El arquitecto y el interiorista comparten juntos su visión sobre un espacio, Espai Alfaro, que esconde múltiples universos creativos
VALÈNCIA. A veces las rendijas más prodigiosas requieren un sobreesfuerzo explicativo. Del interiorista y coleccionista Alfaro Hofman, Miquel Alberola dijo: “no nació en Weimar sino en València, aunque se inserta mejor en la doctrina de la Bauhaus que en la del Museo Fallero”. Su colección de electrodomésticos es un amplia disección del ADN de nuestros hogares, de la evolución de nuestra forma de convivir entre cuatro paredes. De la belleza que implica. Ocurre en el mismo espacio donde su padre, el escultor Andreu Alfaro, a lomos de la Vanguardia, dispuso de una parcela para fijar desde 1987 las coordenadas donde desarrollar su obra, con dos volúmenes imaginados por del arquitecto Emilio Giménez. El propio Giménez fue una suerte de vértice para conectar todas las partes. Profesor de Fran Silvestre, cuando el joven arquitecto y los Alfaro conectaron, se formó el sistema orbital que traería a esto.
Comenzarían a trabajar juntos, en el mismo espacio, conectados, bajo una estructura policéntrica que provoca que de entre los proyectos arquitectónicos de Silvestre y las esculturas de Andreu Alfaro un hilo perceptible parezca estar conectando sus dimensiones.
Es importante el contexto físico, un polígono de Godella donde la inspiración busca ser discreta. “Una revolución tranquila”, dirá después Fran Silvestre. Pero tras esa puerta, todo esto: cerca de medio centenar de esculturas; uno de los estudios de arquitectura más interesantes del momento español (la publicación A.MAG acaba de editar una monografía dedicada a su trabajo); la sede del máster internacional de arquitectura MArch con estudiantes planetarios; una colección de electrodomésticos con 5.000 piezas; una biblioteca con 20.000 volúmenes.
Cuesta ponerle nombre tipológico a este centro creativo. ¿Espai Alfaro?, ¿un estudio de arquitectura?, ¿un museo?, ¿un centro formativo? En uno de los apéndices del complejo, Andrés Alfaro Hofmann y Fran Silvestre han quedado para, al menos, ponerle apellido a la invención.
-¿Cómo surge?
-Fran Silvestre: Nos conocimos hace algunos años, tampoco demasiados. Yo era alumno de Emilio Giménez, arquitecto de estos dos edificios y también del IVAM. En un momento dado Emilio le sugirió a Andrés que quizá yo podía ayudar aquí a hacer alguna pequeña intervención...
-Andrés Alfaro Hofmann: … Emilio me habló de Fran. Yo estaba enzarzado en aquellos momentos de un proyecto para mí ambicioso: disponer de un espacio permanente para mi colección de diseño industrial. Emilio me decía: “es que lo estás dilatando por tu indecisión a empezar a vertebrar un recorrido expositivo. Te voy a presentar a una persona que te puede ayudar, es mi mejor alumno, trabaja muy bien el detalle”. Un día apareció con él… ahí empezó todo.
-Fran Silvestre: Este espacio tiene un aura muy especial. Siempre que volvía a este sitio volvía contento. Todo lo que contiene es irrepetible, imposible de reproducir desde cero.
-Andrés Alfaro Hofmann: A veces hay cosas que suceden de manera natural. Fran estaba acabando sus estudios, pendiente de una beca en Oporto. Dio la casualidad que yo estaba haciendo proyectos de interiorismo con un cliente que me permitía investigar, hacer soluciones de cerramiento de puertas, de iluminación, muy personales. Vio mi trabajo y sintonizamos rápidamente.
-Fran Silvestre: Siempre hemos dicho que, trabajando juntos, hemos hecho una revolución tranquila. Cambiando cosas, poco a poco, pero sin parar de cambiarlas. Vamos disfrutando del sitio, empapándonos de toda la cultura que hay aquí sin tener ni que estar fijándonos en ella. Lo que hay aquí nos predispone, la colección, las esculturas, la biblioteca, es un camino iniciático que te despoja de lo que traes de afuera.
