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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Cuando la enfermedad se hace presente en el arte

12/04/2020 - 

VALÈNCIA. Estos días cada uno tiene su lista particular de cosas que echa de menos hacer y que, por cuestiones obvias, se han convertido en deseos a la espera de realizar cuando todo esto quede atrás. En mi caso entre otras, añoro esos deballages de Montpellier y Avignon en los que nos dábamos cita, codo con codo, centenares de profesionales venidos de medio mundo a la búsqueda de toda clase de antigüedades. Ciertamente no sabemos cuando volverán, pero espero que pronto, aunque sea con guantes y mascarillas. Hablando de Montpellier, y aunque es amplio el santoral al que se le atribuye la curación de toda clase enfermos, es San Roque el santo originario de esta bella ciudad del sureste francés capital del Languedoc, el “Santo oficial” al que se invoca en caso de epidemias. Sí señores, ese Santo al que se le representa vestido de peregrino en compañía siempre de un perro (“El perro de San Roque no tiene rabo…” como dice el trabalenguas) fue hijo del gobernador de Montpellier, pero al quedar huérfano se despojó de todo bien material y se dedicó a recorrer el sur de Europa, principalmente Italia, con la casi exclusiva misión de ir curando a todo aquel que se le acercaba con síntomas de padecer la peste, la mortífera epidemia del momento. Con la señal de la Santa Cruz sobre el cuerpo del malogrado era suficiente. Él éxito debió ser grande pues, desde entonces, son numerosísimas las representaciones de este popular Santo en todas las técnicas posibles: pintura, grabado, paneles de cerámica, escultura…En nuestro ámbito me consta que el Museo de Bellas Artes de València conserva en su colección un magnífico San Roque obra del pintor ribaltesco Urbano Fos (1615-1658). 

Urbano Fos, 'San Roque'

Es imposible pararnos en una mínima porción de la innumerable la cantidad de obras de arte de carácter religioso en las que se representan milagros de sanación, pero se me viene a la memoria el cuadro de Murillo en el que la protagonista es Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos, pintado en 1672, o mucho antes el fresco de Masaccio de la capilla Brancacci (1424-1427) “San Pedro curando a los enfermos con su sombra”. Piénsese que las vidas de muchos Santos están regadas de episodios de carácter milagroso puesto que estos hechos sobrenaturales constituían aquello que certificaba su carácter de santidad, y la difusión de estos maravillosos capítulos, a través del arte, era fundamental para dar a conocer a la población las razones que justificaron su elevación a los altares y la devoción que se profesaba.

En el arte está contenido todo y no la curación milagrosa sino la enfermedad como protagonista no iba a quedar al margen. Por ejemplo la epidemia, en un contexto bíblico, se describe en el extraordinario cuadro de Nicolás Poussin (1594-1665) “La peste de Asdod” pintado en 1630 y que se encuentra en el Museo del Louvre. Poussin nos lleva a la ciudad filistea, por medio de fantásticas arquitecturas de orden clásico, asolada por una epidemia de peste tras la derrota de los israelitas, como castigo por llevarse el Arca de la Alianza, como trofeo de la victoria, a la ciudad de Asdod. El Arca ejerce su poder derribando la estatua del dios pagano Dagón y propagando la enfermedad, durante siete meses, por las ciudades filisteas y hasta que símbolo del pueblo de Israel fue devuelto. El del cuadro de Poussin es un ejemplo más de un tema, el de la enfermedad, que recorre salpicando la pintura de temática mitológica, costumbrista, histórica o el arte más subjetivo. 

Rembrandt, 'Lección de anatomía del Dr Nicolaes Tulp'

Cuando la medicina se constituye como una disciplina de carácter científico comienza a cobrar protagonismo en una notable cantidad de obras de arte. En este caso a través del retrato de los insignes doctores o científicos históricamente reconocidos, a los que la sociedad reconoce por sus logros, o porque el propio retratado, con mayor o menor dosis de vanidad, es el que solicita del pintor su propio retrato. En este sentido y más en el ámbito de centroeuropa en el siglo XVII fueron habituales los retratos de grupo; los gremios y sus integrantes se hacían retratar y el gremio de médicos de las florecientes  ciudades, en un ámbito burgués y profano, como el de los Países Bajos, no iba a ser menos.  

Cierto que la medicina ya existía como profesión en la antigüedad, pero los primeros gremios de galenos comienzan a surgir a finales del Renacimiento en las ciudades calvinistas. Es inevitable citar aquí el célebre cuadro de Rembrandt “Lección de anatomía del Dr Nicolaes Tulp” (que adoptó ese apellido por su obsesión por los tulipanes), pintado en 1632. Una obra de corte tenebrista cuya luz se focaliza en el cuerpo del muerto pero cuyo reflejo se proyecta en los rostros de los médicos sirviendo de excusa la obra para retratar a los integrantes de la insigne asociación de cirujanos de Amsterdam. De hecho, conocemos incluso el nombre de todos los comparecientes que aparecen en la obra porque este viene escrito en la hoja de papel que porta uno de ellos en la mano. Por aquel entonces las lecciones de anatomía en aquel ámbito se impartían incluso para el público en general, previo pago de una entrada.  En el en contexto del arte español del siglo XIX, la obra de Rembrandt me remite a una de Sorolla pintada en 1897, todavía una obra de cierta juventud. Se trata del cuadro El Dr Sinarro en el laboratorio; un interior en el lugar de trabajo del prestigioso neurólogo, centro de la composición, alrededor del cual se apiñan un grupo de colegas discípulos de éste. Una excelente obra, sin duda, deudora de la del genio holandés tanto por la iluminación y en cierta manera por la composición aunque con una ejecución de técnica pictórica suelta, típicamente sorollesca, completamente distinta.

Sorolla, 'El Dr Sinarro en el laboratorio'

Siguiendo con el maestro valenciano, nuestro artista hizo, muy a su pesar, un paréntesis en su luminosa visión pictórica de la realidad, cuando convirtió la enfermedad en la protagonista de una pequeña serie de cuadros, cuando realizó los cuatro retratos a su hija María, en 1907, mientras esta se recuperaba de tuberculosis en la finca Angorilla situada en el monte del Pardo, junto a Madrid. Uno de estos retratos en medio de la enfermedad se encuentra en el  Museo de Bellas Artes de València: una obra particular, diferente, de tonalidades frías, y que transmite desasosiego, empleando un encuadre en cierto contrapicado, inusual en su producción, como si el artista estuviera situado en una posición especialmente alta, distanciado, respecto a la retratada. En la correspondencia a su amigo Pedro Gil Moreno se muestra un Sorolla abatido por la circunstancia “Hay Pedro de mi alma, cuánto lloro al mirarla, es una sombra de lo que fue.”

Sorolla, 'María convalenciente'

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