El fotógrafo murciano es uno de los grandes depositarios de la memoria de Valencia, una ciudad que ha retratado desde todos los ángulos posibles, durante más de cuatro décadas
VALÈNCIA. José García Poveda (Mula, 1950), más conocido como 'El Flaco', empezó a interesarse por la fotografía de una forma algo peregrina. En los primeros compases de la década de los setenta, apenas dos años después de comenzar unos estudios de Ciencias Económicas en la Universitat de València que no le pegaban ni con cola, se metió a trabajar en un bar del barrio del Carmen. Se llamaba El Racó y era un lugar de reunión de jóvenes izquierdistas. Él, que se había criado en Murcia como hijo de un alcalde franquista, se empapó pronto de las ideas que circulaban en los ambientes bohemios e intelectuales de la capital del Turia. Es así como acabó trabajando en un aparato de propaganda de la Organización Comunista de España. Se encargaba de producir los panfletos en una imprenta offset semiclandestina oculta en el interior de una librería. “Ahí empecé con la fotografía -recuerda-. Me animé a coger la cámara y a salir con ella por la noche. Aprendí de forma totalmente autodidacta”.
En las más de cuatro décadas que han transcurrido desde entonces, ‘El Flaco' se ha convertido en un importante depositario de la memoria de la ciudad (no en vano, hace seis años fue nombrado Hijo Adoptivo por el Ayuntamiento). Según explicaba el martes Eduardo Guillot, director artístico de la Mostra de València, cuando llegó al festival en 2018 le sorprendió descubrir lo exiguo que era el archivo histórico de fotografías del certamen. La solución a este problema pasó por llamar al Flaco y pedirle que buceara en su caudaloso -y bien organizado- archivo personal, en busca de las instantáneas que tomó desde la primera edición de la Mostra. Medio centenar de ellas se exponen desde ayer en la galería del Tossal: Theo Angelopoulos, Magüi Mira, Fernando Trueba, Irene Papas, Sophía Loren, Michel Legrand, Maribel Verdú, Carles Mira, Victoria Abril, Olivier Assayas, Antonio Resines, Isabelle Huppert… la lista de artistas de primera fila que han posado para él es enorme.
Concertamos una entrevista con ‘El Flaco’ tras la presentación de esta nueva exposición -y ya van unas cuantas- centrada en su obra. Nos sentamos en uno de los bancos corridos de piedra de la misma plaza del Tossal. Es una mañana soleada, y la luz que penetra a través de las hojas de los árboles se proyecta como un encaje sobre la escena callejera. No está ocurriendo nada extraordinario, la estampa es absolutamente cotidiana, pero ‘El Flaco’ interrumpe un momento nuestra conversación para desenvainar la cámara y sacar unas fotos. “Mira qué bonita”.
-Aunque estás oficialmente jubilado, veo que sigues sin separarte de tu chaleco y tu cámara…
-Voy a seguir haciendo fotos hasta que me muera. O hasta que no me funcione el dedo que “clic”. Oficialmente sí estoy jubilado, pero sigo yendo a muchas actividades, sigo colaborando en algún sitio que otro… lo que me deja Hacienda. Aunque ya no estoy en el circuito, me suelen avisar de las convocatorias culturales. Me da mucha rabia cuando me pierdo alguna, porque quiero estar en todas partes.
-¿Te dejas la cámara en casa algún día?
-Siempre llevo una pequeña encima. Hace poco se me murió una que tenía y le hice un entierro porque me había acompañado durante muchos años. Siempre me ha pasado lo mismo. Si salía de casa y me daba cuenta de que no llevaba la cámara, volvía a por ella, porque siempre veo cosas interesantes que fotografiar. Ahora, la sustituyo a veces por el móvil, que también hace buenas fotos, pero no es lo mismo.
-¿Eres muy riguroso a la hora de catalogar y conservar las fotos que has hecho a lo largo de tu vida, o eres de los que abraza un cierto caos?
-No soy excesivamente obsesivo, pero tengo todo el material más o menos organizado, sobre todo el de la época analógica. Con el digital es diferente, tengo un embrollo de cosas y siempre pienso que algún día me tengo que sentar a organizarlo bien. Si me pides una foto, no te la voy a poder dar al momento, pero seguro que en 10 minutos la localizo. Bueno, aunque el otro día me pidieron fotos de Continental [mítico bar de la Valencia de los años 80], y no los encontré porque recordé que alguien me pidió unos negativos y nunca me los devolvió. No se pueden cometer ese tipo de errores. Jamás deben prestarse los negativos.
-¿Qué fotos tienes expuestas en las paredes de tu casa?
-La verdad es que tengo bastantes fotos colgadas en dos pasillos largos. En el salón tengo una en tamaño gigante que estuvo expuesta en “La Valencia del Flaco”; la saqué en 1983. Aparece un hombre en una bicicleta con un cartel a la espalda que decía “Yo contamino amistad, alegría y paz”. Tengo también algunas de mis viajes al Sáhara, a Camboya… Y tengo una foto original del Che Guevara firmada por Alberto Korda, que era mi amigo. También de otros fotógrafos cubanos conocidos con los que mantuve amistad, como Figueroa.
