El Código Hays, implementado en Estados Unidos a partir de 1934, censuró una producción cinematográfica en la que ya había aparecido sexo, orgasmos femeninos y desnudos sin ningún tipo de pudor. La censura dominó el cine desde entonces hasta finales de los 60. El sexo tenía que estar acompañado de culpabilidad o castigos si era fuera de las normas, las parejas no podían divorciarse y la violencia debía modularse. Como resultado, la explosión de películas que trataron de romper todos los límites cuando se levantó la censura marcó a varias generaciones. Fue otra especie de Destape
VALÈNCIA. El "país de las libertades" es un lugar complejo y lleno de contrastes. No solo sociales, también históricos. La moral puritana y la represión anticomunista marcaron la segunda mitad del siglo XX. En una dirección y en la contraria, dado que se trata de un país donde la libertad de expresión, si bien puede experimentar restricciones, está más garantizada que en otros lugares. La acción-reacción ha marcado su creación literaria y cinematográfica.
Tiene Movistar un documental en su plataforma, Hollywood, ¡sexo no, por favor! que analiza cómo el sexo se ha visto reflejado en el cine después de la aparición del puritanismo que puso fin a las libertades que había manifestado el cine hasta los años 30. Por citar dos ejemplos, Marlene Dietrich había aparecido bañándose desnuda. Johnny Weissmuller y Maureen O'Sullivan habían hecho lo mismo, sumergirse en el agua desnudos y entrelazados en 1934, mientras que en Europa, en la película checoslovaca Éxtasis, de 1933, ya había aparecido un orgasmo femenino.
Pero ya antes de los años 40 se dio carpetazo a todo esto y el sexo estuvo prohibido durante tres décadas. Solo se sugería con extrañas y rebuscadas metáforas visuales. No fue hasta que llegaron los primeros estudios sexuales a manos del famoso Alfred C. Kinsey o libros históricos como La tragedia sexual norteamericana de Albert Ellis que empezó a cambiar la mentalidad en círculos ilustrados . Se rodaron las primeras películas de educación sexual y empezó a repensarse el matrimonio. Una cultura enfocada a la unión matrimonial temprana, con preferencia por que las mujeres, y también los hombres, llegasen vírgenes o sin experimentar relaciones con distintas parejas previamente, generaba una proporción abrumadora de fracasos matrimoniales y frustración sexual.
El sexo era algo por lo que la sociedad se sentía culpable, era un tabú, muchos ni lo tenían, si lo tenían no lo disfrutaban y, en términos generales, no lo podían ver de forma natural. En el cine, dice el documental, llegada la modernidad y la apertura, se mostraban intentos de ser progresistas con un intercambio de parejas, que fracasaban. Eran orgías fallidas, como Bob, Carol, Ted y Alice (Paul Mazursky, 1969). O también se trazaba un paralelismo obvio entre sexo y violencia. El caso paradigmático que se cita en este caso es Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1967) donde la impotencia de un gangster en la cama se traducía en extrema violencia y pura psicopatía. Mucho antes, en Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) una mujer que rechazaba tener una relación sexual, era asesinada en la famosa escena de la ducha.
En el resto de películas que se citan, el sexo tenía siempre un punto de abuso o directamente de violación. Marcó una época El graduado (Mike Nichols, 1967), que mostraba a un joven con una mujer mayor que, para más inri, era ella la que le acosaba a él para conseguir relaciones sexuales.
Sin embargo, hasta Barbarella (Roger Vadim, 1967) con Jane Fonda, no había habido una exaltación del orgasmo femenino. Años después, en un salto de diez años que se marcan los documentalistas, El regreso (Hal Ashby, 1978) Jane Fonda volvía a simbolizar la tragedia sexual americana teniendo sexo frustrante con un marine, machote, que iba a la guerra, y sexo de buena calidad, con el que alcanzaba el orgasmo, con un hombre lisiado veterano de Vietnam, John Voigt, que iba en silla de ruedas. Quedaba la duda, por vicisitudes con el director, de si el hombre la hacía llegar al éxtasis con la lengua o con una erección repentina.
En Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969) un héroe americano, en este caso un vaquero, transgredía la mentalidad estadounidense prostituyéndose con otros hombres. Era algo inesperado, fue clasificada X, pero se llevó el Oscar. Más que relación con el sexo, era iconoclasta. Pero también había sexo, pecado y culpa.
El resto de cintas que se iban enumerando, por el contrario, mostraban relaciones sexuales enfermizas. En el sentido de que eran violaciones con todas la de la ley. En Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971) donde se hacía referencia a la virilidad. El protagonista era un universitario cosmopolita que iba con su mujer a un mundo rural. Ahí, uno de los locales, en un descuido violaba a su mujer, pero la escena tenía ambigüedad suficiente como para que se dudase de la actitud de ella. Era una forma de sugerir que un macho es un macho. El documental no lo cuenta, pero más adelante, el protagonista, su pareja, la golpeaba para serenarla en una situación de peligro. Todo el argumento era una joya machista. El universitario cosmopolita y urbanita, también era capaz de dominar la situación y que se viera, por supuesto, con él soltándole un guantazo a la señora.
En Defensa (John Boorman, 1972) un grupo de hombres de la ciudad iban al campo a sentirse más viriles enfrentándose a la naturaleza. Allí, se encontraban con unos lugareños que lo violaban analmente. Quién mandaba en el agro quedaba claro, los verdaderos machos estaban ahí. No trate de ir de hombre en su terreno. De nuevo, el sexo aparecía como elemento de dominación. De humillación. Aunque se tratase entre varones.
En los 80, los cambios fueron a peor. En Vestida para matar (Brian de Palma, 1980) una mujer que se atrevía a tener relaciones sexuales con desconocidos, era descuartizada. Culpabilidad. La libertad sexual, que había caracterizado la década anterior, sobre todo a partir de Garganta profunda (Gerard Damiano, 1972), el primer porno popular, daba paso al miedo al sexo. Por enfermedades, como el sida, que empezaba, y por perturbados. En Terciopelo azul (David Lynch, 1986) a la mujer le gusta que le golpeen, aunque el protagonista no quiere, o no es capaz como un verdadero machote.
Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986) tuvo ya dos versiones, una sin sadomasoquismo para el mercado americano, que no se entendía, y otra íntegra para el europeo, que logró estar siete años en cartelera en París. Paul Verhoeven lo explica: "a los anglosajones nos da vergüenza excitarnos viendo una película con nuestras mujeres, la gente se avergüenza, pero a los franceses les importa un carajo".
La realidad es que el documental pasa por alto muchos cientos de películas donde el sexo no es presentado, durante todo este periodo que se analiza, como algo enfermo. En no pocas ocasiones ha tenido otros significados no tan marcados por los complejos y las frustraciones sexuales que prevalecen en esa sociedad. Si bien es cierto que la figura del macho que obtiene sus trofeos, a las mujeres, mostrando virilidad e imposición nunca ha abandonado los argumentos. Del mismo modo, el tabú sexual sigue presente en detalles como la cantidad de escenas de sexo en las que, por ejemplo, las mujeres aparecen con sujetador.
Más interesante que este somero repaso es un libro que se publicó en 1988, The censorship papers, de Gerald C. Gardner, que reunía las cartas de los censores de Hollywood tras el establecimiento del Código Hays para el cine entre 1934 y 1967. El autor accedió a los archivos de la comisión, que por fin se habían abierto, y encontró que se promovía que si un personaje pecaba, fuese castigado. Una ley de valores de compensación que no solo encorsetó moralmente la producción cinematográfica y esculpió un público mojigato, también se cargó una generación de filmes que podrían haber tenido una calidad incomparable. El sexo era pecado, el divorcio inadmisible, la intimidad no debía ser mostrada y la violencia debía ser modulada por lo bajo. Mucho de lo que ocurrió después desde finales de los 60 estaba estrechamente relacionado con esta presión de la que los estadounidenses se liberaron de forma no diferente a como lo hicieron los españoles durante los años del llamado Destape.