La Local, que se fundó en 1870, creó esta Unidad de Caballería, la primera del cuerpo, en 1901. Actualmente hay siete agentes y doce caballos pura raza española. «Tienen que ser bonitos y tener buen carácter», advierte un veterano
VALÈNCIA.- Los caballos de la Policía Local de València están entrenados para no ponerse nerviosos ante estímulos externos que puedan encontrarse por la calle. Tienen que ser dóciles y se les prepara para no asustarse con el ladrido de un perro o la mano inocente de un niño que se estira para acariciarles. «Por eso Índalo, un veterano de 22 años, agacha la cabeza cuando ve venir a un chiquillo», señala José Ramón Dual, un agente, más veterano aún que su equino, sobre su compañero de patrulla. Aunque siempre hay imprevistos, como aquel día de San Antón en el que llevaron a los caballos para que fueran bendecidos y, mientras esperaban su turno, apareció la compañía de un circo con sus elefantes. «Entonces tenía uno que se llamaba Rai y nunca había visto un bicho tan grande, claro, y empezaron todos a espantarse y a moverse de un lado a otro. Ellos tienen los sentidos más desarrollados. El olfato, la vista, notan las vibraciones en el suelo… Tenías que verles las caras, eran de pánico. La verdad es que nos costó calmarlos».
Dual está en las caballerizas que la Policía Local tiene en la Yeguada Roig en Poble Nou. Allí, rodeados de huerta, de campos de cebollas y alcachofas que maduran bajo un sol que inunda toda l’Horta Nord, viven los doce caballos de la Unidad de Caballería, la más antigua del cuerpo desde su creación en 1901 con el marqués de Cáceres como alcalde de València.
Junto a Dual, que ingresó en la unidad en 1995, está Mari Carmen Mas, que llegó en 2009. Ella monta a Cobre, un alazán color canela mucho más joven que Índalo. Solo tiene dos años, está en proceso de doma y también aparenta tranquilidad. Hasta que el fotógrafo despliega una especie de paraguas blanco sobre un poste para que el flash ilumine la cabeza del equino. Entonces, a cada disparo, el animal pega un respingo y Mari Carmen tiene que sujetar las riendas para que no se escape. Nadie lo ha entrenado para que le peguen un fogonazo de luz en los ojos y se horroriza cada vez. Se horroriza él y dos más que están dentro de su box y que también se sienten incómodos con cada destello.
Hace un momento han estado cepillando a los animales a conciencia. El aseo forma parte de la rutina matinal. Cada día llegan a las cuadras y revisan que los caballos estén bien, que no tengan restos de comida, que les hayan dado la medicación que tienen que tomar o si hay que hacerles alguna cura… «Después cogemos al nuestro y lo preparamos para salir a la calle», añade Mari Carmen. A veces lo sacan primero a la pista para darle un poco de cuerda o para montarlo unos minutos antes de empezar a patrullar.
Una parte fundamental de la preparación es limpiar y engrasar los cascos. El caballo se sostiene sobre las pezuñas y por eso son fundamentales cuando van a patrullar. Antes de salir miran la zona que les han asignado y prevén qué se van a encontrar. Muchas veces les tienen que colocar las vidias, que tienen unos pequeños salientes, como si fueran los tacos de una bota de fútbol, para que no se resbalen. Aunque si la superficie va a ser más deslizante todavía, como en un acto de gala que se celebre en un lugar con el suelo de mármol, los calzan con una especie de zapatos de goma de quita y pon para asegurar cada paso.
La unidad tiene más caballos que agentes. Fort, Aduanero, Eclipse, Ilustre, Flamenco, Napolitano, Romero, Goloso, Caramelo… Doce caballos pura raza española que no se alteran en las cuadras. Allí dentro comen avena, más calórica, por las mañanas y al mediodía, y alfalfa, más liviana, por las noches. Por los respiraderos que hay en el techo del establo se cuelan algunos pajaritos que picotean los restos de comida que hay por el suelo. De las vigas cuelgan tubos fluorescentes y unos grandes ventiladores que se usan para tratar de aliviar el ambiente en los peores días de verano. «Usamos siempre el mismo caballo y nuestro cometido es adaptarlo a las circunstancias», advierte Mari Carmen. Ella es de Villena, desde siempre le han gustado los animales, y trata con firmeza a su joven aprendiz.
A muchos viandantes que se cruzan con ellos por la ciudad les llama la atención que, en pleno siglo XXI, y sin ser esto Canadá, se mantenga la policía montada. «El sentido de la Unidad de Caballería de la Policía Local es patrullar. Y tiene dos funciones: una es vigilar el tráfico, el cumplimiento de bandos y normas que dicte el Ayuntamiento, y cuidar de la seguridad ciudadana; luego está la representación de gala en protocolos, procesiones, desfiles y actos cívicos», indica José Ramón, quien también pone énfasis en una diferenciación con las otras unidades: «Nosotros nos podemos meter por la huerta o patrullar por el viejo cauce del río sin contaminar y, encima, tenemos una visibilidad que nadie más tiene. Desde ahí arriba se ve todo. El animal, además, transmite tranquilidad».
