VALÈNCIA. Este fin de semana da sus últimos coletazos la sexta edición del Festival Internacional de Cine de Costa Rica, punto de encuentro del cine centroamericano y, por extensión, de la industria audiovisual en el ámbito latino. Aunque el programa incluye también en diferentes secciones paralelas una selección de propuestas de otros países del mundo reconocidas a lo largo de la temporada en diferentes certámenes, el cine en español predomina notablemente en una selección en la que otra circunstancia llama poderosamente la atención: La presencia femenina. Si, como decía Marco Ferreri en su película de 1984, El futuro es mujer, en el contexto de la producción actual de habla hispana su profecía se ha cumplido.
Junto a nombres ya reconocidos como los de Lucrecia Martel, Claudia Llosa, Mariana Rondón o Julia Solomonoff, comienzan a sonar los de una nueva generación de directoras que están contribuyendo a normalizar la presencia de la mujer tras la cámara. En Costa Rica, de hecho, son ellas quienes llevan la delantera. Ocho de los diez proyectos que acoge el foro profesional del festival están producidos por mujeres. Y en la sección Cine en Construcción también son mayoría: Cuatro directoras de seis.
No es un hecho excepcional. En la Competición Centroamericana de Largometraje participan cuatro títulos con producción costarricense y dos de ellos llevan firma femenina. Uno es Medea, debut en el largometraje de Alexandra Latishev, parcialmente financiado gracias al crowdfunding. Un film en formato 4:3, sostenido por la potente interpretación de Liliana Biamonte, que plantea un tema incómodo en el país, ya que en Costa Rica el aborto puede acarrear penas de tres a cinco años de cárcel, y la protagonista del film de Latishev ha decidido que no quiere a la criatura que hay en su vientre. “Para el estreno comercial estamos intentando reunir a una serie de mujeres de diferentes ámbitos del arte que abordan el tema de la autonomía del cuerpo, con objeto de generar materiales relacionados con el tema y que se empiece a plantear un debate sobre el asunto, porque además en febrero se celebran elecciones y tres de los candidatos presidenciales se han manifestado contra la ideología de género. De alguna manera, la película es una reacción a eso, porque la sociedad costarricense sigue viviendo el tema desde la negación, le da miedo hablar, porque lo que no se dice no existe”.
La directora, que pasó por la sección Horizontes Latinos en el último festival de San Sebastián, se inspira en el mito clásico griego para contar una historia de gran intensidad, emparentada con su cortometraje Irene, realizado en 2014, y sustentada en la meticulosa aproximación física a su personaje principal. “Quería que la película se contara desde el cuerpo, no deseaba la presencia de elementos de distracción en el entorno. Tampoco plantear el tema del padre, porque no quería darle al espectador la oportunidad de engancharse a eso. No le digo al público lo que debe pensar, solo pongo en escena algo que sucede”, subraya Latishev.
La otra película tica a concurso dirigida por una mujer es Violeta al fin, segundo film de Hilda Hidalgo, que tuvo su premiere en Busan (Corea del Sur) y cuenta la lucha de una mujer de 72 años que acaba de divorciarse y pretende convertir su casa en una pensión, pero se encuentra con que su exmarido hipotecó la propiedad y el banco está a punto de arrebatársela. “Nunca me cuestioné la edad del personaje”, explica la directora. “Lo que me interesaba era mostrar la rebelión de esa señora de corte convencional y convicciones religiosas. No es tanto una película sobre la vejez como sobre la libertad para tomar sus propias decisiones y su afán por mantener su autonomía”. Hidalgo vehicula la historia según códigos que lindan con el costumbrismo, pero poco a poco va introduciendo elementos de comentario social en la trama. “Me sorprende que la gente se ría en algunas ocasiones, aunque la actriz protagonista tiene una clara vis cómica. Pero creo que es un camino muy adecuado para desembocar en el final, que resulta problemático para cierto sector del público”.
La directora de Violeta al fin, que debutó adaptando a Gabriel García Márquez en Del amor y otros demonios (2009), admite que la presencia de la mujer en el cine de su país es un caso excepcional. “He hecho un cálculo aproximado, y de cada costarricense que ha dirigido un largo, el 44% somos mujeres. Es el porcentaje más alto del mundo, sin duda. No creo que haya una respuesta única para el fenómeno. Yo dirigí una escuela de cine en Costa Rica. Cuando empezamos, el porcentaje de mujeres en el estudiantado era del 35%. Incluimos una clausula en la que se potenciaba la igualdad de género en las admisiones, y un año y medio después ya estaba al 50%. Son pequeños gestos. Ha habido también mujeres de generaciones un poco mayores muy activas en el gremio, y eso ha servido para que muchas chicas jóvenes se hayan dado cuenta de que ellas también pueden hacerlo. Tenemos una buena legislación en cuestión de igualdad, y muchas mujeres somos también productoras porque eso nos permite ser dueñas de nuestros proyectos. Y es un efecto bola de nieve, cada vez vamos a ser más, se ve en las escuelas de cine”.
