La campaña de 2016 parece haber tenido efecto, y este año ha aumentado la presencia afroamericana en los Oscars
VALENCIA. El pasado martes se dieron a conocer las nominaciones a los Oscars de este año. Un día de la marmota sobre el que no vale la pena detenerse en exceso, habida cuenta de que es un espectáculo en el que la industria se premia a sí misma, se alegra de haberse conocido y vende al resto del mundo que quedarse toda la noche en vela para averiguar en directo cuantas estatuillas se lleva La La Land (Damien Chazelle, 2016) tiene algún sentido. Porque parece que ese va a ser todo el suspense en esta edición, visto el éxito de la película en los Globos de Oro y el discurso nostálgico que enarbola, tan del gusto del Hollywood más conservador. De hecho, esta vez el asunto promete ser tan aburrido que parece que ni siquiera habrá controversia que anime las semanas previas a los premios.
Como el lector recordará, en 2016 Spike Lee animó el cotarro denunciando que la Academia (mayoritariamente blanca y masculina) había ignorado a los actores afroamericanos en las nominaciones. Igual que en 2015. Aducía, además, que había candidatos de sobra: Idris Elba (Beasts of No Nation), Will Smith (La verdad duele), Michael B. Jordan (Creed), Samuel L. Jackson (Los odiosos ocho)... Incluso una película como Straight Outta Compton (F. Gary Gray, 2015) solo optaba a mejor guión. Los actores Chris Rock y Jada Pinkett Smith encabezaron el boicot negro contra unos premios bajo sospecha, aunque no faltaron quienes lo vieron desde otro ángulo. La veterana Charlotte Rampling, nominada por su papel en 45 años (45 Years, Andrew Haigh, 2015), tildó la campaña de racismo contra los blancos: “Puede que los actores negros no merecieran estar en la recta final”. Ella sí estaba nominada.
Este año, Rostam Batmanglij, del grupo Vampire Weekend, ha acusado a La La Land de homófoba, por no incluir ningún personaje gay, y de racista, por ofrecer una visión demasiado parcial del jazz. “La gente de color presente en el guión no importa de verdad en la historia: John Legend [que interpreta a un músico de jazz] actúa muy bien, pero, ¿qué es su personaje? Un vendido que hace música pop horrible. Los negros inventaron el jazz, ¿pero ahora necesitamos a un blanco para salvarlo y conservarlo?” No sería la primera vez que el cine usurpa la cultura afroamericana, así que el debate está servido. Y lo cierto es que a Batmanglij no le falta ni pizca de razón, aunque los que señala son los menores problemas de una película edulcorada, con escasos números musicales de relevancia, un guión de parvulario y un discurso rancio y acartonado que no se salva ni con suntuosos movimientos de cámara ni con espectaculares gamas cromáticas. Sería, por tanto, una sorpresa mayúscula que no lo gane todo.
Eso sí, a la vista de las nominaciones de 2017, parece que los académicos han aprendido la lección, y la presencia afroamericana es abundante. Habrá que ver si también testimonial. Muchas de la producciones raciales destacadas de la temporada que optan a alguna estatuilla están ya en cartel en nuestro país o llegarán en breve. Entre las primeras, Figuras ocultas (Hidden Figures, Theodore Melfi, 2016), que narra la historia real de tres brillantes mujeres científicas negras que trabajaron en la NASA y cuya contribución fue decisiva para poner en órbita con éxito al astronauta John Glenn a comienzos de los años sesenta, en plena carrera espacial con la URSS y en medio de la lucha por los derechos civiles. Tan bienintencionada como condescendiente, aborda el problema del racismo con la indolencia con que lo habría hecho Disney, reduciendo el conflicto a la simple anécdota y salvando las profundas diferencias entre los personajes amparándose en el patriotismo que les une. No importa el color de la piel cuando se trata de trabajar juntos contra el enemigo comunista. En Figuras ocultas, los negros no toman nada por derecho excepto si los blancos se lo permiten, y un film que pretende denunciar una situación de desigualdad acaba por ser una manera de lavar la cara de todos aquellos que la permitieron.
No es, desde luego Arde Mississippi (Mississippi Burning, Alan Parker, 1988). Ni en su denuncia del racismo ni en el modo en que aboga por combatirlo, a base de esfuerzo, constancia y de las pequeñas conquistas que la supremacía blanca concede. En todo caso, ha servido para que podamos valorar las prestaciones interpretativas de la cantante Janelle Monáe, a quien también podremos ver, en un papel mucho más breve, en Moonlight (Barry Jenkins, 2016), que se estrena en España el próximo 10 de febrero y que, desde luego, es una cinta bien diferente. Cuenta la historia de un hombre negro concentrándose en tres momentos clave de su vida: Infancia, adolescencia y madurez. El protagonista es un niño introvertido que vive en una zona conflictiva de Miami y sufre acoso escolar. Posteriormente le acompañaremos en el descubrimiento de su sexualidad y en una etapa adulta en que parece haberse creado una coraza, pero en realidad sigue albergando las mismas dudas.