Es importante este matiz. Los caballos de la Policía Local están para ofrecer una buena imagen del cuerpo y para transmitir confianza entre los transeúntes. Esto les diferencia de la Policía Nacional, que tiene otro tipo de caballería y otras funciones, como la de disuadir o intimidar en manifestaciones o situaciones tensas como antes o después de un partido de fútbol con encendidos hinchas ultras. La Local no está para meterse en esos fregados sino para generar un ambiente de confianza en la calle.
Caballo y jinete también componen una especie de postal. «Hacemos una promoción turística impresionante. Tanto cuando vamos de gala como cuando vamos de diario, los turistas, cuando están, vienen y nos fotografían. Y otra cosa, como vamos más despacio, nosotros estamos más tiempo en los sitios».
Este parece evidente que es un oficio vocacional. «Está claro que para estar en esta unidad te tienen que gustar los animales porque, si no, no aguantas. El animal es lo que es, un animal: tiene pelo, es sucio y requiere mucha dedicación. Antes de entrar te hacen unas pruebas para ver si eres apto. A mí siempre me han gustado los caballos. Desde niño. Antes de estar aquí iba a una cuadra y montaba. Y aquí, en cuanto me enteré de que había una Unidad de Caballería, pedí venir», aclara José Ramón Dual. «Cuando lo pruebas, te encanta», se suma Mari Carmen Mas.
Mari Carmen Mas (Agente) «Cada uno de nosotros usa siempre el mismo caballo y nuestro cometido es adaptarlo a las circunstancias»
El más veterano de estos dos agentes lleva 26 años en la unidad. Durante esos cinco lustros han pasado muchos caballos por sus manos. Casi una decena de monturas diferentes hasta llegar a Índalo, que tiene 23 años —suelen vivir cerca de 30— y el pelo muy blanco. «Llegó con cuatro años, siendo un potro y haciendo potradas. Tienes que acostumbrarlo a todo. Primero tiene que ir en pista, luego sale a la calle y lo tienes que ir habituando a los ruidos, y de ahí pasamos a los actos protocolarios, que es donde hay más gente», apunta.
La extensa trayectoria de Dual le permite concretar cuáles deben ser las virtudes de un caballo de la Policía Local. «Tiene que tener un temperamento equilibrado y que sea bonito. No puede ser un caballo nervioso. Tiene que ser un animal que se adapte bien a lo que se encuentra y que sea tranquilo. Y también elegante».
La Policía Local se fundó en 1870 y 31 años más tarde, en 1901, cuando se publicó el primer Reglamento de la Policía Municipal, se constituyó la Sección Montada. La formaba un inspector, dos cabos y catorce guardias. El vistoso uniforme de gala, muy similar al de la Guardia Real, llegó después, durante la alcaldía del marqués de Sotelo. En el segundo Reglamento, del 24 de julio de 1931, ya se detallaban sus funciones: «Vigilar las zonas de ensanche, caminos vecinales y poblados anexionados a la capital, así como normalizar el servicio de vehículos en paseos, corridas de toros, fiestas típicas, teatros y la asistencia a cuantos servicios se les ordene por el señor Jefe del Cuerpo».
Sus funciones también incluían escoltar a las personalidades que pasaran por la ciudad. Como ocurrió durante la visita de Alfonso XIII el 22 de abril de 1910, cuando el rey vino a inaugurar la Exposición Regional y lo acompañaron desde la estación hasta el Ayuntamiento. O el 24 de marzo de 1934, cuando vino a València Juan de la Cierva con su célebre autogiro, el aparato que había inventado y que se convertiría en el precursor del helicóptero.
Entre 1931 y 1940 pasaron de trece a treinta y siete agentes con treinta y siete caballos asignados. Y el uniforme de gala, según constaba en el Reglamento, se describía así: «De color azul oscuro con vivos y pechera rojos, cordones blancos con agujetas doradas y dragonas metálicas que llevan superpuesto el escudo de la ciudad con bandolera y cartucherín. La vistosidad del uniforme se completa con las manoplas blancas, casco dorado empenachado de plumas y sable con doble tirante».
Las caballerizas originales estaban en la calle Na Jordana, que desemboca en el cauce del Turia. Pero la riada del 57 las arrasó y entonces la unidad inició un peregrinaje que le llevó por el edificio La Lanera, en el paseo de la Alameda, donde compartieron espacio con la Policía Nacional, como ahora; después pasaron a las naves de las Cámaras Beccari, en el camino de Vera; luego se trasladaron a una nave del antiguo matadero, en el Paseo de la Petxina, y su último destino, antes de recalar en Poble Nou, fue la Hípica, en la calle Jaca.
