tendencias escénicas

El Principal rescata una comedia de Calderón de la Barca sobre una princesa que viaja en un castillo volador

La compañía Nao d'amores presenta este espectáculo donde los actores hacen las veces de músicos y escenógrafos

15/01/2025 - 

VALÈNCIA. Medio en serio, medio en broma, la directora de escena Ana Zamora asegura que solo de pensar en montar El alcalde de Zalamea le da un patatús. La fundadora de la veterana compañía Nao d’amores se hace cruces con la insistencia en llevar a las tablas una y otra vez los mismos textos dramatúrgicos de nuestro acervo cultural. “Toda nuestra herencia está por descubrir. Hay una responsabilidad ética si queremos entender nuestra cultura en global y nuestro pasado escénico”, aduce. 

Este ahínco le fue recompensado en 2023 con el Premio Nacional de Teatro "por su recuperación del patrimonio teatral español medieval, renacentista y prebarroco durante más de 20 años al frente de Nao d’amores, con excelentes resultados y acercándolo al gran público". 

El espectáculo con el que visita este fin de semana el Teatro Principal es, sin embargo, una excepción. Después de 16 montajes con la mirada puesta en piezas anteriores al XVII, se vuelca por primera y asegura que última vez en el Siglo de Oro. Las razones de esta incursión residen en un profundo vacío en el colectivo de profesionales procedentes del teatro clásico, los títeres y la música antigua que integran su compañía: el fallecimiento de la que fuera su directora musical durante dos décadas, Alicia Lázaro. 

“Era nuestra primera obra tras su muerte. Después de 20 años colaborando con una especialista con una entrega bárbara, no podía volver a trabajar sobre músicas que ya había abordado con ella, teníamos que saltar a otro mundo. Era un buen momento para cerrar un ciclo y abrir otro, e introducir el universo barroco nos obligaba a trabajar con otros referentes no tan propios de Alicia”, explica Zamora.

El Barroco mira al Renacimiento mirando a la Edad Media

La rareza escogida es El Castillo de Lindabridis, una obra cortesana de Calderón de la Barca estrenada en torno a 1661 en el Salón Real de Palacio durante el reinado de Felipe IV y Mariana de Austria. Para escribir la pieza, El autor de La vida es sueño y El médico de su honra se inspiró en la novela de caballerías Espejo de príncipes y caballeros de Diego Ortúñez de Calahorra, publicada en 1555, pero que remitía a la Edad Media. 

La comedia cortesana se caracteriza por un lenguaje poético elaborado y la presencia de música, danza, disfraces y seres fantásticos. Su protagonista es una princesa que para heredar el trono de Tartaria, debe casarse con un caballero que pueda vencer a su hermano Meridián en un torneo. Para conocer al marido que mejor se ajuste a sus necesidades, la heroína viaja por el mundo en un castillo volador. 

“Ha sido un reto muy nuestro, porque somos una compañía especializada en extraer lo mejor de cada tiempo, y cuanto menos transitado, mejor. Lo que no entiendo es por qué no hay bofetadas por querer montar una obra de Calderón que habla de una princesa que va en un castillo que vuela. Es modernísima”, se sorprende la directora.

El resultado es que Nao d’amores, en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, lleva a escena en el siglo XXI una trama de temática caballeresca en la que el Barroco se descubre a sí mismo a través de un Medievo soñado por el Renacimiento. 

La convivencia entre estos cuatro tiempos históricos funciona, en palabras de la responsable de esta versión, “divinamente”. Zamora cita al poeta Luis Rosales, quien afirmaba que no hay pasado, presente ni futuro, sino que todo se encuentra siendo, para destacar la difuminación en la obra de las fronteras entre los espacios y las épocas. 

Una princesa guerrera y un personaje transgénero

No es la primera vez que en una entrevista le citan El castillo ambulante, la película de anime de Hayao Miyazaki. “No sabía ni que existía, porque vivo en mi universo primitivo, pero hay muchos referentes, hasta la idea de hacernos castillos en el aire”, responde, señalando que la idea ni siquiera fue invento de Calderón, pero lo que le interesa es la transposición que el escritor español realiza de la novela renacentista.

