VALÈNCIA. El pasado domingo, visitando la exposición del Monasterio de San Miguel de los Reyes que conmemora el 50º aniversario de la muerte del escritor y periodista José Martínez Ruiz -más conocido por su seudónimo Azorín-, supe de la estrecha relación del autor de Monóvar con el género al que en esta sección llevamos ya unos cuantos meses dedicando palabras y alabanzas. Azorín es uno de los ilustres componentes de la célebre Generación del 98 junto a Valle Inclán, Menéndez Pidal, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, los hermanos Machado o Ramiro de Maeztu, entre otros. Todos mostraron sin reparos una actitud crítica ante la España que habitaban y un gran interés por lo rural, por los paisajes de los pueblos desaliñados de Castilla. Azorín, que es autor de una obra prolífica y variada (novela, teatro, ensayo, periodismo), se convirtió en diputado de las Cortes Generales en el año 1907 por el Partido Conservador y en 1924 fue elegido miembro de la Real Academia Española.
La exposición que presenta el Monasterio de San Miguel de los Reyes recoge las primeras obras del autor. Entre ellas, destaca Diario de un enfermo, el título de la primera novela de Azorín, publicada en 1901. Azorín se desveló como un gran experimentador literario. Su primera novela es un falso diario cuyas entradas van desde el 15 de noviembre de 1898 hasta el 15 de abril de 1900 y se presenta con anotaciones constantes y diversas, algunas entradas sin fecha, otras en blanco... En definitiva, con el acostumbrado caos que acompaña cualquier dietario. Pero, ¿realmente pueden utilizarse como sinónimos 'diario' y 'dietario'? Aunque todas las obras diarísticas poseen algunas características comunes -un registro de lo cotidiano- los diarios muestran la huella de la subjetividad de quienes los escriben, pues ellos se colocan en el centro de tal universo. Los dietarios, por el contrario, tienen una presencia del autor más difuminada; los diaristas aquí reflexionan a propósito de los acontecimientos históricos y sociales de toda una vida.
¿A qué grupo pertenece Diario de un enfermo? Pues, estrictamente, a ninguno de los dos. Como he dicho anteriormente, Azorín simula el diario de un personaje que no es real y que anota con precisión sus crisis personales, su catarsis emocional, sus dudas como artista... El diario es el refugio de ese protagonista que se debate entre una vida íntima y reflexiva y otra dedicada a los libros, el periodismo o la medicina. Esa dialéctica está sin duda inspirada en la propia vida de Azorín que estuvo toda la vida debatiéndose entre vida y arte. Un nihilismo y un spleen (término de origen francés muy cercano a la melancolía y el aburrimiento) azorinianos que trasladará al resto de sus obras:
¿Qué es la vida? ¿Qué fin tiene la vida? ¿Qué hacemos aquí abajo? ¿Para qué vivimos? No lo sé; esto es imbécil; abrumadoramente imbécil. Hoy siento más que nunca la eterna y anonadante tristeza de vivir. No tengo plan, no tengo idea, no tengo finalidad ninguna. Mi porvenir se va frustrando lentamente, fríamente, sigilosamente.
Estoy cansado, fatigado. Siento una laxitud profunda en todo mi espíritu. No odio a nadie. No tengo ansias de nada. Sobre la alfombra, yacen intonsos los libros que me manda, las revistas, los periódicos. No tengo curiosidad de nada. Apenas pienso; apenas si tengo fuerzas para escribir estas líneas. Hundido en un diván, paso horas y horas, días y días.
Una de las grandes virtudes de Azorín es su sencillez en el lenguaje, su concisión. Apenas sesenta páginas ocupan esta primera novela del autor de la Generación del 98 ambientada en tres ciudades: Madrid (la ciudad que representa una ciudad progresista y moderna a la que el personaje principal no se acostumbra); Toledo (representa la ciudad monótona y sosa del pasado) y Lantigua (una ciudad imaginada aunque ambientada en La Mancha).
Tal y como afirma Montserrat Escartín Gual, profesora de la Universidad de Girona, “esta nueva novela azoriniana aparenta ser un diario íntimo como técnica narrativa para romper el esquema del relato decimonónico, lo mismo que hacen otros autores al usar también los géneros del yo (Unamuno elige las memorias en Abel Sánchez o San Manuel, bueno, mártir; Valle-Inclán, en las Sonatas; o Baroja, en El árbol de la ciencia”. ¿De dónde nace esa manía de aupar el yo por encima de todo? Escartín lo tiene claro: “(...) el imperioso deseo de mostrar el yo es uno de los rasgos caracterizadores de la nueva literatura, consecuencia del movimiento rebelde que nace con la Modernidad y que permite entender la elección de la forma genérica del diario y del material autobiográfico como uno de sus gestos provocadores”.
Azorín puede ser considerado, por tanto, uno de los primeros autores en practicar eso que ahora llamamos 'autoficción', un renovador de un género que hace más de un siglo vivió su esplendor. En una de sus obras clave, La voluntad, el alicantino dejó clara su tesis:
(…) ante todo no debe haber fábula. La vida no tiene fábula: es diversa, multiforme, ondulante, contradictoria... todo menos simétrica, geométrica, rígida, como aparece en las novelas.
La obra de Azorín rezuma decadentismo y a ello contribuye la enfermedad y la muerte, las dos grandes protagonistas del relato. Las dos enfermedades de las que constantemente se habla en Diario de un enfermo es la tuberculosis pulmonar -acompañada de la palidez, la astenia o la memoptisis- que padece ella y la enfermedad de la melancolía, el nihilismo y el anteriormente mencionado spleen del protagonista, trasunto del propio Azorín. La muerte y sus símbolos son los dos grandes ejes alrededor de los cuales gira todo.
En la exposición que podrán visitar es posible escuchar la voz del propio Azorín. Una apagada y monocorde que poco tiene que ver con su obra brillante. Ya en 1941, en su libro de memorias titulado Valencia, Azorín dejó claro (o no) quién era y quién había sido.
“Soy otro, soy otro”. O sea: antaño fui un hombre escritor llamado “Ahrimán” y “Cándido”, luego otro hombre escritor que firmaba sus obras con el nombre de José Martínez Ruíz, y después otro, Antonio Azorín, y poco más tarde otro, Azorín a secas, y ahora otro que ya no sé si es ese mismo Azorín en trance de envejecer o alguien más o menos nuevo respecto del que antaño publicó Castilla (…) Todos ellos esencialmente distintos entre sí, todos entre sí, “otros”.