestro caso, fue tan dramático como literal.

Esta historia y otras reflexiones en torno a las cadenas públicas las recoge y recapitula el periodista Carlos López Olano en su reciente libro RTVV: paradigma de la triple crisis de las televisiones públicas. Vivió en sus propias carnes el cierre y despropósito que supuso la decisión de Alberto Fabra (entonces, presidente de la Generalitat Valenciana) de echar el candado a Canal 9 y, tanto desde la perspectiva personal como la profesional, nos cuenta que se hizo de todo menos bien: “Fue horrible. Estuvimos trabajando seis meses, de noviembre a marzo, hasta que nos pudieron despedir. Y cobrando el sueldo íntegro mientras tanto”, apunta. “Fabra se quedó solo. Se pensaba que íbamos a ser unos pioneros, y después de nosotros iba a cerrar Telemadrid… Pero, al final, resultó que fue una decisión desastrosa”, comenta.

Además de la crisis financiera, y el endeudamiento más que notable que sufrió la radiotelevisión valenciana, otros factores agravaron su situación y la de otras televisiones públicas españolas: por un lado, la pérdida de identidad; por otro, la falta de legitimidad por parte de la ciudadanía. “La televisión pública competía con las cadenas privadas por la audiencia, y apostó por un sensacionalismo descarado para ello. Solo hace falta recordar los programas de Nieves Herrero o todo el tema de las niñas de Alcàsser”, indica López Olano. Como consecuencia, comenzó a florecer una desconfianza tremenda hacia todas las televisiones públicas de la geografía española, incluida RTVE, que todavía hoy se mantiene. 

O eso parecía hasta ahora. Cinco años después, un nuevo retoño, bautizado como À Punt, promete ocupar el lugar de la antigua Canal 9 valenciana y alejar los fantasmas que han morado en las conocidas instalaciones de Burjassot mediante una apuesta que se aleje todo lo posible de su predecesor. López Olano, que acaba de abandonar precisamente el canal para desarrollar otras facetas profesionales, mantiene la cautela y observa desde la experimentada sabiduría los primeros pasos de la nueva radiotelevisión valenciana. No se enfrenta a pocos retos: recuperar la publicidad, conservar su independencia informativa y ofrecer un producto de calidad y diferenciador que no caiga en el ruralismo, pero sí le dé el suficiente valor al localismo. Muchos frentes y escenarios, esperanzas y expectativas. “Se hace camino al andar”, que decía Machado. “Hay que darles margen”, que insiste, prudente, López Olano: “Exigir y pedir, pero también esperar”.

-Cinco meses de emisiones de À Punt. ¿Cómo valoras la nueva RTVV? 
-Le deseo la mejor de las suertes. He sido empleado hasta hace nada y he visto de primera mano la puesta en marcha que, ojo, todavía no ha terminado. Eso es lo primero que hay que tener en cuenta. Y que hay que dejarles trabajar.

Los valencianos somos muy propensos a criticar lo nuestro. La gente le tiraba muchas piedras a Canal 9 (con motivo o sin él; muchas veces con toda la razón), pero nadie perdía la oportunidad. En los años previos a que se inaugurara, en el 89, las críticas ya eran constantes (y eso que en aquel momento no había Twitter). En ese sentido, creo que se ha perdido un poco el sentido de la crítica hacia la televisión.

-Recientemente, Empar Marco ha demandado un mayor presupuesto para el año que viene: de los 55 millones de ahora a unos 69 o 70, quince más. ¿Qué lectura haces de ello? 
-Todo es interpretable. El presupuesto de la nueva RTVV está, efectivamente, alrededor de los 55 millones; un presupuesto parejo a televisiones como la de Murcia con audiencias de 3 o 3,5% de share. Pero bueno, cuando empiezas, te pagan poquito y, cuando das resultados, pides un aumento. Ahora quizá es pronto para pedirlo.

RTVE cuenta con un presupuesto de 1.000 millones; la BBC, solo de subvención recaudada por el Estado (a la que hay que sumar luego otras fuentes de ingresos) cuenta con unos 5.500 millones. Comparar eso con los 55 millones de À Punt es una barbaridad. ¿Se puede exigir lo mismo? Evidentemente, no. Creo que hay que aguantar y hacer una televisión de calidad, digna, sin grandes dispendios y programas, y poco a poco ir creciendo. Sin precipitarse. 

