ESPACIOS LGTB FRIENDLY

El 'ambiente' doblemente desaparecido

Con el cierre del ocio nocturno, el colectivo LGTBIQ+ pierde la oportunidad que ofrece la ciudad para fomentar su sociabilidad respecto a poblaciones más pequeñas, aferradas a una cultura más retrógrada, sociedades envejecidas y rurales que a menudo manifiestan homofobia y transfobia. València se ha convertido en un espacio seguro y hospitalario para gays, lesbianas y personas trans. Pese a eso, la ciudad, antes del covid, vivió el cierre paulatino de muchos locales de ambiente gay y lésbico, que llegó su culmen en los años 90. La normalización de la diversidad sexual ha permitido la desaparición de espacios propios: hoy reivindicamos sexualidades disidentes desde cualquier canal y el ambiente nocturno ha abierto sus puertas a otros públicos.

21/01/2021 - 

VALÈNCIA. Las grandes ciudades se convirtieron, bien entrada la democracia, en el espacio preferente de homosociabilidad, espacios donde hombres y mujeres podían expresarse libremente y llevar a la práctica sus deseos, o iniciaban el largo viaje de la transformación de género sin miedo a agresiones. Aunque hoy en día sigue produciéndose acoso incluso en el ámbito educativo y no existe en absoluto una situación de igualdad en el acceso a puestos de trabajo para personas del colectivo trans, la lucha es mucho mayor en pueblos recónditos donde la diversidad sexual todavía es cuestionada y rechazada.

Los vínculos afectivos buscan siempre la noche; la música y las copas son un aliciente para desinhibirse, acceder a nuevos círculos de amistad y conseguir citas sexuales. Con la pandemia, de hecho, la limitación de relaciones sociales en pubs, fiestas y discotecas está suponiendo un inconveniente para el acercamiento entre personas, el conocimiento y convivencia en espacios tradicionales de ligue. En el ámbito de gays y lesbianas supone un retroceso a los años en los que no había salas de fiestas para la socialización de personas de la misma orientación sexual; aunque hoy internet y las apps de contactos suponen una ventaja. En la era de Grindr y Tinder, la presencia física en bares pierde una de sus funciones.

Uno de los primeros espacios aperturistas en València fue la Ruta del Bakalao, que integró al colectivo perfectamente en la noche, con carteles que reclamaban la atención de un público plural. Así, salas como Barraca, ACTV o Puzzle significaron un impulso a un modelo nocturno diferente. Pocos años después del franquismo, la nochevalenciana permitió el acceso a los modernos, una tribu urbana muy respetuosa que disfrutaba de la música electrónica, invitando a travestis y a la comunidad LTGB de pueblos de alrededor, dando pie también a una libertad que se proyectaba en la forma de vestir, en una vanguardia que en ese momento era inédita en el panorama del ocio nocturno nacional. Supuso la explosión de libertad tras una etapa de represión.

Acabada la Ruta del Bakalao, que sufrió un declive provocado por los controles policiales de excesos, el ambiente gay encontró un nuevo espacio en la ciudad, que en la década de los 80 había iniciado aperturas de locales orientados a público homosexual. El barrio del Carmen vivió una apropiación de la bandera del colectivo, que pronto lucieron locales tan emblemáticos como Venial o La Goulue (ambas en la calle Quart), La Guerra (un cuarto oscuro mítico que hace unos años se convirtió en el pub Víbora). Guiaban una parrilla urbana que confluía entre tendencias de música funky y house con multitud de tiendas de moda, peluquerías y cafés que suponían un espacio seguro para la sociabilidad de personas de la misma orientación sexual.

Mujeres lesbianas y hombres gays participaron en la apertura de locales como el Mos d’Eva (en Zaidía), Monalisa y ADN (en El Carmen), Mogambo (junto al Ayuntamiento), o un lugar paradigmático: De Pas, un pub en Ciutat Vella que, además de ofrecer ocio nocturno, se convertía en búnker cultural y de resistencia lésbica en el año 1985, cuando las mujeres homosexuales sufrían una doble condena al ostracismo; tanto por la falta de visibilidad y normalización como por el machismo vivo en el contexto social y político de la época. En sus fiestas se daban cita centenares de mujeres cada noche, en un espacio de apenas cincuenta metros cuadrados. Hoy, impensable por el contexto pandémico, también ha desaparecido esa voluntad de crear espacios de encuentro. Prácticamente el único pub de València dirigido específicamente al colectivo lésbico es Planet, en Ruzafa.

El Café de la La Seu fue otro de los estandartes del ambiente valenciano, desde 1978 a 2014 ayudó a la visibilidad del colectivo desde la calle del Santo Cáliz, una ubicación emblemática a pocos metros de la catedral, epicentro turístico de València. Con el paso de gente del colectivo por sus mesas, hizo que en la noche valenciana ondeara la bandera LGTBI durante todo el año; en una época en la que todavía no tenían fuerza las reivindicaciones del Orgullo, cuando apenas había espacios receptivos para conversar abiertamente sobre orientación e identidad sexual. Personalidades del movimiento de lucha contra la discriminación a nivel político visitaban a menudo el local. Como Pedro Zerolo, que cuando cuando visitaba València establecía la famosa cafetería y tetería como lugar de reunión y encuentro con representantes de colectivos.

Tras el cierre, bajo la gerencia de José María Segura en sus últimos años, el local restó luz al barrio y prácticamente hizo desaparecer la traviesa curvilínea del callejero histórico, porque quedó con todas las personas bajadas. Pero hace solo dos años el gerente del grupo de restauración La Lola, Jesús Ortega, tuvo la iniciativa de reabrirlo y darle un giro contemporáneo al ir y venir de cafés y combinados que allí se sirvieron históricamente. Así nació Lolita Bar & Cocktail, con un interiorismo art-decó que recuerda la antesala de un teatro de cabaret. La filosofía del local parecía recuperar el ambiente que vivió décadas antes, aderezando las noches con espectáculos travestis, y acogiendo en sus paredes exposiciones de ilustración, fotografía, moda o pintura de temática LGTB.

Por último, en el terreno de las discotecas, aunque en la noche valenciana ya abundan las salas que buscan atraer al público gay y se suman a las causas LGTB, como Piccadilly o Oven, la verdadera decana del ambiente valenciano es Deseo 54, que permanece clausurada por normativa covid, pero lleva ilustrando el devenir del colectivo desde hace un cuarto de siglo. Con el paso del tiempo, la sala de la calle Pepita se abrió a otros públicos, y era posible coincidir en la pista de baile con pandillas de amigos gays, mujeres cisgénero heterosexuales y personas trans, e incluso hombres heterosexuales a los que les gusta la música electrónica y acompañaban a sus amigos gays. Se convirtió en la única discoteca urbana valenciana donde es posible escuchar música techno con buena potencia de bombo, aliñado con gogós y espectáculos visuales.

En definitiva, la ciudad representa un espacio público clave y de significación para lesbianas, gays, bisexuales y personas trans, permitiendo una primera salida del armario a muchas personas, y una muestra de su identidad real ante la sociedad. La noche permite una visibilidad, sociabilidad y construcción de referencias colectivas para las libertades sexuales, evadiendo la violencia que persiste en entornos familiares, laborales y de proximidad. Así, el ambiente ha monopolizado las representaciones y los discursos de lo LGTB y los locales valencianos han dado muestra de la historia de la lucha colectiva, que hoy, forzosamente, cierra sus puertas y lastra las oportunidades de aquellas personas que todavía necesitan un empuje para pronunciarse en público tal y como son.

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