VALÈNCIA. No hay un ejercicio más sano y necesario que reírse de uno mismo. Y eso es lo que precisamente ha hecho una de las parejas más famosas del cine francés, la formada por Marion Cotillard y Guillaume Canet, que se sitúan a sí mismos como protagonistas de la función para reírse de sus miserias cotidianas y de paso, darle la vuelta a la imagen pública que proyectan de sí mismos.
Se trata de Cosas de la edad, la quinta película tras la cámara de Guillaume Canet, una comedia que no se parece a nada de lo que había hecho hasta el momento: Mon idole (2002), una historia de ambición ambientada en los shows televisivos, el magnífico thriller No se lo digas a nadie (2006), su aportación al género de las reuniones de amigos, Pequeñas mentiras sin importancia (2010) y su apropiación del universo de James Gray en el drama criminal Lazos de sangre (2013). Una carrera como director de lo más ecléctica que se completa ahora con esta deliciosa gamberrada, sin duda una de las películas más divertidas de la temporada y que tiene como particularidad estar interpretada por los dos celebrities con sus nombres y apellidos.
No es la primera vez que se utiliza un dispositivo similar en el cine francés. En 2001, Yvan Attal puso a su mujer, Charlotte Gainsbourg delante de la cámara en Mi mujer es una actriz para, a través de ella, diseccionar las manías y el ego de los famosos. El resultado fue en su momento una comedia tan fresca y desmitificadora como lo es ahora Cosas de la edad.
¿Quién no ha pensado que Marion Cottillard se toma a sí misma demasiado en serio en sus papeles? ¿Y que Guillaume Canet nunca se ha caracterizado precisamente por ser un sex symbol desde que lo vimos en La playa? Pues todas esas imágenes preconcebidas son las que se encarga de hacer saltar por los aires la pareja a golpe de gag. En ese sentido, resulta realmente hilarante introducirnos en la intimidad de la pareja y descubrir sus piques, sus obsesiones, con el objetivo de convertirse en una parodia de ellos mismos frente al objetivo deformador de la realidad de Canet.
Cosas de la edad, cuyo título original es en realidad, Rock’n’roll, comienza cuando Guillaume Canet se encuentra rodando una película en la que hace de padre de una joven promesa del cine francés (la top model Camille Rowe) y esta le dice que no tiene el atractivo físico de, por ejemplo, Guilles Lellouch, que le falta “rockn’roll”. A partir de ese momento el actor se introducirá en una espiral autodestructiva que lo llevará a hacer el ridículo cada vez más, provocando situaciones hilarantes en las que se encarga de darle la vuelta a las miserias de las celebrities cuando son pilladas in fraganti (consumiendo drogas, borrachas o en situaciones comprometidas).
Pocas películas han abordado la crisis de los cuarenta de una manera tan original, libre y desprejuiciada. La dictadura de la imagen se convierte en uno de los puntos clave a través de los retoques estéticos que comienzan siendo imperceptibles hasta terminar deformando literalmente la cara de las personas que se someten a ellos. También se tocan otros temas, como la fama o la ausencia de privacidad. Pero a Canet le interesa inspeccionar en su propia sensación de haber sido barrido por una nueva generación que entronca con los gustos y el público actual.
Uno de los momentos más brillantes de la película, se encarga de unir la realidad y la ficción en el escenario de la ceremonia de los premios César, en su 40 edición, celebrada en 2015. En ella, Guillaume Canet estaba nominado por su interpretación en La próxima vez apuntaré al corazón, de Cédric Anger. Sin embargo, la estatuilla fue a parar a Pierre Niney por el biopic en torno a Yves Saint Laurent, un actor que precisamente pertenece a la nómina de nuevos actores del cine francés por la que Guillaume en la película se ve amenazado. Y para marcar que en realidad nos encontramos fuera del territorio del falso documental, el actor hace ganar a su pareja un César que en realidad no fue a parar a sus manos, algo que le sirve para ironizar en torno a la rivalidad entre ambos a la hora de conseguir el reconocimiento público.
En la película la mayor parte de los personajes que salen se interpretan a sí mismos. Gilles Lellouch, Philippe Lefebvre (colaborador de Canet en el guion de la película), Ben Foster (que protagoniza uno de los instantes más incómodos), el productor Alain Attal y el director y actor Yvan Attal (que aparecen como hermanos cuando en realidad no lo son). Pero quizás la aparición más mítica que quedará incrustada en la memoria es la del cantante Johnny Halladay en una de sus últimas apariciones en pantalla. Guillaume Canet irá a preguntarle cuál es su secreto para, después de tantos años, continuar manteniendo la esencia en sus venas del rock’n’roll. Y en uno de esos speech míticos, el gran mito le contestará que, con él, esa estirpe morirá, porque ya no se piensa en romper guitarras, sino en comer alimentos biológicos.