Por otro lado, está el tema de los empleados. La última modificación legal a la ley de À Punt menciona que solo un tercio del presupuesto global de la televisión puede ir destinado a personal. Ahora, sin embargo, se está incumpliendo: el coste dedicado al personal está superando el límite establecido. Hay demasiados trabajadores. Ya han dicho que no va a haber recortes de personal. Sería algo tremendo; imagina que, a la gente que sufrió el ERE, a la que ya despidieron y acaba de volver, le digan: “Ah, no, perdona, vete a la calle otra vez”. No se están haciendo bien las cosas. Ese no es el camino. 

-Hay un cierto temor a que se comentan los mismos errores que había en Canal 9. ¿Cuáles crees que fueron los más determinantes?
-Errores había muchos, pero para mí el más grande fue el endeudamiento: dejar que la empresa llegara a esos límites. Hay un momento clave en la legislación, el 28 de diciembre de 1999, en el que se cambia la ley y se introduce un cambio para Canal 9 que permite el endeudamiento. Hasta ese momento se permitía, pero de una forma muy leve. A partir de ahí, se da barra libre. “¿No hay dinero? No pasa nada, vamos al banco”. El agujero de la deuda incontrolable se alimentó durante años y años hasta la crisis. Ahí fue cuando se cerró el grifo. Y no solo por parte de la Generalitat, sino por los créditos que concedían los bancos. Creo recordar que se debían alrededor de 1.000 millones de euros cuando se cerró Canal 9. 

A ello hay que sumarle la corrupción, el descontrol de las cuentas (todavía estamos pendientes de juicios para saber qué se robó) y, por supuesto, la pérdida de confianza debido a la manipulación durante años y años, especialmente (aunque no únicamente) durante los gobiernos del Partido Popular, desde Zaplana a Camps. Hay que mencionar que hubo un ligero cambio de orientación cuando Fabra nombró a Rosa Vidal, abogada del Estado independiente y profesional de prestigio, como presidenta y directora de la radiotelevisión valenciana (se cambió, incluso, el nombre de la cadena para intentar renovarse: de Canal 9 a Nou). A Rosa Vidal tuve la oportunidad de entrevistarla, y le pregunté: “Cuando tú llegaste, había mala gestión, ¿no?”. Y me dijo: “Mala gestión, no. No había”. Directamente. Nadie se encargaba de nada, todo estaba en derribo y desmoronándose. Había gastos que se seguían consumiendo sin sentido, incluso gente que no iba a trabajar.

-Precisamente, también se ha rumoreado siempre que había mucho enchufismo… Gente, por ejemplo, que estaba contratada y no iba a trabajar.
-Es cierto. Lo que pasa es que eso es la anécdota. Hay casos de gente que no iba a trabajar y, tras inspecciones, la despidieron. También personas que iban, pero no hacían nada (de estas había más). En cualquier caso, son casos aislados: que yo sepa, 3 de cerca de 1.600 empleados. 

¿Qué enchufaban a gente y luego se iban quedando allí como estratos? Mandamases que tenían hijos cenutrios que decían: “¿Qué no me colocarás a la xiqueta?”. Sí. Pero insisto: no era representativo. Yo he estado trabajando en la televisión privada muchos más años que en la pública, y puedo decir que en Canal 9 había excelentes profesionales. 

Quizá todos teníamos parte de culpa por la teoría de los stakeholders y del bien común, que incide en que, para que una empresa funcione bien y sea ética, hace falta que haya una buena gestión de los supervisores, políticos, empleados y del público (que debe exigirla mediante las urnas). Una de las fortalezas de la BBC, de hecho, es esa: la gente aprecia su propia televisión, incluso pagan una cuota alta por ella (hay gente que puede acabar en prisión no por ingresarla). Pero aquí ha habido un desapego brutal: “Yo es que la no veo. Es tan mala”. Mucha gente giraba la cara. Y luego el PP seguía saliendo con mayoría absoluta.

-Canal 9 dio programas tan legendarios en su momento como Tómbola. ¿Ese tipo de formatos caben realmente en una televisión pública?
-Tómbola fue un programa cojonudo en la televisión equivocada. Revolucionó la televisión basura con una renovación del formato nada fácil de hacer. Pero de nuevo: no en una televisión pública, donde era una vergüenza que se promocionara y pagara eso. Sin embargo, las tasas de audiencia fueron impresionantes. Es un estilo de televisión (que será malo), pero está ahí.