Poder caribeño
Las mujeres del Caribe tienen una presencia importante en la programación, y la mayoría de ellas coinciden en el desarrollo de una mirada comprometida con su historia y su contexto cultural. Por ejemplo, la nicaragüense Gloria Carrión, que debuta con el documental Heredera del viento, donde cuenta la historia de sus padres, protagonistas de la revolución sandinista, pero también su propia implicación personal en esos hechos históricos y su lectura desde el presente. “Siempre quise incluirme en la historia, pero contarla desde mi perspectiva fue lo más difícil para mí”, reconoce. “De hecho, existe mucho material sobre la generación de mis padres, pero me interesaba contar la parte desconocida, cómo vivimos la revolución los hijos y qué costo tuvo para nosotros. No quería que la película se centrara en mí, sino que a través de mi historia se pudiese leer la historia del país y establecer un diálogo intergeneracional”. Su voz guía al espectador a través de imágenes de archivo y entrevistas actuales, que llevan el film hasta el terreno emocional, pero que no opacan su intención final. “Es una película comprometida políticamente, quería preguntarme por qué fuimos a la guerra en los ochenta y nos estuvimos matando entre nosotros. En Nicaragua hace falta una reflexión muy profunda sobre las responsabilidades. No hemos tenido Comisión de la Verdad, aún no sabemos siquiera cuántas víctimas hubo en el conflicto”.
La película llega a entrevistar a integrantes de la “Contra” y plantea la necesidad de cerrar las heridas que el enfrentamiento abrió en la sociedad de su país. “Tenía que escuchar a la otra parte. La verdad está hecha de realidades muy diferentes, pero cada bando siempre cree que posee la razón. Fue muy importante escuchar sus historias, y me impactó mucho que su visión del futuro del país coincida con la mía, porque sufrimos lo mismo”.
De Chile llega Mala junta, debut de Claudia Huaiquimilla, que también ha pasado por Göteborg, Toulouse o Seattle. La relación entre un chico problemático de la ciudad y otro perteneciente a la comunidad mapuche permiten a la cineasta hablar de bullying, relaciones paterno-filiales, reinserción juvenil y, por supuesto, el conflicto mapuche, pueblo al que pertenece la directora. “En mi país existen muchas películas sobre el tema, pero siempre desde una perspectiva documental que tiende al panfleto”, explica. “Yo sentí la necesidad de abordar la cuestión desde otro lugar, y de desenmascarar las imágenes estereotipadas del indígena y del adolescente problemático. Si los noticiarios sitúan la cámara en un sitio, nosotros decidimos ponerla en el opuesto. La película trata de dar acceso privilegiado a algo que en Chile no se conoce, y habla de cómo el conflicto político y social afecta a lo cotidiano, porque se trata de una historia de amistad enmarcada en este contexto”.
Una historia de desarraigo en la que dos personajes en principio muy distintos acaban unidos por el dolor. También un film político, que presenta a los mapuches de un modo muy diferente al habitual. “En Chile se nos puede aplicar la ley antiterrorista, lo que significa ingresar en prisión a partir de testimonios anónimos y someterse a juicio sin pruebas suficientes. Puedes pasar año y medio en prisión y después salir absuelto sin que se pruebe nada. Hubo quien me dijo que eliminara el contexto mapuche de la película, pero hubiera sido deshonesto. Cuando estrenamos en diversas comunidades, la acogida fue muy buena. Se presentó también en el festival de Valdivia, y los mapuches sintieron por fin que estaban siendo retratados de manera digna”, añade.
La mexicana Mónica Álvarez Franco debuta con Bosque de niebla, un documental de creación que se ha podido ver en el festival South by SouthWest o en Los Ángeles, y que se centra en una pequeña comunidad de Veracruz cuyos habitantes tratan de rediseñar su propia cultura mediante un modo de vida sencillo y sostenible. Un trabajo de gran carga poética en el que la directora quería “reflejar a través de la cámara lo que sencillamente me hacía sentir el lugar y las personas que lo habitaban, sin tener que expresarlo explícitamente”. Un film que se basa en la “observación de la cotidianidad, de cosas sutiles a través de las que se cuentan historias. En los pequeños y a veces imperceptibles detalles hay un mundo de información, que para mí se volvió sumamente valioso”, comenta la cineasta, que entiende el cine documental como “una herramienta útil para la militancia.
