diseño para el pensamiento

Diseño hostil

La búsqueda de la incomodidad como propósito del mobiliario urbano de este siglo no es casual, y esconde verdaderamente un trasfondo de exclusión social.

20/01/2020 - 

VALÈNCIA. Desde hace pocos años a los bancos de los parques les han salido reposabrazos, otros se han reconvertido en sillas de acero de uso individual, algunos asientos públicos parece que se han transformado en instalaciones artísticas, las repisas de las jardineras han sido dotadas de angulosos cantos y el mobiliario urbano en general se ha vuelto más incómodo. Hemos pensado más de una vez en por qué en vez de sentarnos nos fuerzan a apoyar nuestras posaderas en una superficie inclinada o, en el mejor de los casos, en un estrecho banco, pero realmente la respuesta nos ha pasado inadvertida camuflada en que simplemente estaba mal diseñado.

Y es que podemos hacer un mundo mejor gracias al diseño, pero también por culpa del diseño podemos empeorar nuestro entorno, y también nuestra cotidianidad. Si hace unos meses hablábamos de diseño social, aquí os traigo su antítesis, el diseño antisocial disfrazado y justificado con ejemplos de diseño “defensivo” de malos hábitos que oculta verdaderamente un diseño para la exclusión social.

Eso de la foto no son reposabrazos, son elementos colocados con toda intención para impedir que alguien pueda tumbarse. ¿Y quién va a querer tumbarse en el banco de un parque? En efecto, un sintecho. Siempre he pensado que el mejor diseño es el que es invisible, el que desempeña la función para la que fue concebido sin más, sin florituras ni fuegos artificiales. Bajo este planteamiento esos artefactos camuflados de reposabrazos son un excelente diseño ya que el gran público no advertimos su verdadera función, que cumple noche tras noche, y es tan sólo una clase social la que reparará en ellos, una clase social ya de por sí excluida.

Bancos cortos, sillas individuales enfrentadas instaladas estratégicamente en un ángulo que ni sirven para estirar las piernas ni para ponerte frente a alguien, con el objetivo oculto de evitar mostrar la indigencia que las ciudades pretenden esconder.

Lo que subyace aquí no es solucionar un problema, un problema real, un problema mayor, que sería a lo que debería ser la finalidad del buen diseño, sino ocultarlo de la vista. Sigamos apartando a las clases más pobres de las calles hasta que se marchen a una ciudad desprovista de este mobiliario hostil y de estos diseños y soluciones arquitectónicas del demonio.

Como ciudadanas y ciudadanos deberíamos estar muy decepcionados con el despliegue de este tipo de mobiliario urbano en nuestras calles. La plataforma Hostile Design se dedica a recopilar estos diseños contra la humanidad visibilizando y denunciando casos, y el hashtag #HostileArchitecture recoge en Twitter decenas de imágenes de mobiliario de diseño hostil por todo el mundo.

Si abrimos los ojos, una mirada crítica nos hará detectar que tampoco es inocente el uso de metal para el mobiliario urbano cuando antes solía ser de madera. Es una elección de material clave, ya que en invierno el metal se enfría y en bajo altas temperaturas se hace imposible aguantar sentado, un material que limita su uso a minutos, lo opuesto a querer pernoctar. 

Son diseños que discriminan, obstáculos a veces que incluso llegan a convertir como impracticables aceras convirtiéndose en enemigos de la accesibilidad. Hablo de bolardos, de esa especie de elementos decorativos urbanos dejados caer en esquinas o bajo techados, maliciosos sistemas anti-indigencia, diseño hostil que ataca a los más vulnerables en las ciudades y más ahora que llega el frío.

Una curiosa intervención en el suelo de la calle justo frente el escaparate de una tienda cara o un restaurante es una sutil forma de impedir que duerma alguien ahí. Es una forma de echarlo de ahí, utilizando púas como las que se usan para ahuyentar palomas de cornisas. Desde la ingenuidad de nuestra cómoda cama que nos espera en casa no percibimos que cualquier estructura sobre superficies planas al aire libre no son soluciones estéticas ni elementos decorativos sino que ocultan una barrera humana contra otros humanos.

Son todo esto elementos para incomodar, desde los desniveles en superficies hasta agresivas púas pasando por la vuelta del empedrado que evitan a toda costa la superficie plana útil para quien se vea obligado a dormir a la intemperie. Esta sofisticación nos lleva a más soluciones rebuscadas, como pequeñas ranuras en los techados de paradas de autobús para que el agua cuele hasta los bancos en caso de lluvia muy pensado para quienes buscan cobijo más allá de la espera de un bus.

Abramos los ojos. Que no seamos capaces de ver la verdadera función de estos elementos es otro síntoma más de la brecha abierta entre quienes no tienen nada y el resto. Si queremos ciudades mejores esto no pasa por eliminar lo que no nos gusta, sino por vivir, todas y todos, en mejores condiciones. Y ahí, en el bienestar de las personas, el diseño tiene mucho que decir aunque, por desgracia, vemos que también se puede diseñar para el malestar.


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