El escritor italiano es el enésimo intelectual que comparece ante un juez por hacer uso de su libertad de expresión
VALENCIA. La semana pasada el escritor italiano Erri de Luca se enfrentó al enésimo juicio por lo que la empresa Lyon Torino Ferrovie (LTF), acusación formal contra el napolitano, considera “incitación a la violencia”. Ya habían sido suspendidas varias sesiones del juicio porque De Luca nunca quiso ser juzgado a puerta cerrada, sino con medios de comunicación y asistentes, pero esta última vez la fiscalía formalizó su acusación y su petición: ocho meses de cárcel.
El delito de Erri de Luca es uno y trino, como los grandes misterios vaticanos. Uno: haber llamado al sabotaje en una entrevista al Huffington Post (01/09/2013) contra la línea férrea que un consorcio de multinacionales italianas y francesas está construyendo entre Lyon y Turín (TAV), atravesando los Alpes y contaminando de amianto la Val de Susa (por cierto: el amianto es el mineral causante de 47.000 muertes al año, según informes de la Unión Europea, el doble de lo que el mismo Comité Económico y Social había previsto).
Y trino: en Erri de Luca se juzga no solo la palabra de un escritor y de un activista, sino la capacidad de un Estado a la hora de poner límites a la depredación económica, y sobre todo el ajuste de cuentas hacia una izquierda política diluida en Italia tras el desvanecimiento en el aire marxista del Partido Comunista Italiano y la ascensión a los cielos de Enrico Berlinguer. No por casualidad se insiste en que el escritor fue miembro de la izquierda radical italiana en los años setenta con Lotta Continua, lo que añade el agravante de reincidente.
Erri de Luca será el chivo expiatorio de un país que necesita purgar la culpa de su propia historia y su propio presente. Con la consolidación de la extrema derecha como tercera opción política en estimación de voto según los sondeos de este mes (14% en todo el país, o 20% en Roma); con Matteo Salvini (aliado estratégico de la extremista Marine Le Pen en el Parlamento Europeo, líder de la Lega Nord que intenta extender su objetivo político racista a la Italia del sur con sorprendente éxito, y quien hará que Silvio Berlusconi con el tiempo parezca un moderado) insultando porque a Italia no vienen sirios sino nigerianos o bangladesíes y llamando al cierre de fronteras; con el alcalde de Venecia Luigi Brugnaro prohibiendo libros de texto escolares donde se hable de homosexualidad o vetando la celebración del Orgullo Gay por los canales de Venecia; con todo un panorama político y social estancado en unas reformas renzianas que no llegan, Italia está pendiente de la opinión de un escritor. El caso De Luca va más allá del “sabotaje”.
El escritor no ha perdido la ocasión de explicarse, de defenderse y de clamar de nuevo contra el TAV en su La palabra contraria (editada en valenciano por Sembra Llibres y en español por Seix Barral). La sensación que deja la sucesión de capítulos de este culebrón judicial es de desamparo, por un lado, y de desproporción, por otro; incluso ayudado por este J’accuse a lo Émile Zola, en un tiempo contra el ejército y la patria, hoy contra excavadoras y multinacionales. La bajeza siempre se revela en lo concreto.
Fue con Zola cuando intelectual dejó de ser un adjetivo ligado a las facultades humanas para convertirse en un sustantivo de pleno derecho. Fundamental como se sabe, porque en el mundo solo existen sustantivos, el resto es especulación, interés y onomatopeyas. Mucho se ha discutido desde entonces sobre quién merecería ese calificativo, intelectual, en qué consistiría su esencia y su cometido. Mucho se ha discutido sobre su papel y su peligro.
Con toda razón, cualquier figura pública (o no tan pública) tiene la potestad de expresarse en público, desde Gerard Piqué a Felipe González. La posibilidad, en cambio, se convierte en responsabilidad siempre, y en ridículo algunas veces. Y en ocasiones, y esto es lo que nos interesa, en serias amenazas.