En un país como México, que se rompe a pedazos, resulta inevitable hablar de arte sin hacer referencia a nuestra realidad política y social. Me parece que es una de las formas más populares y mejor aceptadas de acercar realidades”. Su capacidad para combinar ese discurso con unas imágenes de gran impacto estético es uno de los triunfos de una película que se va construyendo a partir de los ciclos naturales (cosechas, embarazo). “La vida en el campo se entiende naturalmente como cíclica, los tiempos de la Luna marcan las actividades agrícolas y el tipo de alimentación de los campesinos se ve reflejado en los temporales. Y de una manera especial en una comunidad como “Las Cañadas”, en donde la propia muerte representa la vida misma: los huesos, los desechos orgánicos y humanos, son todos nutrientes para la misma tierra, que a su vez crea nueva vida. ‘Le regresamos a la tierra lo que le quitamos’, así lo expresan ellos. Por eso me pareció elemental desde el principio darle este sentido cíclico a la estructura de la película”, concluye.
Un censo en crecimiento
Las directoras que han pasado por Costa Rica forman parte de un censo en constante crecimiento. Sin ir más lejos, este año el festival valenciano Cinema Jove contó nada menos que con otras cuatro operas primas latinoamericanas dirigidas por mujeres. Los años azules venía de ganar en Guadalajara, y su directora, la mexicana Sofía Gómez-Córdova, volcaba en el film algunas experiencias personales de juventud, situando la acción en una casa donde conviven cinco compañeros en un momento vital definitivo, en el que deben tomar importantes decisiones profesionales y afectivas. Por su parte, la argentina Julieta Ledesma planteaba en Vigilia una historia de importantes resonancias simbólicas, con algunas conexiones con su compatriota Lucrecia Martel, mientras que La defensa del dragón convirtió a Natalia Santa en la primera directora colombiana que competía en Cannes, concretamente en la Quincena de los Realizadores. La bola de nieve, efectivamente, sigue rodando cuesta abajo.
La cuarta presencia femenina latina en Cinema Jove fue la de Cristiane Oliveira, directora de Mulher do Pai. La misma procedencia, Brasil, tiene Pela janela, notable debut de Caroline Leone que se alzó con el premio de la crítica internacional este año en Rotterdam, y otro título presente en Costa Rica, Pendular, participó en la sección Panorama de la Berlinale. Su directora, Júlia Murat, ya cuenta con un documental y otro largo de ficción previos, pero es otro de esos talentos jóvenes que comienza a sonar en el circuito internacional. Su película indaga en la relación entre un escultor y una bailarina, explorando sus cuerpos y su arte desde una perspectiva muy personal, que combina las cualidades estéticas de sus respectivos trabajos con las tensiones que se generan a partir de su convivencia diaria en un mismo espacio y las consecuencias que tiene en el modo en que interactúan a nivel físico.
En la misma sección compite La novia del desierto, otro debut en largo, en este caso firmado por las argentinas Cecilia Atán y Valeria Pivato, centrado en una mujer madura que debe enfrentar cambios cruciales en su vida. Y a la lista se podría añadir también a la chilena Pepa San Martín, directora de la estupenda Rara (2016), la venezolana Claudia Pinto (La distancia más larga, 2014) o a las uruguayas Leticia Jorge y Ana Guevara, que tras un debut tan estimulante como Tanta agua (2013) ya andan enfrascadas en nuevos proyectos, esta vez cada una por su cuenta.
Las mujeres latinas están alzando la voz a través del cine. El problema es que, de momento, y salvo contadas excepciones, los festivales siguen siendo el único foro donde es posible acceder a su trabajo. El paso siguiente consiste en llegar a las pantallas comerciales. Y no es fácil. Tras una semana en los cines con importante respuesta de público, Violeta al fin fue retirada de cartel para dejar su lugar a La liga de la Justicia (Justice League, Zack Snyder, 2017). No sucede solo en Costa Rica. En todo el mundo, el poder de Hollywood reduce el número de pantallas disponibles para otras propuestas, amenazando la necesaria diversidad. De temas, de enfoques y, obviamente, de género. Hilda Hidalgo comenta que “antes de ir a un festival de cine de mujeres lo rechazaba, me parecía que era una manera de discriminación positiva, pero una vez allí me di cuenta de que, efectivamente, es diferente. La manera de mirar, de narrar, dónde se pone el énfasis… Una escritora costarricense dice que las mujeres siempre hemos sido discriminadas, vivimos en la periferia del poder, y que eso ha sido un privilegio, aunque resulte difícil de entender, porque ha hecho que nuestra mirada sea distinta, se vuelva interesante y profunda, tenga otra relación con la realidad, porque ha tenido que desarrollarse desde la discriminación. Y es cierto”.