-Has viajado por casi todo el mundo con la cámara al hombro, pero tu relación con Cuba ha sido especialmente estrecha. Algunas de tus fotos más conocidas, como la que le hiciste al Juan Carlos I con el Che y unas mujeres haciendo puros habanos. o la de los niños del malecón, las hiciste allí.
-Los cubanos y las cubanas siempre me han gustado, son gente muy enrollada que lleva mucho tiempo pasándolo muy mal. Incluso si tienes dinero, no encuentras comida. El bloqueo también existe, pero es que ya incluso sin él estarían muy mal. He ido muchas veces a lo largo de los años, pero la última fue en el 99, cuando se celebró la Cumbre Iberoamericana. Tengo pendiente volver porque quiero encontrar a los dos niños que aparecen en la foto del malecón, que es una de mis fotos más queridas y de las más conocidas. Sé que recorriendo Varadero acabaría encontrándolos, porque sé sus nombres, y tengo fotos de ellos cuando eran pequeños junto con sus padres.
-Tus primeras incursiones en la fotografía fueron eminentemente nocturnas. Imagino que tienes muy buenos retratos de los protagonistas de la fauna contracultural y marginal de los años setenta y ochenta. Muchas personas que ya fallecieron, como Olga Poliakoff o Blanquita.
-Siempre me ha gustado mucho la fotografía documental de ambientes y los retratos de artistas. Empecé haciendo fotos a los ambientes nocturnos, discotecas y cosas así para un magazine de Las Provincias que dirigía Miguel Ángel Pastor. Iba mucho por El Negrito o La Marcha, que eran sitios de reunión en aquellos años. Mi archivo parece un cementerio; da un poco de pena porque hay un montón de personas que ahora están muertas. Esto me recuerda que tengo que comprar el último libro de Maruja Torres, que también es amiga; ese que se llama Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo. (ríe)
-Cuando hacías esas fotos, ¿te involucrabas en el ambiente al estilo Larry Clark, o tomabas la posición de fotógrafo observador?
-Hombre no, yo también estaba de un poco de fiesta, sino es imposible aguantar. De todos modos, eso hace mucho que se ha acabado ya (ríe). Ahora solo salgo a la calle de noche de uvas a peras.
-A lo largo de tu trayectoria, en la que has trabajado en medios como Las Provincias, El País, El Sol, Levante o Cartelera Turia, has sido testigo de excepción de la evolución de la profesión periodística ¿Cuál es la situación de los compañeros de profesión ahora con respecto a la de hace treinta años o cuarenta años?
-Te contesto poniéndote un ejemplo de no hace tanto tiempo. Tengo una foto que hice cuando fueron los juicios al ex presidente Paco Campsen la que se ve que estábamos cubriendo el tema unos 30 fotógrafos. Ahora solo se ven a cuatro o cinco. La precariedad de los fotoperiodistas es enorme, pero no es distinta que la que sufre el resto del sector.
-¿Has sufrido algún tipo de censura durante tus años como fotoperiodista?
-No, lo único es que hay veces en las que te autocensuras tú mismo. Por ejemplo, una vez renegué de unas fotos mías, dije que no las había hecho, por miedo. Eran unas fotos que hice sobre el asalto de un grupo de ultraderechistas a la Sociedad Coral de El Micalet [ocurrió en 1994]. Aquello me pilló dentro, e hice fotos de la destroza que hicieron, rompiendo los cristales y de todo. A mí me tiraron un cenicero a la cara que, si me llega a dar, me mata. El cenicero hizo un boquete en la puerta de madera que tenía detrás. Me fui de cara al que me lo lanzó y le di por todas partes. Es que sino, me iba a dar él a mí. Cuando salí del edificio me empezaron a gritar: “¡Te vamos a matar, Flaco!”. El caso es que alguien me traicionó y le dijo al juez que esas fotos eran mías y me llamaron a testificar. Por miedo, dije que no las había hecho yo.
-¿Hay algún terreno de la actualidad que no te ha interesado fotografiar (deportes, toros…)
-Siempre me han gustado más los temas culturales y la posibilidad que me han dado para fotografiar y conocer a grandes artistas. Con algunos he llegado a hacer amistad, como con Joaquín Sabina, que siempre que toca en Valencia me dedica una canción. Sin embargo, temas como el fútbol o los toros no los he tocado mucho. Solo he ido una vez a cubrir una corrida, y me impactó mucho. Mira cómo sería, que hasta el público empezó a llamar asesino al torero, porque no acababa de matarlo. El animal estaba moribundo, pero él no paraba de meterle estocadas sin matarlo. Tengo una foto del toro levantando la cabeza y mirando al torero como diciendo “¡Mátame ya, cabrón!”. Aparte de esa vez y de alguna corrida de pequeño a la que me llevó mi padre cuando era alcalde de Mula, no he ido nunca más a una plaza de toros.
-¿Cómo llevábais en casa las conversaciones sobre política?
-No había afinidad, porque él al fin y al cabo era un alcalde franquista. Recuerdo cuando me pilló, siendo yo adolescente, escuchando Radio Pirenaica en casa. Él llegaba a casa del trabajo y me vio junto a la radio. Se quedó flipado y cogió un mosqueo que no veas. Me prohibió escuchar la radio durante mucho tiempo (ríe)