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las ciudades invisibles

Dessau y la habitación de Kandinsky 

4/10/2016 - 

VALENCIA. No creo que existan muchos lugares en el mundo donde sea más fácil comprender el valor de la que es, probablemente, la disciplina cultural más inaccesible de todas: la arquitectura. Y no digo que la arquitectura sea insondable, pues estamos constantemente rodeados por ella; se trata más bien de una vertiente artística algo espectral, ya que siempre está ahí pero muy pocos la ven. 

Dessau, una ciudad del ducado de Angalt, enclavada en el río Mulde que desemboca en el río Elba, es esa ciudad en la que, con cierta facilidad, uno puede imaginarse como miembro o alumno de ese centro de enseñanza que más tarde se convirtió en movimiento. Un poco después, en referente mundial. Y finalmente, en mito. Hablo, por supuesto, de La Bauhaus, esa escuela excelsa en la que convivieron gigantes del arte como los arquitectos Walter Gropius y, el escultor Gerhard Marcks, el diseñador Marcel Breuer o los pintores Paul Klee y Vassily Kandinsky

Dessau, una de las casas de la Bauhaus

La llegada a Dessau desde Berlín es sencilla. Dos horas separan las estaciones de Dessau-Roßlau y Berlin Central Station. Dessau mantiene en la actualidad muchos de los rasgos de epicentro industrial que lleva en su ADN urbano. No en vano, allí se fabricaron los famosos aviones Junkers. Cierta exaltación por la maquinaria impera todavía en este lugar que se sacudió los complejos y La Bauhaus clavó la bandera de la modernidad en las décadas de los años 20 y 30. 

  

Dessau se convirtió en sede de La Bauhaus en la tercera etapa de esta escuela, exactamente desde año 1925 hasta su última mudanza a Berlín en 1932. La capital alemana fue testigo del final del centro, provocado por la ascensión del nacionalsocialismo y las nuevas directrices del Führer: eliminar cualquier resquicio de cosmopolitismo judío y de arte decadente y bolchevique. Dessau era en 1925 una ciudad eminentemente industrial con un claro objetivo: potenciar su oferta cultural. Pero, ¿qué características esenciales convirtieron a La Bauhaus en el referente universal que brilla en la actualidad? Más allá de que fuera la primera escuela universitaria de diseño, por encima de constituirse como adalid de una modernidad que llega y trasciende a nuestros días, La Bauhaus fue el encuentro de algunos de los mejores pensadores y artistas del S.XX. Fueron ellos los que, en su manifiesto, propugnaban la sencillez como estilo. Fueron capaces de crear edificios, pinturas, esculturas, fotografías y objetos que iban desde vajillas hasta peones de ajedrez. La Bauhaus enseñó al mundo que la arquitectura puede afectar a las personas de la misma forma que lo hace la sanidad o la educación; que la arquitectura va de lo que pasa en la ciudades.Y sobre todo, que la vuelta al taller y a la artesanía era sustancial. 

La visita al legendario edificio central de La Escuela Bauhaus diseñado por Walter Gropius, así como a las hermosas casas de los maestros (Meisterhäuser) resulta una experiencia emocionante. Especialmente si uno recuerda algunos de los fragmentos del famoso manifiesto que firmaron estos genios: 

¡El fin último de toda actividad creativa es el edificio! En otro tiempo la decoración de edificios fue la más noble de las funciones de las artes más exquisitas, y éstas eran imprescindibles para la gran arquitectura. 

Arquitectos, pintores, escultores, ¡Todos debemos volver a los oficios! Pues no hay tal “arte profesional”. No hay una diferencia básica entre el artista y el artesano. El artista es un artesano exaltado.

¡Por lo tanto creemos un nuevo gremio de artesanos sin la distinción de clases que levanta un muro de arrogancia entre artesanos y artistas! Permitámonos todos juntos desear, concebir y crear el nuevo edificio del futuro. 

 Ese edificio, me repito mientras entro en las austeras habitaciones que alojaron a Klee o Kandisky, no era otro que aquel que armonizaba la arquitectura, la escultura y la pintura en una única forma. El edificio que diseño Gropius se presenta ante el viajero con una rotundidad y honestidad absolutas. La planta asimétrica, los pabellones con diferentes alturas y la sobreabundancia de ventanas que forman cuadrados perfectos, líneas puras, formas geométricas básicas, colores primarios junto al negro, blanco y rojo... todos estos trazos se presentan sin mácula ante un viajero que puede, por ejemplo, completar su experiencia “bauhausiana” tomando una cerveza en la Meisterhäuser sentado en una silla diseñada por Marcel Breuer o, si lo prefiere, alquilar por unos 50-60 euros una de las habitaciones para estudiantes y revivir ese clima de máxima efervescencia cultural comparable, por ejemplo, a la coincidencia sublime de los artistas de Quatroccento en Florencia.

 

También hubo mujeres en la Bauhaus

La Bauhaus tiene poco que ver con los que films como Cabaret o Adiós a Berlín nos han propuesto, es decir, un clima en exceso desenvuelto y jacarandoso. Es cierto que con la entrada de muchas mujeres convertidas en alumnas -ni un sola profesora-, las relaciones entre el alumnado fueron intensas, formándose un buen número de parejas. Lo cuenta la arquitecta Josenia Hervás en un libro extraordinario titulado Las mujeres de la Bauhaus (Ed. Diseño). En aquel centro, las mujeres eran cordialmente invitadas, si bien es cierto que en la primera Bauhaus de Weimar, ellas asistían únicamente a clases menores como técnicas textiles, de vidrio o tratamiento de color. Todavía en aquella época se creía firmemente que las mujeres no tenían el cerebro diseñado para el pensamiento espacial. Y aunque es cierto que las huellas de mujeres como Friedl Dicker, Wera Meyer-Waldeck, Annemarie Wilke, Lena Bergner-Meyer, Lotte Beese o Lou Berkenkamp-Scheper no es comparable a la de sus compañeros y profesores varones, sí es emocionante constatar de qué modo su paso por una escuela como La Bauhaus fue clave para que otras mujeres, en la actualidad, sean referentes mundiales en el campo de la arquitectura.

 

La arquitectura del ciudadano

La visita a Dessau y a La Bauhaus nos revela algo esencial. En los últimos tiempos tiempos hemos asociado la arquitectura con grandes edificios monumentales, con estrellas arquitectónicas o con grandes escándalos relacionados con la corrupción. Y como no es lo mismo construir que hacer arquitectura, en La Bauhaus supieron que la función cultural de una ciudad es educar al ciudadano y ayudarle a disfrutar del lugar en el que vive. 

En esa labor constante de reivindicar la arquitectura no como destinada a una élite que admira y conoce la disciplina, sino más bien como un auténtico resumen del mundo, Dessau disfruta de unos jardines que fueron concebidos precisamente para el ciudadano.

 

Tras la visita a La Bauhaus, nada mejor que terminar esta ruta cultural en el Reino de los Jardines de Dessau-Wörlitz, un complejo paisajista de más de 140 metros cuadrados inspirado por el príncipe Leopoldo III de Anhalt-Dessau, un ilustrado cuyo objetivo radicaba en la transmisión de ideas políticas a través de las imágenes, esculturas y edificios que poblaban sus jardines. Deambular entre estos parajes escuchando la música de un paisano ilustre, Kurt Weill, dota al final de la ruta por Dessau de un aire profundamente melancólico e inspirador para cualquier viajero. En cualquier tiempo.

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