'LA CIUDAD Y SUS VICIOS'

El enigma Port Saplaya: un destarifo o la pequeña Venecia

La urbanización setentera de Alboraya, uno de los grandes hitos kitsch para la sociedad valenciana

11/06/2016 - 

VALENCIA. Para los que somos hijos de l’Horta Nord y flotábamos entre sus campos (de alguna manera huyendo de ellos), frente al mar, Port Saplaya, setentero y kitsch, era un universo nuevo, tan seductor como para parecernos sin saberlo el primer destino vacacional de nuestras vidas. En la línea costera de Alboraya, a la vera de Meliana, encerrándose para sí como una fortaleza de colores frente a la V-21. 

Durante todos estos años, y desde que se levantó Port Saplaya tal que si un oligarca ruso le hubiera regalado una urbanización a su hija aspirante a princesa Disney, he presenciado un debate enconado a la par que discreto entre los que admiraban la belleza de souvenir playero del recinto, elevada a “xicoteta Venècia”, frente a los que simplemente lo entendieron como un destarifo de los grandes. 

“Es un rascacielos de cristal en medio del barrio de El Carme de Valencia, una barraca de abobe en el barrio de La Défense de París y un árbol de Navidad de plástico iluminado made in China en medio de Jardí Botànic”, irrumpe el urbanista Jorge Gil ante la disyuntiva. Eso, amigo fan del Saplaya, eso es el Port.

“Desde un punto de vista arquitectónico y urbanístico, no creo que haya nada favorable que resaltar. La operación urbana responde a un periodo de desarrollo acelerado de la ciudad de Valencia y sus alrededores, donde, probablemente, la mayor ventaja fue el negocio inmobiliario”, señala la Doctora arquitecta Debora Domingo. “Los continuos desplazamientos que provoca su consideración de ‘ciudad vacacional’ suponen un modelo poco sostenible y completamente obsoleto”.

Alicia se ha perdido en este país marino de tintes venecianos. Para los vecinos cercanos verlo de frente, arrimarse litoralmente, era asistir a pequeña escala a nuestras Las Vegas de cabecera, atraídos por aquel exotismo de lo que no nos pertenece para nada ni apenas tiene que ver con el entorno.

“Urbanística y paisajísticamente su calidad es baja porque se plantea como un proyecto cerrado en sí mismo que no consigue mejorar su entorno. Por ello el resultado final no pasa de ser meramente especulativo. Arquitectónicamente, su inspiración en la arquitectura del clasicismo veneciano es anacrónica, desconcertante y kitsch”, acribilla Jorge Gil.

Busco ventajas del Saplaya. “Lo mejor como cualquier marina habitada (con edificación habitacional) es la cercanía al mar y todas las ventajas que tiene como por ejemplo la posibilidad de tener el barco en la puerta de casa. También que es relativamente denso, o al menos más denso que otros esquemas de crecimiento en la costa, y no consume mucho territorio”, desarrolla el arquitecto José Ramón Tramoyeres. “Lo peor sin duda es la estética ultra kitsch y mal articulada que tiene. No me refiero a que esté inspirada en edificaciones tradicionales (parece que se haya pretendido imitar a la costa amalfitana) sino a la forma en cómo se ha hecho”.

Gil aporta otro argumento a favor: “Lo que tiene de bueno es su trama atípica que convierte las vías rodadas en canales y la relación estrecha entre tierra y mar, es decir, entre la permanencia y el cambio, la idea de quietud que transmite la casa y la idea de libertad y aventura que nos evoca un barco en la mar”.

Una viejos leyenda apunta que cuando el entrenador Jose Mourinho pasó por delante de Port Saplaya quiso informarse de que era aquel artefacto. Otro arquitecto, Carlos Salazar, se lo podría haber explicado tal que así: “Para ser conciso yo diría que Port Saplaya es una operación especulativa que se vendió a mediados de los 70 como una fantasía extraña impuesta en un paisaje al que es muy ajeno, algo así como Las Vegas pero con un resultado nada interesante. Quizás hace feliz a alguna gente pero, ¿quién querría vivir pegado a una pantalla insonorizante tras la autovía? Por muy próximo que tengas el mar o un pequeño club náutico el precio a pagar es grande y estéticamente un despropósito. Es una operación desproporcionada y carente de interés, un atentado contra el paisaje”.

Quizá Saplaya, en su exotismo, no hacía más que adelantarse al tiempo de algunos barrios en las grandes ciudad chinas imitando estéticas remotas. El ejercicio de la “duplitectura”, avanza el arquitecto Javier Hidalgo. Una manera contundente de dar gato por liebre laminando la estética propia. “Desde luego -dice- no creo que sea el peor lugar urbanizado de nuestra costa, pródigos como somos los valencianos en nefastos ejemplos, algunos muy recientes, de colonización costera hortera y pelotazos urbanísticos playeros. Sin embargo, y al margen de su indiscutible éxito popular, el’ experimento’ Port Saplaya ha sido sobre todo una oportunidad perdida para reinterpretar los modelos urbanísticos y arquitectónicos característicos de nuestros pueblos marineros en lugar de importar otros foráneos”.

“Port Saplaya está cerca y lejos a la vez, pretende ser una especie de oasis idílico que se queda en caricatura de Venecia”, va acabando Salazar. El arquitecto Miguel Arraiz remacha: “es el conflicto que todo valenciano tiene dentro. Hacemos arquitecturas agradables de vivir, pero que destrozan el entorno. Con la excusa del "qué bien se vive en Valencia" las aceptamos sin mayor crítica. Nos conformamos con lo bueno, nunca con lo mejor y nos apasiona lo ostentoso aunque sea de cartón piedra”.

Qué destarifo de pequeña Venecia.

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