VALENCIA. España es el único país de la eurozona que no tiene un consejo audiovisual del Estado e independiente con capacidad para velar por los derechos más básicos de los televidentes. A cambio (y precisamente por ello), ha favorecido un duopolio del mercado y la generación de una entidad peculiar, la Academia de las Artes y las Ciencias de la Televisión, que ayer organizó de manera unificada el exclusivo debate a cuatro ante las Elecciones Generales del 26 de junio. Una producción, por cierto, encargada a Alaska Televisión y que contó con once extrabajadores de Radiotelevisió Valenciana entre sus técnicos.
Pero el debate no fue tal, sino una serie de parlamentos con temáticas pactadas y donde la interrupción estaba excluida (con dos honrosas excepciones). Precisamente por ello, con un nivel de prefabricación tan vasto, el análisis del escenario, del audiovisual y de lo gestual cobró valor frente al vetusto formato. El afán por ofrecer a los ciudadanos una fórmula neutra confundió una vez más a la Academia, empeñada en proponer platós cada vez más anodinos e ideas cada vez más anteriores con tal de no favorecer a ningún candidato. Aséptico o neutral, necesariamente, no tienen porque estar en conflicto con el menor gusto en un país con excepcionales escenógrafos y diseñadores de espacios.
Exactamente con el mismo desinterés trató la producción al jingle de entrada a plató. La música original de acceso bien pudo haber servido en el pasado par otros debates, pero al albor de la nueva democracia. Como si Rondo Veneziano hubiera vuelto al panorama musical de actualidad, la versallesca tonadilla servía para anacronizar a los candidatos. Si el problema era la inversión (cuesta creerlo con casi 100 profesionales trabajando al unísono y un servicio de emisiones por onda y online de lo más generoso) en pleno 2016 hay decenas de miles de soluciones sonoras de libre acceso y disponibles a golpe de clic. Si precisamente la elección estuvo motivada para el cobro por derechos de unos pocos segundos vistos por millones de espectadores, enhorabuena a los premiados. Si de verdad era el clip sonoro más indicado para preceder a un debate de esta repercusión, en este tiempo, o si fue una decisión más ingenua de lo que parece, cuesta creerlo.
Sin embargo, dado que las concesiones al debate empiezan en los despachos de los responsables de campaña, la principal alteración del campo visual llegó con la imposición [hecha pública] del Partido Popular. Rajoy ocupó el extremo izquierdo del televisor y cerró el bloque económico. Las opciones eran sí o también. Y vaya que si fue. Ni las antitelevisivas sucesiones de barras verticales que componían el fondo de cada plano sirvieron para evitar que estas dos decisiones empezaran a condicionar el producto.
Dos elementos más fueron protagonistas en la realización audiovisual, menos estipulada que en otras ocasiones. El primero, Vicente Vallés. El periodista de Atresmedia tuvo preguntas muy concretas y sobre temas peliagudos para casi todos los candidatos. Cuando el bloque temático procedía, Vallés apelaba directamente hacia las ideas más precisas. Por ejemplo, con la búsqueda de una sentencia nítida por parte de Pablo Iglesias (Unidos Podemos) sobre su posición frente a un hipotético referendum catalán. Otro ejemplo, una dura y prolongada cuestión a Rajoy sobre la afección para España y para su partido de la corrupción. El candidato Popular, por cierto, aguantó casi dos segundos en silencio ante la cámara, aunque luego resolvió con una de sus contestaciones más naturales de las casi dos horas y media de 'debate'.
El segundo condicionante, más inesperado todavía, fue la libertad total en el tipo de plano durante los 25 minutos de cámara de os que dispuso cada candidato. Por ejemplo, cuando en la primera pregunta a Iglesias y Pedro Sánchez les encuadraron respectivamente con un plano americano, mientras que a Albert Rivera y Rajoy obtuvieron un plano medio (mayor proximidad). Aunque hubo más, otro ejemplo, el más delicado e interpretativo: cuando en los minutos "de oro" finales, con su gran alegato mirando a cámara [solo Rajoy optó por mirar al suelo (sic)], la realización decidió hacer un zoom in desde plano americano. En el caso de Iglesias o Rajoy acabó en medio, mientras que a Sánchez se le aproximó algo más al rostro y en el caso de Rivera acabó en plano corto. En este último caso, acabó tan cerca que bien parecía, de improvisto, un spot electoral. Sorprende que cada cámara iniciase el plano y lo terminase con encuadres -y por tanto significados- distintos.
En esa libertad, seguramente en busca de un mayor dinamismo y tratando de adaptar el formato para cuatro candidatos y dos horas y media de debate, nos dejó un primer bloque (el económico) con más movimientos de grúa y slides. A medida que los candidatos fueron haciéndose más alusiones y el debate se topaba con las preguntas de Vallés, este tipo de recursos para encuadrar a los cuatro en movimiento fueron aminorando presencia hasta casi desaparcer.
Pactadas las llegadas a photocall y recepción (Albert Rivera, Iglesias, Pedro Sánchez, Rajoy), pactadas las salidas en su orden inverso, no cabe descartar que esa hora en la que Rivera tuvo ocasión de aclimatarse al espacio le permitiera un extra de relajación ante la cámara. El candidato de Ciudadanos invirtió su nefasta participación en el debate a cuatro [con Soraya Sáenz de Santamaría en el lugar de Rajoy] del pasado 7 de diciembre: si aquel día bailó literalmente, sudoroso, nervioso ante el envite, en el encuentro de este lunes automatizó todos sus movimientos de manos y brazos, hizo desaparecer aquel pestañeo continuo y, sobre todo, mostró un aspecto de lo más saludable. Pese a la campaña ya iniciada, en contraposición directa a la sensación visual de tensión, cansancio e incomodidad con el formato, Rivera demostró también con su atuendo ser el punto de equilibrio entre los partidos llamados 'tradicionales' y Unidos Podemos.
