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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV 

Epidemia audiovisual sobre el "penúltimo" conflicto entre capitalismo y Estado de derecho en EE.UU

Son los guardianes de la democracia, pero en lo que llevamos de siglo hemos visto cómo unas elecciones a la presidencia se resolvían de forma un tanto oscura, llevaron a la guerra al país con obscenas mentiras como pretexto, todas ellas constatadas como tales, su mercado financiero eludió a los reguladores y desencadenó una crisis de hipotecas que arrastró a todo el mundo y, ahora, ha quedado patente que el sector farmacéutico manipuló la agencia del medicamento estatal con puertas giratorias para enganchar a opiáceos a millones de personas

15/01/2022 - 

VALÈNCIA. Si uno lee obras de divulgación sobre drogas, como las del difunto Escohotado, encontrará con facilidad que la adicción a los opiáceos siempre ha sido el gran obstáculo que han encontrado sus comerciantes para colocarlos en los mercados. De hecho, la heroína, que estaba a la venta en farmacias hace un siglo, venía con esa carta de presentación: no es adictiva, como la morfina. El Boston Medical Journal, cita el autor en su Historia general de las drogas, declaraba: "posee muchas ventajas sobre la morfina (...) No es hipnótico; no hay peligro de contraer hábito". El creador de la sustancia, H. Dreser, había descubierto que podía tratar con heroína a los morfinómanos y abandonaban su hábito: "La heroína es una sustancia libre de propiedades formadoras de hábito, de muy fácil uso y, sobre todo, la única capaz de curar en poco tiempo a los morfinómano".

Más adelante, fueron saliendo estudios empezaron a encontrarle defectos. Si se usaba un cuarto de gramo diario, en cinco semanas se podía desarrollar síndrome de abstinencia "leve". Escohotado señalaba: "Es difícil negar que Bayer, Merck, Parke Davis y otros muchos laboratorios mintieron al público en un momento u otro". Pero durante un cuarto de siglo, se vendía sin receta en farmacias. En 1910, en Nueva York se consumieron diez toneladas. Sin embargo, las tasas de adicción que se registraban con la libre circulación de la droga eran del 0,5 por 100 de la población. Luego llegó la prohibición, y cambió el perfil del consumidor, pasó de ser de clase media a ser de clase trabajadora o marginal, y se inició el tráfico de drogas como lucrativo negocio clandestino. Siguiendo con este autor, en su Aprendiendo de las drogas, subraya que la OMS, en 1988, afirmó: "del 50 al 80% de los enfermos ingresados en hospitales no recibe suficiente medicación analgésica para evitar sus padecimientos, por culpa de las restricciones legales que obstaculizan el empleo de opiáceos enérgicos".

Es en este contexto en el que apareció la estrategia de Purdue Pharma con su Oxicodona y OxiCotin. Un opiáceo con el que se pretendía dar servicio a los pacientes que sufrían dolores crónicos. El truco estaba en haber obtenido del regulador estatal una frase en el prospecto que indicaba que el riesgo de adicción era muy bajo, menor al 1%, gracias a un sistema de absorción retardada del medicamento una vez se había ingerido. En 1928, como se ha dicho, los estudios sobre la heroína concluían que el síndrome de abstinencia aparecía con el uso de un cuarto de gramo diario durante entre cuatro y cinco semanas. Es decir, quien haciendo uso recreativo de la heroína acaba convirtiéndose en un adicto incontrolado, necesita consumir la sustancia de manera sistemática durante un mes. Eso es lo que explica que, pese a la leyenda, la mayoría de la gente que prueba la heroína no acaba enganchada. Sin embargo, si ese consumo sistemático necesario para desarrollar la adicción es el que te prescribe el médico, es una trampa mortal. No hay margen para el sentido común del usuario.

En Estados Unidos, a finales del siglo pasado Purdue Pharma logró introducir un opiáceo en el sistema en esas circunstancias tremendamente peligrosas para el paciente. No contentos con ello, el ánimo de lucro les llevó a aumentar la base de potenciales consumidores arreglándoselas para que se prescribiera este medicamento también para dolores leves. Un simple dolor de muelas podía hacer que el médico recetase al paciente un consumo de opiáceos suficiente, en tiempo y cantidad, para que desarrollase una adicción física.

El resultado es conocido, la llamada epidemia de opiáceos estadounidense. Entre 1999 y 2020, aproximadamente un millón de personas han muerto de sobredosis. En España, la media durante la última década, en su punto más alto, fue de mil muertes al año con un 15% de la población estadounidense. Algunos casos saltaron a los medios por la fama de las víctimas. Tom Petty, que ya había sido adicto a la heroína, murió de sobredosis tratándose un dolor de cadera. Phillip Seymour Hoffman, que también era heroinómano, llevaba dos décadas sobrio hasta que pudo conseguir opiáceos con unas recetas. Prince murió de una sobredosis de fentanilo que había conseguido con recetas a nombre de otra persona...

