Tenemos los primeros trasquilones en el Gobierno autonómico y una lista de deberes que analizar. Hemos adelantado a franceses en peluquería y gastronomía, pero estamos en fase de aprendizaje sobre el uso de la guillotina
Anda media Europa, y otra parte de España, deseando tener un conocido en el Palacio del Elíseo a ver si con un poco de suerte se pone a la cola del próximo peluquero del presidente de la República François Gérard Georges Hollande. No en balde, cobra casi diez mil euros al mes por mantener impoluto el pelo del líder francés. Eso sí, aseguran para justificar su sueldo que su trabajo es full time. No sé de qué se quejan algunos. El peluquero de Hollande es un artista. El arte se paga. Pero los franceses llegan tarde, como siempre, salvo en el erotismo. Hace tiempo que nosotros, los valencianos, descubrimos que el arte de lavar y cortar forma parte de una de las disciplinas estéticas con mayor arraigo. Además, su ejercicio genera cultura.
"entiendo el sueldo del peluquero francés cuando sitúa su mano sobre la cabeza de Hollande y desatiende la de Ségolène"
Uno llega a la peluquería a la espera de que su cabeza se convierta en una efigie griega o romana y durante el tiempo de espera puede ampliar su conocimiento gracias al papel couché de las revistas o de un diario que ya casi parecen lo mismo. La espera es un acto de preparación intelectual. Después vendrá el debate. Si el recinto está lleno será en torno al peinado de esta o aquella estrella, o sobre sus estrecheces físicas. El happening puede llegar a convertirse en una tertulia de gran altura donde habrá que demostrar conocimiento, la base del ejercicio dialéctico. Ya lo advertía Baltasar Gracián: “No se trata de saber, sino que al demostrarlo valemos dos veces”.
Después llegará el tête a tête con el peluquero. Ahí es donde nuestra sabiduría podrá desparramarse en toda regla. Sin límites. Siempre tendremos razón siendo clientes. Es una gran victoria intelectual que valoramos muy poco. Algunos peluqueros tienen mejor mano izquierda que tenía Lorin Maazel. Sólo ellos saben dónde salta el pelo revoltoso. Por eso entiendo el sueldo del peluquero francés cuando sitúa su mano sobre la cabeza de Hollande y desatiende la de Ségolène Royal.
Sus gestos y movimientos deben de ser brutalmente certeros. Este artista, además, ha de ser algo místico y espiritual. No sólo porque su trabajo parte del interior para alcanzar la perfección de quien debe presentarse ante la opinión pública con seguridad, sino porque el presidente tiene pinta de ser algo introvertido o muy fan de Jacques Brel, aunque fuera belga de origen. Por ello, imagino, que el artista personal de Donald Trump no estará tan bien pagado -toda su colla de féminas seguro que lo compensan- y menos el de Boris Johnson que se ha quedado en el punk de juventud y le espera en Bruselas un poco de pogo.
Pero como decía, fuimos pioneros. De hecho, el IVAM ya elevó la peluquería a su estatus natural antes que el Pompidou. Nuestro museo más contemporáneo organizó hace años una exposición sobre pelucas y peluqueros de nuestra alta burguesía que causó revuelo social e intelectual, de esos que a los que saben de arte llevó a una encrucijada mental: o cobro, o no cobro en años, dudaban en caso de opinar.
Unos ponen latas de cervezas arrugadas sobre una línea pintada en el suelo y lo llaman “Fin de verano a tope”. Un mechón caído en el suelo con gracia y soltura es estética. Y si es un rizo, mejor todavía por sus formas, líneas, claros y oscuros, tintadas, sentido e interpretación freudiana o berlanguiana sin necesidad de estar conservados en un frasco de cristal.
¿No fue la selección islandesa de fútbol la que contrató a uno de nuestros artistas de la tijera para que brillaran en su partido de despedida? ¿No lucen algunos de nuestros mejores jugadores una especie de bodegón con animales, plantas y otros elementos visuales en sus cogotes mientras se pasan la pelota que al Hiepes contemporáneo le hubiera gustado imaginar para satisfacción de Naseiro? ¡Ahora van a enseñarnos estos franceses! Ya les ganamos el premio de la mejor gastronomía. Nadie como nosotros deconstruye una paella o unas alubias pintas por mucha mantequilla que los gabachos quieran utilizar.
Los franceses ya no nos ganan en apenas nada. Ellos desarrollaron también el arte de la guillotina en plena Revolución. Nosotros la hemos perfeccionado porque guillotinamos con elegancia. Hasta en eso mantenemos alto el palmarés con permiso del MuVIM.