Un film que podría equipararse a Boyhood (Richard Linklater, 2014) en su recorrido por la trayectoria vital de un personaje, pero que no busca la filigrana narrativa, sino trazar el complejo retrato de un ser humano en conflicto, poniendo el acento en los traumas que configuran su crecimiento y en sus dificultades de desarrollo emocional. Barry Jenkins no evita cierto esteticismo en las formas, pero no recurre a subterfugios. Ni juzga ni redime a su protagonista, solo le acompaña en un viaje apasionante, con uno de los mejores finales de los últimos años. Un retrato sutil y lleno de matices de un hombre vulnerable con el que es fácil identificarse, y aunque hay que insistir nuevamente en que La La Land es la favorita para todo este año (y el récord de nominaciones lo confirma), en la producción de Moonlight interviene Brad Pitt, a quien no faltan contactos y amistades en la industria.
Además de Figuras ocultas y Moonlight, un tercer título de sabor afroamericano entra en la liza por la mejor película. Se trata de Fences (con estreno previsto el 24 de febrero). Es la tercera película como director de un Denzel Washington que además ha logrado una nueva nominación como actor (ya ha ganado dos), hecho que no sorprende al verla, ya que ha sido concebida como un vehículo para su lucimiento. También el de Viola Davis (opta a mejor actriz de reparto), pero en mucha menor medida. Washington adapta la obra teatral de August Wilson ambientada a finales de los años cincuenta y protagonizada por un padre de familia que lucha contra los prejuicios raciales (recoge basura, pero se queja porque solos los blancos pueden conducir los camiones) al tiempo que trata de sacar adelante a su familia. Un papel a la medida del actor (ya lo interpretó en Broadway), que despliega todos sus recursos llegando incluso a sofocar al espectador, que se ahoga fácilmente ante su verborrea y su particular código de conducta. El film respeta al máximo su origen teatral y circunscribe la acción casi por completo al interior y el patio trasero de una vivienda, eludiendo la posibilidad de mostrar acciones que quedan fuera de campo, como en el texto. Lastrado por su excesiva duración, contiene valiosos apuntes sobre la época y plantea conflictos morales de interés, aunque los resuelve siempre por la vía emocional.
Aparte de las ya comentadas, las tres películas citadas cuentan con otras nominaciones. Barry Jenkins, por ejemplo, opta a mejor director por Moonlight, que además ha situado a Mahershala Ali y Naomie Harris en la carrera por el premio a mejores actores de reparto, donde compite también Octavia Spencer (Figuras ocultas). Fences, Figuras ocultas y Moonlight son mayoría en la categoría de guión adaptado. Y entre las candidatas a mejor documental está I Am Not Your Negro (Raoul Peck, 2016), donde el escritor James Baldwin cuenta la historia del movimiento afroamericano en la América moderna, como una extensión fílmica de su libro inacabado Remember This House. Y, atención, se cuela también en esa categoría, marcando un interesante precedente, OJ: Made in America (Ezra Edelman, 2016), la miniserie de ESPN sobre uno de los personajes más controvertidos de la reciente historia estadounidense. La situación este año es casi de paridad. Lo que después voten los académicos (sería interesante saber cuántos de ellos son negros) ya es cosa suya.
Solo queda por consignar otra nominación negra de relevancia. La de Ruth Negga como mejor actriz por su papel en Loving (2016), la magnífica última película de Jeff Nichols, actualmente en cartel. El film se basa en la historia real de Mildred y Richard Loving, una pareja que se casó en Virginia en 1958 y que a causa de la naturaleza interracial de su enlace (el, blanco; ella, negra) sufrió diversos arrestos y un exilio que se prolongó durante diez años, hasta que gracias a su caso la Corte Suprema de Estados Unidos puso fin a toda restricción legal del matrimonio basada en la raza. Una historia que ponía en bandeja a un director más convencional regocijarse en todos los tópicos asociados al cine sobre el racismo; sin embargo, Nichols prefiere plantear una película más sutil, que analiza sus consecuencias en el ambiente de quienes lo sufren. Aquí no es tan importante quiénes denuncian a la pareja, como el modo en que afecta la situación a su entorno y la semilla de miedo e inseguridad que crece en el matrimonio. Negga logró gracias a su interpretación el premio de la Asociación de Críticos Afroamericanos, además de nominaciones al BAFTA y el Globo de Oro.
Y si los Globos de Oro dan la medida de lo que puede suceder en los Oscars y, por extensión, en la industria, cabe recordar que en la edición de este año hubo abundante presencia negra. Series como Black-ish (Kenya Barris, 2014), American Crime Story (Scott Alexander y Larry Karaszewski, 2016) o Insecure (2016) estuvieron representadas en los galardones, mientras se espera el estreno de la segunda temporada de Atlanta (2016), creada por Donald Glover, protagonizada por dos primos afroamericanos que se introducen en el mundo del rap y de planteamientos más realistas que The Get Down (2016), el bluff de Netflix dirigido por Baz Luhrmann. Y no ha entrado en liza por los Oscars, pero se llevó dos premios en Sundance, El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, Nate Parker, 2016), que llega a España el 17 de febrero. Adopta el punto de vista de Nat Turner, un predicador y exesclavo que, tras presenciar innumerables atrocidades, lideró una rebelión contra la esclavitud en Virginia, en el año 1831. Después de su estreno (hace justo un año) y a raíz de la polémica racial de los Oscars 2016, se daba por seguro que aparecería entre las nominadas, pero al final se ha quedado fuera. Con o sin ella, en esta ocasión las candidaturas visibilizan como corresponde la aportación afroamericana a la cosecha cinematográfica del año. Aunque todos los premios se los acaben llevando dos blanquitos que aspiran al estrellato en una ciudad de cuento de hadas (y sin negros).