Este fenómeno extraordinario e histórico en Estados Unidos, y que se ha visto agravado por la pandemia y el confinamiento, ha llegado ya a las pantallas. Desde hace tiempo hay varios documentales en las plataformas habituales y una serie de gran calidad, Dopesick, de Hulu, que aquí comercializa Disney +. En nueve capítulos, el director Danny Strong cuenta la peripecia de los fiscales y la agente de la DEA que se consagraron para detener a Purdue Pharma. El contraste con los despachos lo pone Michael Keaton, que interpreta a un médico rural, de un pequeño pueblo minero, que prescribe OxyCotin a los trabajadores que van a su consulta convirtiéndolos en adictos e, incluso, él mismo termina también enganchado.

Dopesick es una buena serie del género juicios, aunque al final no haya ninguno. Explica muy detalladamente todas las facetas de la estrategia comercial de características criminales de esta gran empresa, propiedad de la familia Sackler, grandes mecenas de los museos de arte más importantes del mundo. El punto original que tiene, además de su enfoque como historia coral a todos los niveles, es uno que no aparece en los documentales. La crisis del OxyCotin se desencadenó cuando alguien en la agencia estatal del medicamento (FDA) aceptó su documentación sobre el producto y permitió escribir en el prospecto que se convertían en adictos menos del 1% de sus consumidores, una cita errónea de la carta de un médico a una revista científica. Esto no ocurrió porque en la FDA contratasen inútiles, sino porque el que lo admitió, luego mediante puertas giratorias pasó a ser empleado de Purdue por casi medio millón de dólares anuales. En la serie, cuando la agente de la DEA se estampa una y otra vez contra la cabezonería de los responsables de la FDA, descubre que tratan bien a Purdue a ver si les cae una oferta también a ellos.

En cuanto a documentales, en Netflix destaca El farmacéutico. Está a medio camino entre el true-crime, la presentación de un personaje atípico y la explicación de la crisis de la epidemia de opiáceos, en este caso en Nueva Orleans. Trata de un hombre que perdió a su hijo, drogadicto, por asesinato e investigó el caso por su cuenta encontrando al culpable. Cuando luego empezó a ver en su farmacia cómo se prescribía OxyCotin de forma masiva, volvió a ejercer su papel de héroe ciudadano y detective. Los testimonios de la propia DEA dicen que era un pesado, pero al final, gracias a él, se pudo clausurar una clínica que prescribía opiáceos por toneladas. Su distrito tenía el índice más alto de sobredosis del país. Los adictos recorrían 300 kilómetros para ir a esta clínica, hacían cola durante días durmiendo en el coche. Es interesante este documental porque pone el foco sobre las clínicas que, después de este incidente, se multiplicaron por todo el país, sobre todo en Florida donde una laxa legislación lo permitía.

Otro reportaje que ha obtenido reconocimiento es El crimen del siglo, de HBO. Dividido en dos partes, la primera explica el caso del OxyCotin, con lo que se recomienda verlo antes que la serie Dopesick para luego no perder detalle de su intrincada trama, y la segunda habla de un caso todavía más extremo. En plena fiebre por el OxyCotin, la empresa Insys Therapeutics logró colar en el sistema fentanilo. En su caso, también mediante sobornos a médicos. El desarrollo del producto les llevó a poner en el mercado una piruleta de fentanilo. El accionista mayoritario de la empresa, John Kapoor, que se define a sí mismo como "emprendedor" en varias escenas, que había aparecido en la lista de millonarios de Forbes, fue condenado a cinco años de cárcel.

Además de conseguir que los médicos prescribieran un medicamento para cuidados paliativos a personas con pequeñas dolencias, logró también que se estableciera un sistema para que los seguros médicos autorizaran el pago de estas recetas. El método se aprovechaba de otra grieta del capitalismo sin control. Los seguros tenían automatizada con Inteligencia Artificial la gestión de solicitudes de cobertura de tratamientos. Si se decían una serie de palabras concretas, se conseguía el pago del fentanilo. Las peticiones se realizaron de forma masiva desde consultorios creados solo con este fin.

En 2022, Netflix tiene planeado el estreno de otra serie dramática sobre la epidemia, Painkiller, con Matthew Broderick y Uzo Aduba. Ahora ya se trata de dar vueltas sobre lo mismo. Ha nacido un nuevo género. Hace tres años, en 2018, La Noche Temática de La 2, echó un documental bastante esclarecedor. Doctor Feelgood, sobre William Hurwitz, médico condenado por haber recetado en exceso en Virginia, donde transcurre la mencionada serie Dopesick y zona cero del problema. El enfoque sobre los pacientes con dolores crónicos insoportables ya no es tan fácil de encontrar en los documentales y series contemporáneas, y quizá sea el quid de la cuestión. Como ocurre con tantas otras materias en Estados Unidos, y Hurwitz era de Harvard, se aprovecha un colectivo desfavorecido, víctimas o enfermos para actuar de forma puramente psicópata, ya sea por ánimo de lucro o para alcanzar cierta posición.

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