Sin ir más lejos, hace apenas unos días dos altos cargos de nuestra Generalitat salían trasquiladas. Como afinaba el director de este diario, Javier Alfonso, lo de Dolores Salas, secretaria autonómica de Salud Pública, era “un enchufe de su hija en toda regla”; lo concerniente a Mónica Cucarella, directora general de Internacionalización, “fue un desliz, un descuido, quizás desidia elevada a chulería ante los requerimientos de los compañeros –y sin embargo enemigos– de Transparencia, la “maría de las consellerias”, el departamento florero que no hace más que dar la lata con los portales, los papeles y los certificados de autenticidad, con el trabajo que tenemos”, concluía afinado.
No podría añadir más. Está todo dicho, aunque igual es consecuencia de una tormenta interna en Compromís que salta en plena canícula sin que bajen las temperaturas.
Y en esas llegó –y la que deduciblemente se avecina- el cese fulminante por parte de Antonio Montiel de la hasta ahora secretaria de Organización de Podemos en la Comunitat Valenciana, Sandra Mínguez, "muy sorprendida" por su relevo en el cargo, según se leía en las redes sociales, donde un día también se repartían cargos. Seguramente su adiós tendrá algo que ver con la posible entrada de Podemos en el Consell para intentar demostrar su capacidad de gestión antes de la descomposición que algunos vaticinan en la coiffure.
La vicepresidenta del Consell, Mónica Oltra, explicó lo suyo. Dijo que con estas salidas el Gobierno autonómico había puesto “el listón de la ética” muy alto. Más bien, suscribo comentarios, donde debería de estar siempre, esto es, sobre el mirador del hotel Bali de Benidorm a chorro de secador/casco de los sesenta.
Por ello, el Código Ético y de Buen Gobierno, elaborado por el Conseller de Transparencia, Responsabilidad Social, Participación y Cooperación; Manuel Alcaraz, relativo a las buenas prácticas que deben aplicar nuestros altos gobernantes autonómicos, no debería de sonar para algunos sólo a sermón en el desierto de Utah, aunque no sería necesario a estas alturas porque es consustancial al ejercicio de la gestión pública. El esfuerzo de Alcaraz es entendible en un mar de dudas ya que un Catón parece todavía necesario para el bienintencionado profesor de Derecho Constitucional.
La lógica debería formar parte de la condición ética del buen político sin necesidad de ser convertido en bando, aunque tanto chorizo haya desnaturalizado la buena praxis y alguien aún necesite recordarlo. Ahí van algunas de sus sugerencias por si alguien aún no se había enterado todavía, aunque el tema de los regalos no me cuadre. Si entendemos que han de ser “productos autóctonos valencianos de contenido preferente cultural”, según relataba El Mundo, cabría desde una alquería a un par de fanegadas de nectarinas.
-Actos religiosos
«En ningún caso estarán obligados a participar en actos religiosos en su condición de alto cargo. Su asistencia a los mismos será por regla general a título individual. Las instituciones, corporativamente, se abstendrán de participar en las presidencias de actos religiosos, salvo que estos actos por razones históricamente consolidadas tengan un valor cultural asumido comunitariamente que trasciende a su origen religioso».
-Inauguraciones
«De manera ordinaria no participarán en inauguraciones de obras o servicios públicos, salvo causa justificada. En ningún caso se inscribirá el nombre del alto cargo en placas u otros elementos conmemorativos».
-Tarjeta de crédito
«No utilizarán tarjetas de crédito o débito con cargo a cuentas de la Generalitat o de su sector público».
-Taxis
«En los desplazamientos por necesidades del servicio dentro de los límites del municipio de la sede del alto cargo el uso del coche oficial será compatible con el uso de taxis, debiendo priorizarse el uso del transporte público. De usarse el taxi se deberá emitir informe sobre el trayecto y el objeto del servicio, sin que en ningún caso se pueda usar dicho desplazamiento para una finalidad privada».
En resumen, bus y chopped, que la despensa ya la vaciaron de delicatesen, aunque aún salgan facturas pendientes. Se llama servicio público. No lo público al servicio. Si don Gambino pidiera fetuccini casi todos temblarían. Bien lo saben los italianos que aún nos aventajan con sus códigos secretos de buenas prácticas. Al parecer, nos queda una larga etapa a recorrer. Continuamos para Maglia, si es que llegan todos o no salen antes corriendo con el bidón de agua por montera camino de unos ejercicios de reflexión interior. Amén.