En el espectáculo Ninots conviven Minetti, Un tranvía llamado deseo y el folklore fallero
VALÈNCIA. La protagonista de Ninots es una intérprete que no encuentra su lugar en el escenario por no haber tenido éxito mediático, ser mujer, septuagenaria y migrante. La artista que le da vida, Diana Volpe (Caracas, 1951), es una gran dama venezolana de las tablas, que sí tocó el cielo en su país y, a pesar de haberlo dejado atrás, rebasados los 70, se ha reinventado como directora en Londres y actriz en Segovia y València. Sin embargo, en cada ensayo previo al estreno de esta comedia dramática el próximo 26 de enero en La Màquina, se pone triste.
“El montaje es extraordinario, con mucho brío y música, pero el fondo es lo que es: una actriz que está en otro país, ha alcanzado ya una edad y sigue dándole, sigue creyendo y necesitando el teatro. En ese sentido está cerca de mí, porque no me interesa la celebridad. Me pregunto de dónde surge este apego... Nadie se vuelve famoso ni se enriquece y pasa a la posteridad en este oficio, sobre todo en nuestros países”, comparte acerca de una obra que se ha convertido en una exploración íntima de su vocación.
En el espectáculo, que permanecerá en cartel hasta el 18 de febrero, confluyen la pieza de Thomas Bernhard Minetti y el personaje de Blanche DuBois del clásico Un tranvía llamado deseo. Si en el original sobre un actor en decadencia se remite continuamente a El Rey Lear, en esta mezcolanza, el clásico de Shakespeare ha sido sustituido por el de Tennessee Williams.
La incorporación del personaje, que le supuso un premio Tony a Jessica Tandy por su actuación en Broadway y un Óscar a Vivien Leigh en su adaptación al cine, responde tanto al cambio de género del protagonista de Minetti como al hecho de que Volpe la interpretara tiempo atrás en Caracas.
Entre el público de aquella representación se encontraba la dramaturga Ana Melo, quien firma ahora el texto de Ninots. Dirige otro venezolano, Rafa Cruz.
Diana Volpe fue actriz de telenovelas y trabajó en el cine, pero su casa siempre han sido los escenarios. En 2005 fue reconocida con el Premio Municipal de Teatro. Ha sido integrante del colectivo de repertorio latinoamericano Teatrela, es fundadora del grupo Hebu Teatro, que montó en Caracas propuestas clásicas y contemporáneas, y participó en la creación de la sala La caja de Fósforos, donde Melo se formó.
Ana lleva cinco años en Segovia y le ha escrito varios textos a la que fuera su maestra. Entre ellos, el monólogo Instrucciones para hacer una maleta, “un trabajo titánico” que Diana grabó durante la pandemia en su casa de Caracas asistida por móviles y ordenadores. La pieza pone el foco en una experta en preparar equipajes y revela la influencia que ejerce en el destino de un pasajero el orden en el que coloca cada objeto.
La veterana actriz ha sido una mujer errante por motivos laborales. Su marido es diplomático y junto a él se instaló en Tokio, Nueva York, Washington y Londres. Su último éxodo, no obstante, ha sido a su pesar, motivado por la profunda crisis política, económica y social en Venezuela.
Volpe conoció a Rafa Cruz en España. Trabajaron juntos tanto en la Sala Beckett de Barcelona como en el Teatro Español de Madrid. “Le dije que me venía a pasar un tiempo a Europa, porque mi nieta vive en Londres, y me dijo que me pasara por La Màquina. Empezamos a inventar, como siempre hacemos la gente del teatro, y eso nos mantiene bien”.
El vínculo entre el triángulo de exiliados ha fraguado ahora en una obra que es un homenaje a la resiliencia actoral y trata de responder a una pregunta recurrente en sus conversaciones: ¿por qué siguen dedicándose a las artes escénicas después de tantos años?
Hace dos años, la primera vez que recaló en València durante unas Fallas, no se lo creía. Ha pasado el tiempo, y Volpe sigue impactada. Al principio asistía a la mascletà cinco calles más allá del Ayuntamiento, pero ahora ya se acerca “a sentir el retumbe del piso”. No descarta ataviarse algún día con la indumentaria regional.
“He vivido en muchos países, pero no lo puedo comparar con nada. La parafernalia de la vestimenta, la música, la alegría... no las había visto en ninguna parte. Esta fascinación por la pólvora me tiene muy intrigada. Se lo describo a los amigos y me quedo corta, porque no hay manera de explicarla”, se extiende.
Como su nombre indica, Ninots se ambienta en el meollo fallero. Su protagonista acude a lo que cree un teatro para comenzar los ensayos de una nueva producción, pero el bajo es propiedad ahora de una comisión de fiestas. La actriz asistirá, para su estupor, a los actos y celebraciones cotidianos de un casal fallero. De este modo, además de denunciar la falta de oportunidades laborales para los actores en la tercera edad, la propuesta escénica también señala la precariedad a la que se enfrentan los trabajadores de la cultura mientras, en contraste, el folklore experimenta un empuje como espacio de expresión identitaria.
“Hay que tener cuidado con que el conjunto de tradiciones nos limite. En cualquier parte del mundo pueden convertirse en una prisión dorada”, advierte la artista venezolana.
La protagonista de Ninots también vivió una revelación en Sevilla cuando asistió a la Semana Santa. Hace poco estuvo en una exposición sobre Egipto en Londres y apreció una cultura milenaria que no evolucionó y se quedó estancada. De ahí que animé a que la expresión del arte popular abrace el momento presente: “El sentimiento más vernáculo de cada pueblo ha de expresarse de otras formas y reflejar la España de hoy en día, ser parte de un mundo cambiante. Este es un país que recibe a miles de inmigrantes. Hasta cierto punto es necesario rescatar las tradiciones, ahora bien, esto no es lo que nos define como nación: España es mucho más que su folklore”.
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El proyecto nace de la admiración por el universo de las películas de Fellini y en concreto de ‘Las noches de Cabiria’, a la que homenajean en esta comedia con tintes trágicos escrita por Marc Rosich. Será la primera de las dos piezas del autor catalán en cartelera durante el mes de noviembre