Conexiones improbables. O por qué el tour Bailaloloco y los encierros taurinos para niños coinciden en su visión sobre Ciutat Vella
VALÈNCIA. En ocasiones los acontecimientos se solapan de manera completamente imprevista. Al mismo tiempo que se disparaba la viralidad de un vídeo de una “experiencia inmersiva por el centro de la ciudad” en el que puñados de personas de tour recorrían las calles de Ciutat Vella, con auriculares sincronizados y celebrando una flashmob de Dr.Collado a la Plaza de la Reina, pura carnaza para las bajas pasiones, al mismo tiempo, digo, el Ayuntamiento de València aprobaba un encierro infantil (más bien, un simulacro) en esas mismas calles para el verano. Qué cosa más distópica pensar que uno y otro sarao coincidieran en el espacio-tiempo. Un encierro sincronizado.
Bailaloloco es una propuesta performática que, comercializada hasta ahora en Madrid, llega a València para “una experiencia de impacto en el centro de la ciudad, como si se un musical de tratara”, promete. Garantizan ser “un plan muy original para celebrar cumpleaños, despedidas de soltero/a, team building y más”. Como con los hospitales en primera línea de playa, es la asunción de un marco tratando de consolidarse: ciudad, hazte a un lado, que nos abrimos paso.
Fuera de toda casualidad, que el Bailaloloco y los encierros infantiles busquen la misma demarcación bebé de un mismo elixir: la convicción de que el centro histórico es un escenario y únicamente es un escenario. Es la feria donde se montan las atracciones. La gran paradoja de que ambas propuestas busquen el factor vernáculo -la sensación de que esa y no otra es la València fetén, la que nos representa- al tiempo que asumen la escasa presencia vecinal como el contexto favorable para sus respectivas representaciones.
Los encierros infantiles para Ciutat Vella tienen algo bien favorable. Después de tanta queja sobre la homogeneización de los centros urbanos -“¡todos se parecen!”, “¡en todos hay las misma cosas!”- por fin una pirueta que ofrece algo distintivo. Estuve en el encierrito de Ciutat Vella y me acordé de ti. Una experiencia inolvidable.
Pero igual que ese es su gran aliciente, su punto de partida busca subvertir la realidad más cruda. Un encierro infantil en Ciutat Vella es como abrir una cadena de guarderías en un pueblo sin niños. Si el 13% de la población de València tiene menos de 16 años, en los barrios del distrito de Ciutat Vella la media cae hasta el 11,5% en 2024, una de las más bajas de toda la ciudad.
Es un patrón que coincide con los 429 niños censados en el centro de Málaga (por los más de 5.000 pisos para alquiler vacacional) o con otros titulares recurrentes: “En el centro de Madrid ya hay más pisos turísticos que niños”.
Tiene todo el sentido que la natalidad se retraiga en aquellas franjas de territorio capturadas con la finalidad de ser exhibidas, y no tanto de ser vividas. Puestos a acercar los encierros a los más pequeños, el barrio de Sant Pau, en Campanar, a la cabeza con el 20% de su población menor de 16 años, hubiese sido más coherente. Solo que Sant Pau no es un centro escénico, no es un espacio de representación.
Bailaloloco y los encierros taurinos para niños no se parecen en nada, pero tienen una visión común sobre Ciutat Vella. Las calles son tomadas como canales experienciales en los que deben emitirse espectáculos variados. Nada anormal en el cogollo de una ciudad, si no fuera porque la cantidad y la recurrencia revierte el orden de los factores: el punto de desequilibrio por el que, en lugar de que los visitantes tengan acceso a servicios para los locales, son los locales los que deben procurarse servicios dirigidos a los visitantes.
Si cuando el aplauso sanitario pandémico apenas se escuchaba nada en las calles del centro, debió ser porque el sonido entraba directamente por los auriculares simultáneos y no tanto porque apenas quedaran manos para aplaudir.
Una gran experiencia. De tanto parecerse al Grand Prix habría que recordar que allí no vive nadie y que sus paredes son de cartón.