En lo que a la vestimenta se refiere, Rajoy y Sánchez, encuadrados en el mismo sector de la pantalla [algo que por estrategia no debió hacer mucha gracia a los responsables de campaña del PSOE], lucían la misma composición estética. Chaqueta cerrada, nudo de corbata ejecutivo, camisa blanca y zapatos oscuros. Rivera, sin renunciar al estilo de la chaqueta cerrada, el traje azul oscuro y los zapatos negros, optó por no abotonarse el cuello y desechar la idea de la corbata. Cuando en su alegato final hizo alusiones a "nuestro tiempo", pese al uso deliberado del "ustedes", pudo entroncar fácilmente su idea de representar algo distinto al mismo impacto visual de los dos citados y tanto o más a Iglesias. Este último tampoco llevaba corbata, pero tampoco chaqueta; la gran diferencia parecía un cuello algo más desabotonado, asimétrico y más que desenfadado desarreglado que, en definitiva, conecta con tramos de sus potenciales votantes.
No obstante, cabe destacar que el dress code condicionó a Iglesias más de lo esperado. En un factor difícil de controlar -o al menos no previsto- por su equipo de campaña, la idea de no llevar chaqueta le jugó un maltrago técnico en el debate de este lunes. Los otros tres candidatos contaban con micrófonos inalámbricos muy direccionales en las dos solapas de sus chaquetas. Por contra, Iglesias llevaba uno doble [siempre dos, por si el principal falla], pero en el centro de su camisa. Esto provocaba que al girarse para interpelar a alguno de sus oponentes, el plano sonoro cambiara. Bajase, en definitiva. Tal y como ha podido saber este diario, un responsable del gabinete de Unidos Podemos entró al espacio técnico para quejarse de ello y allí fue correspondido con esta explicación. Una elección de estilo nada favorable.
La unificación de la camisa blanca entre los tres candidatos bien sostiene la idea conjunta de arriesgar menos de lo necesario con todo ello.
Por acabar de analizar la escenografía, cabe resaltar a los cuatro grandes protagonistas de este debate único para el 26-J: los atriles. Grandes como no se recuerdan en un envite de similares características, la ausencia de estos en el debate del 7-D provocó el baile de Rivera y excesivas irregularidades. Con Rajoy en la receta, la posibilidad del atril -más bien un púlpito ancho, con distintas alturas y hasta sombras en las que ordenar las manos y papeles- condicionó todo el lenguaje de manos, discursos y recepción de alusiones. El atril sirvió para disimular varios cartones pluma a Rivera, para ordenar hojas a Iglesias, para distribuir hasta dos pisos de post-its a Rajoy y para no mucho en este sentido del almacenaje a Sánchez.
Otra novedad fue las cantidades de tiempo a consumir. Todos se aproximaron a los 25 minutos, pero solo Rajoy los superó en 12 segundos, Sánchez 'los clavó' y e Iglesias y Rivera se quedaron en 23:49. O sea, que los dos últimos hablaron minuto y medio menos que el presidente en funciones del Gobierno. Una distancia sensible, justificada por el número de alusiones.
Finalmente, aunque el aparente corsé propuesto por la Academia de la TV dejó más margen de lo habitual, como ha quedado demostrado, las manos y los gestos volvieron a hablar. Su principal condicionante fueron los enormes atriles, un seguro, una garantía.
Rivera tuvo dos gestos muy claros, seguramente trabajados para esta y otras comparecencias. De libro, entrelazada de dedos (autoridad y seguridad) y la palma de la mano abierta y hacia arriba (sinceridad, buenas intenciones).
Iglesias también gestionó algunos otros gestos adecuadamente, especialmente algunos brazos abiertos, en el sentido de abrazo (acuerdo, concordia). No obstante, tal y como iban reflejando las redes sociales, la tensión de su gesto sobre el atril y en su rostro con el ceño fruncido (medio fruncidas, confusión; totalmente fruncidas, enfado), daban pie a otro tipo de percepciones. Más sorprendente fue su recurrente mirada al suelo mientras exponía contestaciones (incredulidad de lo que se escucha o dice, en este caso).
Rajoy hizo su alegato final mirando fuera de plano, hacia el suelo. Fue lo más destacado, aunque hubo más información en su comportamiento. Mientras que al principio evitaba la mirada con sus oponentes cuando arreciaban con críticas, luego la sostenía. A la hora de proponer ideas, especialmente en el tramo del debate de áreas sociales, bajaba la mirada cada vez que acababa una sentencia (incredulidad de lo que se dice). No le importó leer (aunque no denotó inseguridad especialmente con ello) y mucho menos mostrar los ya famosos post-its; apuntes que mostraron lo muy en serio que se tomó el debate.
Aunque seguramente no fue el vencedor del debate, Pedro Sánchez mostró su arma más indeleble: una sonrisa amplia y sincera. Pese al lema de campaña de Unidos Podemos, la suya volvió a ser la sonrisa del debate. A Iglesias, tras su alegato final, le salió una más bien corta y tensa, como su postura en el encuentro. El gesto habitual al que sí recurrió como una válvula de organización de ideas fue el del dedo entrelazado bajo el puño. Con el epigrafió buena parte del ideario, tratando de remarcar propuestas. Por repetición, el mismo fue perdiendo naturalidad hasta comprenderse como parte de una gestualidad como recurso interno.