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presenta dos nuevas salas de su colección permanente de los siglos XIX y XX

El Belles Arts pone el broche de oro final a su historia del arte

6/10/2023 - 

VALÈNCIA. El Museu de Belles Arts de València da un paso en la reorganización de su exposición permanente. Lo hace a través de dos nuevas salas dedicadas a la pintura del siglo XIX y XX, que cierran el recorrido temporal de la Historia del Arte que encierra la pinacoteca valenciana. Se trata de 45 obras distribuidas entre una sala de la primera planta del edificio claustral y otra en la tercera (en la segunda está la también reciente sala de las esculturas). Un 60% de las obras colgadas se incorporan desde las reservas del Museo. El 40% restante (18 obras) ya formaban parte del discurso museográfico de la colección permanente del centro en una ubicación distinta. Este nuevo montaje debe mucho tanto el “generoso depósito” de el Museo del Prado como a la colección Lladró adquirida por la Generalitat en 2022. 

El Museu de Belles Arts quiere así poner la guinda del pastel en su relato y, de paso, poner en valor su colección a las puertas de la modernidad, donde ya toma el relevo el IVAM. Por eso, el último lienzo que se ve en el recorrido natural del visitante será el desafío iconográfico del Felipe IV del Equipo Crónica. Una obra que recuerda, en palabras del director del museo, Pablo González Tornel, “que hay un momento en el que debe acabar el discurso del museo”.

Del cuadro histórico a la cruda realidad

El recorrido temático de estas dos salas lo marca precisamente el reflejo de la realidad socio-política española en el contexto artístico del que nacen las diferentes obras. En el caso del siglo XIX, la pintura vive, en una parte importante, de los encargos de la burguesía a pintores.

Pero también fueron los concursos de pintura y las becas la gran fuente de ingresos para los mejores pintores de aquella época. Los certámenes, en el contexto de la construcción del estado-nación contemporáneo y la eclosión del romanticismo, hizo constante las temáticas sobre la guerra. Benlliure, Martínez Cubells, Rosales o Garnelo y Alda ejemplifican, desde diferentes puntos de vista, las hazañas y las miserias de las gestas históricas. No lo hacen solo a través de grandes escenas de batallas, sino también de la elipsis, del retrato de lo que ocurre cuando la batalla se acaba y hay que informar a una familia de la muerte de un cercano.

El periodo de la monarquía absoluta termina, y a España le esperarán cambios bruscos a lo largo y ancho de las tres primeras décadas del siglo XX. A partir de ahí surgen dos movimientos complementarios: el costumbrismo y la pintura social. Dos caras de la misma moneda, dos gafas con las que ver España. Mientras el primero opta por romantizar las escenas cotidianas y llenarlas de una belleza tan ensalzada que llega a la ficción y a lo kitsch, el segundo opta por todo lo contrario, acentuar las miserias de un país que no puede escapar de su cainismo.

De esta manera, la pintura costumbrista acaba siendo, en términos católicos, una tentación; y la social, un examen de conciencia. El costumbrismo, encarnada a la perfección por Joaquín Sorolla, pero del que también son grandes referentes como José Benlliure Ortiz, Antonio Fillol o Francisco Pons Arnau, construyó, en palabras de González Tornel, una “arcadia mediterránea”, donde la luz la huerta se convirtieron en un escenario idílico, a veces de pose (La valenciana) y siempre de felicidad, aparcando la reflexión sobre el trabajo y la pobreza. En este sentido, el folklore funciona como conductor de todo ese discurso, porque es la alegría y la celebración del celebración, un dispositivo desde el que empatizar sin alejarse de la realidad material del sujeto de la pintura.

La sala de la tercera sala es, por tanto, el contrapunto. En 1889, Luis Jiménez Aranda triunfa en la Exposición Universal de París en 1889 con Una sala del hospital durante la visita del médico en jefe. Y entonces, algo cambia. La convulsa España empieza a ser objeto de estudio por la pintura.  El valenciano Antonio Fillol es el gran representante de esta corriente a nivel nacional, con escenas crudas que muestran las consecuencias de la violencia. Un hombre observando a su mujer recién violada, un cadáver desangrándose tras una refriega. Un recordatorio de que, cuando el acto violento termina, queda aún todo por reparar.

La pintura social también abre definitivamente el abanico a diferentes estéticas que operan de manera simultánea. La modernidad llama al puerta y Balbino Giner, Eleuterio Bauset, Horacio Ferrer de Morgado o Rosario de Velasco buscaban, no solo una reflexión sobre el fondo, sino también sobre la forma. Frente a frente, pinturas reflexionan sobre la misma miseria de la Guerra Civil desde dos bandos diferentes.

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