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pintura, palabras y recuerdos

El mar, Manuel Vicent y Joaquín Sorolla

El Año Sorolla clausura sus actividades en València con una gran exposición en Fundación Bancaja en la que la emoción une el trazo del pintor y el relato de Manuel Vicent

4/10/2024 - 

VALÈNCIA. “También yo fui uno de aquellos niños que navegaba en un barco de papel. En mi memoria ha quedado varado aquel barco que fabriqué, tal vez, con la hoja del cuaderno escolar. A lo largo de mi vida no ha habido un barco más seguro, más resistente a la hora de enfrentarme a las más azarosas travesías […] Era un barco que nunca naufragaba”. Junto a estas palabras, una imagen, la de un niño jugando en la orilla de la playa del Cabanyal, en un día soleado, tratando de hacer navegar un balandro en miniatura. Entre ambas escenas, una literaria y otra pictórica, han pasado más de cien años, un siglo de diferencia que, sin embargo, parece mantener el mismo pulso de aquel mediterráneo que pintó con maestría Joaquín Sorolla y que, ahora, relata el escritor Manuel Vicent. 

Es ese mar de atardeceres rojos y alma profunda y oscura que cantaba Joan Manuel Serrat el que se convierte en punto de encuentro de ambos artistas, unas aguas que sirven como hilo conductor de la exposición En el mar de Sorolla con Manuel Vicent, que desde este viernes se puede visitar en Fundación Bancaja. La muestra, que hace algunos meses se vio en el Museo Sorolla de Madrid, llega a València con casi el doble de obras, algunas inéditas o raramente vistas, y una propuesta novedosa en torno a la obra de un Sorolla sobre el que han corrido ríos de tinta. Pero, ahora, no es solo su visión la que prevalece, sino también la de un Manuel Vicent que ha ejercido un comisariado literario que no busca un acercamiento académico a la pintura del valenciano, sino emocional. 

Es esta aproximación, que el escritor enfrenta desde el recuerdo, lo que provoca una relación que esquiva la distancia temporal que les separa y supera las cuestiones formales. El trazo importa, la escritura también, pero en este puente entre uno y otro lo que prima es la vivencia. “La pintura de Sorolla, la de verdad, es la que no se ve. Lo que está detrás de ese cuadro es el verdadero Sorolla”, expresó el escritor durante la presentación de la exposición, en la que estuvo acompañado por el presidente de Fundación Bancaja, Rafael Alcón, y por el director del Museo Sorolla y comisario artístico, Enrique Varela. El juego va, pues, de sentimientos, de conexiones, dos relatos que va en paralelo y que conectan ese mar que pintó Sorolla, a veces gozoso y otras veces duro, con las vivencias de un Vicent que van salpicando todo el recorrido a modo de textos en los que combina reflexiones y vivencias propias. 

“Los cinco sentidos son las únicas vías del conocimiento. Antes de llegar a la verdad me he visto obligado a pasar por una sucesión de sonidos, olores, reflejos, tactos y sabores. Desde el primer momento he sabido que estaba condenado a ser un escritor superficial, puesto que solo la superficie de las cosas me causaba un vértigo creativo. Me fascina que toda la verdad esté en la primera capa de la piel. En este sentido, el mundo de Sorolla me ha permitido ver con nitidez el fondo de ese Mediterráneo como mar interior que uno lleva en la memoria”, relata Vicent en uno de los textos que danzan con las distintas obras expuestas, en este caso acompañando a algunas de las luminosas marinas en las que reflejó la costa de Xàbia, que visitó por primera vez en 1896 y describió como “inmensa” a su mujer, Clotilde. “Supera a todo”. 

“El mar está representado en sus pinturas con tal maestría que ha conseguida que la luz y el color de él sea la auténtica luz y color del mediterráneo para tantas personas”, subrayó Alcón durante la presentación de la exposición. En este relato se tejen las visiones del mar de cada uno de los artistas, pero también sus propias biografías, recuerdos en los que Manuel Vicent ha ido buceando hasta dar con aquellas escenas de su memoria que se miran en esas pinturas, como aquel primer acercamiento a una València “aplastada por la dictadura” en la que gracias al tranvía uno se podía conectar con “esa línea azul que era la libertad”, o su traslado a Madrid, que también se convirtió en hogar del pintor y su familia. “Ser de València se asume cuando no estás en València, cuando la recuperas a través del deseo, los sueños o el recuerdo”, relató Vicent. 

Esta mirada al mediterráneo pasa por esa infancia gozosa y despreocupada o por ese punto de encuentro de la burguesía de la época, unos veraneantes que fueron uno de los grandes focos en la pintura de Sorolla. “Allí había bailes y cinematógrafo, polisones, sombreros jipijapa y trajes de baño con rayas de avispa”. Pero ese mar como marco del disfrute, también como fuente de espiritualidad, es la cara de una moneda que también muestra otra realidad más cruda, la de los trabajadores que faenaban en las playas valencianas, una orilla que era sinónimo de trabajo para muchos, en el que cabían las “miserias y las pasiones de la mar, las blasfemias o silencios humillados”. 

Este mar obrero, en el que, además, pone especial acento en el rol de las mujeres, es también un espacio político, unas aguas que han sido escenario de enfrentamientos desde hace siglos y que hoy sigue mostrando su peor cara. “Ese mediterráneo donde ha ocurrido lo más glorioso de nuestra cultura es también un sarcófago […] es un mar ensangrentado”, reflexionó el autor durante la presentación. Esa dicotomía, ese mar de guerras y gozo, ese punto de encuentro y de desencuentros, es también, pues, uno de los espacios de reflexión de un Manuel Vicent cuyas palabras no solo describen los trazos de Sorolla sino que los traen al presente. 

Con esta exposición concluyen en València las acciones vinculadas a la conmemoración por el centenario del fallecimiento de Sorolla, una última exposición que supone un ambicioso broche final que se suma al legado en el que desde hace una década trabajan en Fundación Bancaja, que con este supera la veintena de exposiciones en torno al pintor. “El centenario de Sorolla no se necesitaba para reivindicarle, hay conmemoraciones que se utilizan para sacar de la oscuridad o poner en valor un artista que ha pasado desapercibido, con Sorolla esto no era necesario, es bien conocido y reconocido. Nuestra ambición no era reivindicar o recuperar, sino celebrarle como uno de los grandes genios del arte universal”, subrayó por su parte el director del Museo Sorolla. 

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