Jesús Torres lleva a Rambleta la premiada obra Puños de harina, en la que recupera la historia del boxeador alemán y gitano Rukeli, que enfrenta con un relato sobre la España de los 80
VALÈNCIA. La historia de Johann Trollmann, conocido como ‘Rukeli’ -que en romaní significa “árbol fuerte”-, es una de tantas carreras truncadas por la represión. Boxeador alemán de origen gitano, fue una de las grandes figuras del deporte de principios del siglo XX. En 1933 se ciñó el cinturón de campeón semipesado, un título que le fue retirado por “conducta inapropiada” al llorar de emoción en el ring, una decisión tras la que sobrevolaba la alargada sombra de la Alemania nazi. La persecución racial truncó su carrera y, también, acabó con su vida, siendo asesinado en 1944 en el campo de concentración de Neuengamme. Más de medio siglo tuvo que pasar para que se hiciera justicia con Rukeli, siendo en 2003 cuando, en un ejercicio de memoria histórica, la Federación Alemana de Boxeo le devolvió el título de campeón de manera póstuma a su familia.
Fue años después de este acto cuando un reportaje del periódico El País en torno a su figura cayó en las manos del actor y dramaturgo Jesús Torres, que en un primer momento se quedó sorprendido por el parecido físico entre Rukeli y él. Recortó la fotografía, la guardó y se sumergió en su historia, un relato que fue detonante para desarrollar un proyecto en torno a la masculinidad que llevaba tiempo rondando por su cabeza pero que no había acabado de aterrizar. Años después, esta semilla se traduciría en Puños de harina. La obra, que se podrá ver el próximo 23 de febrero en La Rambleta, le valió el Premio Teatro 2019 Autor Exprés por la Fundación SGAE, un monólogo que, siguiendo la estructura de un combate de boxeo, reflexiona sobre el racismo, la homofobia, la violencia y la masculinidad.
A un lado del ring, está el Rukeli de principios del siglo XX. Pero no está solo. Al otro se encuentra Saúl, un joven gitano homosexual que, en la España rural de los años 80, busca su identidad en un entorno hostil marcado por la violencia ejercida por su padre. Lo hace en contexto muy concreto, el de un país en Transición -en mayúscula y en minúscula-, un momento de apertura marcado por referentes como David Bowie pero también con una represión todavía muy latente. “Es un momento en el que España se redefine, en el que se redefinen los conceptos, y justo cuando el país está redefiniéndose, hay un chico en un pueblo de Andalucía que está intentando sobrevivir a ese cambio que está produciéndose en su cuerpo y en su forma de pensar. Me parecía muy bonito ese paralelismo, hay algo muy especial en buscar en lo pequeño, en la microhistoria, dentro de un momento de un contexto tan histórico”, relata Torres en conversación con Culturplaza.
La obra se presenta con una primera pregunta de esas que escuecen: ¿qué es ser un hombre de verdad? Y no, no hablamos de la canción de Alaska y Dinarama. Este concepto se ha convertido en una suerte de mantra repetido de generación en generación, una idea en torno a lo masculino construida sobre el estereotipo que Jesús Torres quiere desgranar sobre la escena, aunque, ojo, con más preguntas que respuestas. “Creo que el teatro tiene que hacer preguntas, no dar respuestas. Sobre todo porque, aunque inevitablemente cuando subimos al escenario damos nuestro punto de vista, yo no tengo esa respuesta. O, al menos, estoy en ello. Es un proceso”. Ese proceso de reflexión, esta tarea de introspección como actor pero también como ciudadano, también lo llevó a enfrentarse a sus propios prejuicios e inseguridades, entrando en un mundo como el del boxeo, que a priori puede parecer que va de la mano con esa idea histórica de lo masculino, y que ha terminado demostrándose como un espacio cargado de matices.
"Me acerqué al boxeo con todos los prejuicios encima y con toda mi masculinidad frágil. Recuerdo que empecé a sacar pecho, a sacar hombros... Cuando me doy cuenta me siento tan ridículo. ¿Qué pasó luego? Que he encontrado en el boxeo un compañerismo y una filosofía del cuidado que no he encontrado en años de arte dramático. Parece que es un deporte agresivo y violento, en el que tienes que golpear y machacar a tu compañero, pero hay una reflexión interesante: el otro no es tu enemigo, es tu otro yo, es tu compañero. No hay boxeo si no hay una segunda persona”. Esa filosofía que ha encontrado en el deporte y esa labor de concentración tiene una traducción directa en Puños de harina, que no solo toma el alma del boxeo sino también la forma, un ring en el que Jesús Torres encarna a ambos personajes y en el que el despliegue técnico es clave para contar dos historias que van desvelándose a cada golpe.
Este camino que recorre para deshojar todos aquellos aspectos de la masculinidad tiene mucho que ver con la cuarta ola feminista, que desde 2018 ha situado con fuerza la reflexión en torno a la igualdad real en la agenda pública. De hecho, el propio autor admite que sin el empuje de las mujeres esta obra no se habría materializado o, al menos, no de esta manera. “Creo que ese movimiento tiene que estar acompañado de nosotros. Nosotros también tenemos que repensarnos, también tenemos que pensar qué tipo de hombres nos han obligado a ser y qué tipo de hombres nos seguimos obligando nosotros en muchas ocasiones a ser. Se tiene que hacer una revisión, es el momento”, reflexiona Torres.
Que Jesús Torres quiere hablar sobre masculinidad está claro, pero, más allá de él, ¿están los hombres preparados para hablar de masculinidad? Aquí la respuesta cambia dependiendo del público. "Cuando el público es adolescente se nota mucho la diferente reacción entre chicos y chicas, notas como escuece, como esa masculinidad frágil que tienen los personajes se refleja en el público”, reflexiona el autor. “Pero van mutando, como la obra que tiene su propia progresión, una transformación que llega a los espectadores. Es muy bonito ver cómo escuece, cómo empiezan a echarse para atrás y empiezan a protegerse con las manos, ver cómo su actitud corporal va cambiando durante la obra”. Y es que Puños de harina golpea conciencias. Próxima fecha de combate: 23 de febrero, València.
El premiado monólogo se representa en La Rambleta y bebe tanto de Homero como de Safo, Anne Carson, Pedro Lemebel y Luis Cernuda