VALÈNCIA. Hace meses que la relación con el espacio público ha dado un vuelco, generando nuevas miradas -algunas extrañas- sobre los lugares que hace un año se presentaban cotidianos. Plazas llenas, plazas vacías, plazas con distancia de seguridad. En fin, plazas. Sobre la relación con el espacio público reflexiona el actor, director y dramaturgo Jaume Ibáñez en su proyecto La juventud baila, un workshop impulsado por el festival 10 Sentidos que vuelve a llevar la danza y el teatro a las calles de València. Serán las plazas de Sant Marcel·lí, Sant Sebastià y del Rosari las que se conviertan en escenarios aparentemente improvisados para un proyecto que reflexiona sobre cómo los vecinos y vecinas dan vida a la ciudad, una ‘juventud’ entendida desde un punto de vista intergeneracional. “Planteamos un proyecto en en el que ensalzamos el significado de la palabra plaza en muchos sentidos, como espacio de foro y debate, como epicentro de la fiesta de barrio o lugar de confesión. Una plaza en sentido amplio”, explica Ibáñez en conversación con Culturplaza.
¿Qué es la juventud?¿Qué es una plaza?¿Qué significa y para qué se utiliza? Estas son algunas de las preguntas que plantea un proyecto en el que Ibáñez trabaja desde hace meses, unos talleres que comenzaron a tomar forma antes de la crisis sanitaria, tras lo que vino un parón obligado que también obligó a repensar algunas partes del proyecto. “El proyecto se inicia prepandemia. Fue una locura, nos pilló a mitad de camino y, por razones obvias, se cayeron algunos colectivos. Por ejemplo, teníamos prevista la participación de una Muixeranga o de la Unión Musical en Sant Marcel·lí, donde queremos recrear una verbena. Ha sido complicado pero hemos logrado resistir”, recalca el dramaturgo, quien alaba el trabajo de unos participantes que, aunque no son profesionales, han sido clave para que La juventud baila saliera adelante en un momento en el que la relación con el espacio público depende de más cosas que la voluntad. Aún así, explica, el espíritu del proceso -tan importante como el final- se ha mantenido, una ‘resistencia’ escénica que ha sumado a un buen puñado de bailarines y actores amateur que tomarán con cultura distintas plazas de la ciudad el próximo 17 de octubre.
La ruta comienza a las 12.30 horas en San Marcelino, donde la música swing marcará el ritmo de una fiesta popular en la que, entre guirnaldas y farolillos, uno de los bailarines, Maroto, cree haber visto entre los vecinos a su hija, que está en París, una ensoñación que marca la pieza. Escena, por cierto, que se plantea en una escenografía que transforma la plaza en una verbena, quizá la primera en mucho tiempo. Siguiente parada: Sant Sebastià, 18 horas. El barrio del Botànic acoge la segunda propuesta del proyecto, una pieza que sí habla de una manera explícita de una juventud que reivindica su libertad a través de la música de The Greatest Showman, un parque no habitado por niños en el que caben los deseos y anhelos de una juventud alrededor de un paquete de pipas. Final de fiesta en la Plaça del Rosari, a las 20 horas, con una de las propuestas de carácter más teatral, una pieza interpretada por ocho mujeres del grupo de teatro amateur de la Malvarrosa que, a través de distintos monólogos, recuerdan sus vivencias en una plaza que podría ser cualquiera, un viaje entre lo reivindicativo y lo emocional que, también, nada entre la realidad y la ficción, indagando en la memoria de las propias participantes.
“Las plazas no tienen el mismo valor para unos que para otros, hay visiones diferentes. En el fondo es un lugar de reunión donde acaban pasando cosas. Hay un uso totalmente distinto entre la gente joven y la gente más mayor. Por ejemplo, en la Plaça del Rosari hay un monólogo basado en esa idea de salir a la fresca mientras que los chavales hablan de la plaza como espacio de reunión con tu crush de Tinder. Esto enriquece mucho”. Entre unos y otros, habrá una cuarta cita, en la plaza del Patriarca el 22 de octubre, que supondrá una suerte de epílogo para La juventud baila, cita en la que se interpretarán las tres piezas. El objetivo: repensar la plaza y reactivarlas a través de una propuesta que les devuelve la vida tras meses de silencio.
Fotos: ESTRELLA JOVER.
El proyecto de Jaume Ibáñez se enmarca en una edición sui generis de 10 Sentidos. “Hemos tenido que hacer un encaje de bolillos absoluto. Con Peeping Tom, por ejemplo, que inauguraba el festival -y ahora lo clausura- llevamos tres años buscando una fecha”, explicaban el pasado mes de junio a Culturplaza la directoras del festival, Meritxell Barberá e Inma García. Efectivamente, la crisis sanitaria ha obligado a repensar su edición de 2020 que, con el objetivo de salvar la gran parte de su programación, ha optado por repartirla a lo largo del año y renunciar a celebrarse concentrada en una semana. Así, Soñadores, lema con el que se presenta este año, inició su actividad hace meses y contó con una suerte de inauguración en septiembre, con la representación de Rito. Algunas de las propuestas todavía pendientes son Antes todo esto era campo, proyecto desarrollado en Graners de Creación por David Orrico y el colectivo Nerval, una reconexión con la naturaleza que llegará el 22 de noviembre a La Rambleta o Halab, de la laureada Sol Picó, una pieza que homenajea en San Miguel de los Ryes a las más de 16.000 personas muertas en el Mediterráneo.
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