-¿Y respecto a realities como Operación Triunfo o MasterChef en TVE?
-Operación Triunfo viene de la BBC, de Britain's Got Talent. Lo mismo los programas de cocina, que han tenido también una gran acogida en España. Y por qué no. Una televisión pública tiene que tener audiencia y programas de éxito. 

De hecho, hace unos meses hubo una gran polémica con un programa de esta cadena, The Great British Bake Off, una especie de competición centrada en pasteles, panes y postresLo realizaba una productora privada que pedía mucho dinero para renovarlo, y como la BBC no estaba dispuesta a pagarlo, se lo iban a llevar a otra cadena semi privada, semi pública. La gente se rebotó muchísimo porque era un formato de grandísimo éxito. ¿Es The Great British Bake Off un programa para una televisión pública? Pues sí, por qué no. Allí decían que representaba el típico carácter británico y sus valores. 

No podemos pensar que la televisión pública no tiene que tener audiencia porque, sin audiencia, no tiene poder. Y no hay que renunciar a este. También es cierto que en la BBC te pueden poner un concierto de música clásica en prime time. Eso aquí sería impensable. Allí son más atrevidos. Pero sin dejar hacer productos de éxito como los realities. 


-Con audiencias cada vez más fragmentadas, y consumidores que acceden a los contenidos a través de Internet o plataformas de vídeo bajo demanda, ¿sigue siendo las mediciones de audiencia tradicionales (como el share) la manera más fiable de saber cuántas personas ven la televisión?
-Según el negocio, sí. Cuando, como televisión, vas a vender unos anuncios a una marca o compañía, lo primero que te preguntan es por las cifras. Es cierto que Kantar Media o el Estudio General de Medios tienen sus limitaciones, pero estas son las normas. Si te gustan, bien; pero si te sales, no entras en el sistema. 

Ahora, además, hay cierta polémica con la financiación de la televisión valenciana, porque se está intentando recuperar publicidad, aunque sea un 2 o 5%. Actualmente hay algo institucional, pero poco más. Y para atraer la publicidad hay que darles share. 

-Cada vez hay más gente que se vanagloria de no ver la televisión, de haberla reemplazado por Netflix u otros modelos audiovisuales. ¿Realmente se sigue consumiendo la tele? 
-La televisión, por mucho que se crea, sigue siendo el rey. Se está transformando, pero no va a desaparecer. En los últimos 10 años, de hecho, ha habido un incremento del consumo televisivo: cada vez vemos más la televisión. Si atendemos al segmento de los jóvenes, la cosa cambia, pero en general sí ha ido aumentado a pesar de Internet y las redes sociales.

Las cuentas de resultados de Antena 3, Telecinco o la Sexta (que son públicas) evidencian que siguen ganando muchísimo dinero a pesar de la crisis y de que se ha perpetuado una idea general de que las televisiones estaban mal y necesitaban fusionarse para no hundirse. Los resultados económicos no dicen eso.

Yo llevo cerca de 25 años estudiando la televisión y escuchando hablar de su caída, pero luego miras las cifras y no parece que sea así. La televisión es como el teatro. Siempre está en crisis. Hay textos de Molière del siglo XVIII donde dice que el teatro francés estaba en crisis. Pero ahí está hoy en día. 


-Se habla mucho del transmedia, estrategias narrativas que apuestan por contar una historia a través de diferentes canales que de manera independiente y autónoma enriquezca el conjunto. ¿À Punt va por ese camino?
-Creo firmemente en que se tiene que apostar por el transmedia, pero es algo a lo que es difícil sacarle una renta válida inmediata. Eso sí, dentro del servicio público, está de forma inherente la necesidad de ser innovador y hay que exigírselo a la nueva À Punt: más allá de que sea independiente, plural y se gestione bien (que es lo mínimo) tiene que ser innovadora y original. 

Un punto fundamental es la localidad o la “glocalidad”. Es lo que puede distinguir a las nuevas televisiones autonómicas, que deben apostar por la información y la perspectiva local. Ello no quiere decir que sea ruralista o que solo representen la imagen típica de los pueblos. Se puede ser innovador y local al mismo tiempo. Ahí hay un reto.

-¿Qué opinas de las producciones dobladas al valenciano?
-Nos tenemos que acostumbrar. Puestos a escucharla en castellano, por qué no en valenciano. Es un tema de normalización lingüística. Además, fomenta toda la industria audiovisual que hay alrededor (como la del doblaje), que es uno de los motivos por los que existe la televisión pública.

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