Los policías se mezclan en la Yeguada Roig con los aficionados a la equitación. Un par de chicas salen a la pista tirando de dos ejemplares esbeltos y tan brillantes que parecen esmaltados con los que comienzan a trotar en círculos y haciendo ochos sobre la arena. Al lado, sentados en un corro de sillas metálicas, varios agentes de la Policía Nacional charlan animadamente durante un descanso antes de volver a la faena. Desde los establos, un caballo pardo no para de relinchar mientras asoma la cabeza por una ventana de obra.
Más a la izquierda, por una puerta más amplia aparecen los agentes Dual y Mas montando a Índalo y Cobre. Van a dar una vuelta por la huerta. Los caballos no se inmutan por el tráfico. Especialmente el más veterano, que ya no se asusta por nada y aguanta lo que sea.
«Es una joya», presume José Ramón. Aunque no todo es cuestión del caballo. El animal y el jinete forman un binomio, así que el agente también tiene su responsabilidad, como asume José Ramón: «Lo más complejo es cuando sales a la calle y te encuentras situaciones imprevistas. El caballo es un animal de huida y en cuanto oye un ruido raro su instinto le dice que escape. Es importante que se adapten a esa situación, y la mayoría lo hace, pero el jinete también se tiene que adaptar. Tienes que transmitirle seguridad porque si él ve que estás seguro se va tranquilizando. Si el jinete se asusta y entra en pánico, ahí ya no hay arreglo… Por eso es necesario un aprendizaje por ambas partes: tanto por la del jinete como por la del caballo».
«A Índalo no le quedan muchos años de servicio por delante. Es uno de los cinco más mayores y a todos les llega el momento de la jubilación»
A Índalo no le quedan muchos años de servicio por delante. Es uno de los cinco más mayores y a todos les llega el momento de la jubilación, el día en que es recomendable darles de baja y llevarlos a alguna organización que les cuide y les dé una buena vida en su último tramo vital. Es el caso de Ilustre, que sufre artrosis y no tardará en dejar la Policía.
La mayoría de los ejemplares son pura raza española. «Se caracterizan porque tienen un comportamiento muy equilibrado y son muy nobles», nos ilustra Dual sobre estos animales que pesan unos quinientos kilos y que son muy proporcionados. Ni muy altos ni muy delgados. Y solo a quien le ha pisado un caballo de media tonelada sabe lo que es. «Tú te puedes imaginar una cosa, pero es diferente. Es como si lo metieras en una prensa o algo así. No se te olvida», explica el agente.
Otro riesgo es ir siempre a más de dos metros de altura. Después de 26 años de carrera, es ineludible haberse pegado más de un revolcón. «Me he caído varias veces, pero casi nunca es culpa del caballo. El 99% es culpa nuestra, que nos despistamos. Te tiran poco. Puede pillarte desprevenido, grupearte y caerte. O resbalar. Si cae él, caes tú. Nunca me he roto nada, afortunadamente. Nada grave. Otros compañeros sí», recuerda el agente.
De repente entra un hombre en las caballerizas. Es un tipo mayor, con el pelo blanco y un cuerpo fibroso. Se mueve por las cuadras como si todo aquello fuera suyo. José Ramón corta la conversación, se gira hacia él y le saluda:
—Buenos días, Fredi. Este señor era un compañero y además es instructor; es el que nos ha instruido en los conocimientos de la caballería. Ya está jubilado, pero viene a ver a sus animales. Es nuestro referente.
Fredi sonríe por el halago, pero no frena hasta llegar a uno de los caballos. Entonces lee lo que hay escrito en una pizarra, se da media vuelta y se va. «Ahora vuelvo», le suelta a su excompañero y se marcha.
La visita sirve de pretexto al agente para hablar del vínculo que se crea con la caballería. «Es lo más satisfactorio: trabajar con animales y tener esta relación», añade. Aunque también destaca que son una facción de la policía «menos restrictiva» y eso hace que la gente se les acerque, les pregunte, se interese por los animales… Los caballos, aunque primero ponen las orejas tiesas, señal de que están alerta, se dejan tocar porque ya están acostumbrados. Tampoco pueden sobresaltarse si alguien hace un movimiento brusco, aunque no les gusta lo inesperado. Y solo se quedan en las cuadras si hay tormenta o hace mucho aire.
Mari Carmen y José Ramón se suben a sus caballos, Índalo y Cobre, y se pierden por un camino de la huerta. Otro día irán por El Saler. Otro por los jardines del río. Y otro se los encontrarán en pleno centro de València, erguidos sobre la silla, oteando lo que sucede a muchos metros de ellos. Son la policía montada, una especie de centauros del siglo XXI.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 78 (abril 2021) de la revista Plaza