-¿Cómo explicáis un lugar como éste?
-Andrés Alfaro Hofmann: Es complicado, a veces no tengo una buena percepción de dónde estoy. Siempre que alguien aparece por primera vez te das cuenta de lo que le sorprende. Llegas a un polígono industrial donde nadie prevé que haya una gran plaza, que tenga todas estas peculiaridades. En el fondo es muy transversal y sorprende recogerlo en un mismo lugar. Pero es que ha crecido de manera natural. Primero es el taller del artista, del escultor. Me propone generar una nave para albergar una colección de diseño, una cosa inédita. A partir de esa actividad de diseño se crea un estudio de arquitectura y a partir de ahí un máster de arquitectura y diseño. Es como casi cerrar el círculo.
-Fran Silvestre: Nos gusta decir la palabra poliartístico. Cada actividad contamina a la otra. Se genera un ecosistema que no sucede en cualquier otro sitio.
-¿Y cómo es vuestro proceso compartido de trabajo?
-Andrés Alfaro Hofmann: Antes de trabajar con Fran había trabajado con arquitecto a obra acabada, nunca desde el principio. Trabajar desde el inicio con las necesidades del proyecto te permite que en todo momento todo el estudio sabe qué hace el resto. Facilita mucho el diseño interior. Cómo funcionará la zona de día, de noche, las circulaciones… También, ahora, a diferencia de los orígenes de la tecnología en la vivienda, que por razones obvias estaba muy presente, en nuestros proyectos creemos que tenga un bagaje importante pero que esté oculta. No queremos hacer alarde de los elementos tecnológicos. Los sistemas de alarma, las fuentes de iluminación, los difusores de aire acondicionado… hoy una casa tiene tal cantidad de elementos tecnológicos. Los industriales quieren que se vea para que los posibles compradores los identifique, nosotros queremos que pasen desapercibidos.
-Fran Silvestre: Hay un concepto que manejamos mucho, la sintalidad. La manera de trabajar en común y que las inquietudes de quienes trabajan se pongan por delante del propio proceso. Aunque nos especialicemos cada uno en una faceta, debemos poder permitir que Andrés se pueda implicar en la arquitectura y yo en el diseño interior. Poder cambiarnos los papeles. Sucede así, porque cada día está inspirado uno u otro. Cuando nos piden explicar en dos palabras lo que hacemos, siempre decimos que buscamos la belleza eficaz. La belleza es lo que nos genera el deseo cuando hacemos los proyectos, y la eficacia viene porque somos técnicos y tenemos que hacer que funcionen. Queríamos demostrarnos, mostrar, la posibilidad de que cualquier arquitectura se puede convertir en algo especial.
-¿Qué requiere especialmente vuestro oficio?
-Andrés Alfaro Hofmann: Siempre digo que la arquitectura es uno de los trabajos donde el proceso es más largo, la relación con los clientes es muy prolongada, a veces intimida. Son relaciones no siempre lineales, con altibajos. Cualquiera de los edificios que vemos en una publicación parte del resultado son los propios clientes. Los clientes son partícipes, terminan viendo la arquitectura de una manera distinta a como la imaginaban. En cierta manera, se impregnan. Tienes que ser poco dogmático. Recuerdo uno de los primeros encargos que tuvimos. Era hacer una vivienda. En la primera reunión empezaron a cambiar un montón de cosas. Vi que a Fran le cambiaba la cara. ‘Yo esta casa no lo voy a hacer’, vino a decir. Le estaban cambiando el proyecto. Hubo alguna impertinencia. Al día siguiente llegó con una solución. No sé si ese momento fue una lección de vida…
-Fran Silvestre: Fue fácil encontrar la solución, ¡era el único proyecto que teníamos! Vivíamos de él en exclusiva lo cual hace que la inteligencia se agudice de una manera espectacular.
Tienes que tener la distancia justa con los proyectos, porque cuando tienes los proyectos encima quizá no los puedes ver como debes. Siempre nos gusta decir que es muy importante hacer lo que te gusta, pero también que te guste lo que haces.