Desde Sócrates, condenado a muerte, se viene repitiendo la acusación: Sor Juana Inés de la Cruz, Oscar Wilde, Salman Rushdie... Suena a otro tiempo, pero es actual. Gustave Flaubert fue llevado ante los tribunales por atentar contra la moral pública al exhibir el deseo sexual de Madame Bovary, a mitad de camino entre la huida y la aventura, el aburrimiento y la esperanza, y explicando que en ocasiones las mujeres son infieles, algo que ni curas ni burgueses pueden permitirse pensar. En el XIX cayeron Charles Baudelaire, por no tener esperanzas en el mundo; los hermanos Goncourt o Eugène Sue, por editar lo prohibido. Un siglo antes el Marqués de Sade había sido perseguido por su suegra, la poderosa Madame de Montreuil, y encarcelado por en castillos y manicomios por su literatura subversiva.
Resulta curioso que la versión que hiciera Pier Paolo Pasolini de Les Cent Vingt Journées de Sodome ou l'École du libertinage con el nombre de Salo’ o le 120 giornate di Sodoma, ambientada en la República de Saló bajo dominio nazifascista entre 1944 y 1945, fuera secuestrada tras su estreno en París en 1975, tres semanas después de la muerte del genial cineasta, y tras un largo proceso judicial restituida en las poquísimas salas de cine que quisieron proyectarla en 1985. La crueldad de la sangre y de la mierda, títulos de dos de los cuatro capítulos del film, o el sexo explícito hicieron que hasta los años 2000 la versión íntegra (y en color) no fuera distribuida con normalidad.
Por mucho menos fue llevado a juicio en España Javier Krahe. El Centro Jurídico Tomás Moro se querelló contra el cantante por su corto Cómo cocinar a un Cristo, en el que Krahe aparece desclavando una figura de su cruz, poniéndolo en una sartén, tostándolo y aderezándolo con gusto. Una delicia. En 2012 se celebró el juicio y a los pocos meses fue (lógicamente) absuelto. Puesto en perspectiva, la acusación del Centro es hilarante; ahora bien, las causas en que siguen trabajando los abogados cristianos apuntan a la concejala de Madrid Rita Maestre, el doctor Carlos Morín o la Ley de Violencia de Género. No todo va a ser follar.
Albert Pla fue condenado en junio de este mismo año, merced a una denuncia interpuesta por el abogado Ricardo Cano, a pagar una multa de 100 euros por decir que mataría a los de Podemos: 100 euros más que la multa que nunca le pusieron a Alfonso Rus por decir que habría que rematar a los profesores que decían gairebé o aleshores. Pero Rus no es cantante (que sepamos). En septiembre, la Audiencia de Valencia revocó la sentencia y absolvió a Pla, al considerar que las declaraciones carecían de “seriedad, firmeza y determinación (o concreción del mal)".
Los peligros de la escritura no vienen siempre de una justicia legal, sino de una particular menos burocrática pero más peligrosa. La escritora Clara Sánchez, según contó ella misma, recibió en su casa una serie de cartas amenazantes tras la publicación de su novela Lo que esconde tu nombre, Premio Nadal 2010. Venían firmadas por simpatizantes nazis y le exigían que dejara de molestar a esos “pobres” o “ancianos” señores que “habían levantado España” tras la Guerra Civil y la II Guerra Mundial.
Esos señores harían temblar a cualquiera solo de leer su nombre en Google o ver su nombre en el buzón de cualquier urbanización de Denia o cualquier pueblo de la Marina: Otto Skorzeny, Reinhard Spitzy, Gerhard Bremer, Aribert Heim, Martin Bormann, León Degrelle, Wolfgang Jugler, Otto Remer, Maks Luburic... todos ellos refugiados en la España de Franco, impunes en toda época histórica.
También Joan Fuster sufrió los ataques de la extrema derecha valenciana. Varios artefactos explotaron en la puerta de su casa, afectando en parte a su biblioteca y lugar de trabajo. El menosprecio institucional a Ovidi Montllor, Vicent Andrés Estellés o Juan Gil-Albert fue la variante soft de estos ataques.
No sé si es un consuelo pensar que todavía las letras tienen la fuerza suficiente como para que se vuelvan en contra los poderes fácticos. Es una señal positiva. Sin embargo, abrazados a la ley esos poderes todavía nos demuestran que su sombra es oscura, alargada. Capaz de mandar 8 meses a prisión al napolitano De Luca por oponerse a un tren que destrozará los Alpes. Entre otras cosas.