En la extrapolación a su propia época teatral, la protagonista, que en los cuentos de princesas hubiera estado aguardando, pasiva, a ser rescatada de su hechizo en su torre de cristal, sale a resolver sus problemas ella misma en su propia nave espacial. 

“Evidentemente, el teatro clásico no puede ser feminista, porque pertenece a un tiempo y a un contexto, pero hay maneras de entender que se está avanzando y personajes apasionantes como Lindabridis, que recorre el mundo espada en mano”, se maravilla Zamora.

Su viaje se articula como un recorrido heroico que la lleva de ser princesa medieval, esperando a un caballero andante que la libere, a dama barroca, “ya a un paso de nosotros”, que pilota su propia nave en la búsqueda de una resolución activa a su problema de sucesión. “Su viaje es pura evolución en la búsqueda de su propia identidad”.

Otro personaje que a la directora artística de Nao d’amores le entusiasma es el de Claridiana, una dama que se viste de hombre, da muerte a un hombre bestia y llega a enamorar a Lindabridis. “Imagínate ver en aquella época las piernas de una actriz en pantalones, sería algo de una sexualidad subida -se ríe Ana Zamora-. El mundo de la transgresión transgénero ha gustado mucho en nuestro Siglo de Oro y se puede leer como una manera de intentar abordar territorios que no nos pertenecían a las mujeres, como una resistencia a conformarse, desde las propias doncellas guerreras de los romances hasta hoy mismo, en que seguimos intentado que nos dejen hacer de todo”. 

Vuelo con truco

El juego palaciego de aires carnavalescos concebido por Calderón de la Barca forma parte de un momento de la historia teatral donde en la corte de Felipe IV trabajaban los mejores escenógrafos del planeta, traídos muchas veces de Italia, de modo que los espectáculos constaban de complejos sistemas de juego escénico. La documentación consultada por Zamora apunta a que “como buen teatro cortesano” se daría un despliegue artificios voladores, pero, desgraciadamente, no quedan figurines ni bocetos de artilugios.

En la coproducción han intentado darle la vuelta: “Mantenemos la idea barroca de la transformación y lo lúdico en escena, pero no es teatro lírico -no estamos en el Teatro Real, donde subes y bajas cuatro articulaciones de plataformas-, esto es un montaje de teatralidad muy básica y primaria”.

Al público se le invita a entrar en la convención y hacer mover el castillo en su imaginación. A lo largo de la representación, asisten a su construcción con elementos de la propia escena, donde se trabaja con madera y los trucos quedan a la vista. “Es una percepción lúdica artesanal, donde no se intenta engañar al espectador y espectadora, sino que se espera que deje volar su mente, como tienen que suceder las cosas en el teatro”, considera la responsable de esta versión.

Las transformaciones escenográficas son un gran juego desvelado, donde se ve a actores y actrices ajustar el tornillo para que, por ejemplo, aquello que era un tablero de juego en el suelo se convierta en la cueva del fauno. No hay maquinistas escondidos, como tampoco se relega a los músicos al foso. 

“Aunque no trabajemos con pretensión arqueológica, sí hay una coherencia: la música estaba pensada en el mismo momento de composición del texto, de forma que siempre trabajamos con la integración de la música en escena, porque nacía de la mano del teatro”, argumenta Zamora.

No por casualidad, en la ficha de las propuestas de Nao d’amores todo el elenco figura como intérpretes, sin diferenciar a actores de músicos. De hecho, cuando arrancan los ensayos, la mayoría no sabe de qué personaje o personajes se va a hacer cargo. La dramaturgia está hecha a medida de los integrantes del colectivo. 

“El concepto de compañía no está de moda en estos tiempos, porque para poder sobrevivir uno termina siendo freelance, ya que el negocio es complicado, pero nosotros hemos decidido que somos un equipo artístico y eso nos lleva a un mundo de sentimiento de familia”, se reivindica una necesaria anomalía en la escena teatral española, practicante de puro teatro contemporáneo agarrado con uñas y dientes a los autores primitivos de nuestra herencia cultural.

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