Para los amantes de las artes escénicas, julio y agosto son los mejores meses para visitar la capital de Flandes, por la coincidencia con el festival Zomer van Antwerpen
VALENCIA. En agosto de 2010, cerrada la primera edición de las dos en las que participé como integrante del equipo de comunicación del Festival VEO, partí en pos de dos marionetas gigantes a la ciudad de Amberes. Con su entusiasmo contagioso, la directora artística de la hoy extinta muestra internacional de artes escénicas, Mariví Martín, había movilizado a un reducto del equipo para tantear un festival veraniego llamado Zomer van Antwerpen. La intención era mirarnos en aquel modelo, pero no con la intención de extrapolarlo a Valencia, sino con la idea de tomar nota de cómo se las habían apañado los belgas para anclar el hecho escénico a la ciudad.
La escapada al hogar de Rubens y Van Dyck era la primera de un seguido de visitas a otros festivales ejemplares. De hecho, antes de pisar la primera meta, ya nos habíamos marcada la segunda. Nuestro próximo destino, en el verano de 2011, sería la isla holandesa de Oerol, donde se programa otra cita escénica trabada a su entorno. Así que allá íbamos, a apilar ladrillos para nuestro castillo en el aire. Pero VEO desapareció. Así que Amberes fue el principio y el fin de aquella romería.
“Al igual que en esos festivales, en Valencia también trabajábamos sobre espacios no convencionales, sacábamos el teatro de las salas –recuerda Martín-. Esos viajes podían darle herramientas al equipo para observar cómo se construye una manera diferente de vivir el teatro en la ciudad, porque lo complicado es la convivencia entre el espacio urbano y el hecho escénico. No vale meter teatro en cualquier lugar, sino que hay que estudiar las posibilidades del entorno, su naturaleza, su urbanismo, su manera de relacionarse con el mar…”
Zomer van Antwerpen arrancó en 1993 con motivo de la capitalidad cultural de Amberes. Y desde su concepción, el festival se amoldó a las características de la urbe portuaria. El resultado es un evento único por su simbiosis con la ciudad en la que acontece.
La llegada ya fue prometedora. En el trayecto en bus desde Bruselas coincidimos con la directora artística de Panorama (otro extinto festival, éste en Olot), Tena Busquets. La acompañaba su hijo de nueve años, iniciado en el teatro contemporáneo de bien crío. Cuando a la llegada a la ciudad flamenca, reparó en un par de familias de judíos ortodoxos -ellos tocados con kipá o sombrero, indumentaria negra, barba desaliñada y patillas en tirabuzón; ellas con peluca o tichel, chaleco sobre la camisa y falda hasta el tobillo- se giró a preguntar a su madre si aquello era una performance.
El instruido retoño estaba al tanto de que nos dirigíamos a un festival que toma las calles, pero desconocía que en Amberes se concentra una de las mayores comunidades de jaredíes de Europa.
Sus miembros se dedican en gran medida al motor económico de la ciudad, el procesamiento y tallado de diamantes. El año de nuestra visita, la película Diamante de sangre (Edward Zwick, 2007) ya le había sacado los colores a una industria que se inhibía de los numerosos casos de comercio ilícito de piedras preciosas, que redundan en la financiación de las guerras de Sierra Leona, Liberia, Angola o la República Democrática del Congo. De ahí la gran cantidad de carteles en los escaparates de las joyerías, en los que se aseguraba al turista que aquellas joyas no procedían del engarzado de diamantes de sangre.
Tras curiosear desde las ventanas del autobús, nos instalamos en el Zero Stars Hostel. El hotel en cuestión es un edificio de oficinas de un complejo fabril habilitado por la organización del Zomer van Antwerpen para invitados y artistas. Cada cama de su padre y de su madre, con iglúes en el exterior que hacen las veces de habitaciones exclusivas... Todo un ejemplo de coexistencia, reciclaje, feliz chifladura y arte urbano.
El principal acicate del viaje era la presencia en la programación de la compañía francesa Royal de Luxe, un grupo de inventores, acróbatas, metalúrgicos y poetas que factura sueños hiperbólicos en un hangar de Nantes. Su especialidad es el teatro al aire libre, para el que no escatiman en el tamaño de sus protagonistas ni en el de los accesorios que los humanizan.
Arrancaron en 1979 y, en la actualidad, la marca de la casa son los espectáculos itinerantes de larga duración, en los que durante tres días relatan un cuento contemporáneo a la ciudad que les acoge.
La obra con la que visitaron Amberes en 2010 se titulaba El buzo, su mano y la Pequeña Giganta, y contaba la historia de un gigante al que conquistadores de otro mundo habían capturado. La leyenda contaba que tras cortarle la mano, la corriente se lo llevó y acabo sumergido al fondo del océano. Su sobrina, la Pequeña Giganta, fletó un buque para ir en busca de su tío.
Los miles de espectadores que ocupamos las vías de Amberes aquellas tres jornadas fuimos siguiendo las pesquisas de ambos personajes hasta su conmovedor encuentro. Es complicado describir la emoción que despertaban aquellas criaturas mecánicas, de 11 y seis metros respectivamente. Resultaba impresionante observar cada uno de sus gestos, cada paso, cada expresión facial…
En nuestra espera frente al puerto, donde miles de personas arremolinadas anticipaban el arranque del espectáculo, entablamos conversación con un grupo de belgas. Aunque ya habían transcurrido cuatro años desde la última visita de Royal de Luxe a Amberes, sus hijos adolescentes, entonces niños, todavía recordaban al sultán de las Indias que en 2006 recorrió las vías a lomos de un elefante mecánico.
Y es que asistir a un macroespectáculo de calle de los franceses es lo más parecido a reencontrarse con el niño maravillado que fuimos.
Una audiencia boquiabierta presenció como el buzo surgía de debajo de las aguas del río, a su sobrina desplazarse en triciclo, prepararse para la lluvia con un chubasquero amarillo, lamer una piruleta, peinarse la melena antes de dormir hasta la mañana siguiente…
Las titánicas marionetas eran accionados con mecanismos de poleas y cuerdas por hombres vestidos con libreas rojas. Y así y todo, teniendo frente a nosotros a los artífices de su vida animada, era como visionar a seres míticos.
Como detallan los responsables de Royal de Luxe: “Aunque la historia sea anunciada, el público no conoce el desarrollo de cada día y debe ir a buscar al gigante esperando lo que va a ocurrir. El gigante está manipulado a la vista del público por un equipo de actores, todos vestidos de rojo, el pelo desordenado, el ojo negro y las pantorrillas desnudas. Frente a ese gigante, estos simpáticos personajes recuerdan a los liliputienses de Jonathan Swift y aumentan el aspecto imaginario fantástico. Son ellos los que provocan movimientos e insuflan la respiración y la vida gracias a poleas y cuerdas”.
El espectáculo no tenía un programa previo anunciado. Cada día había que entrar en la web o buscar en la prensa dónde acudirían los gigantes, lo que sumaba un mayor componente lúdico a la propuesta.
Royal de Luxe ha visitado Zomer van Antwerpen hasta en ocho ocasiones. Y esto es posible, como subraya Mariví Martín, por voluntad política: “Todos los recursos de la ciudad se pusieron al servicio de la obra. Para una movida de tales dimensiones era necesario involucrar a todas las instituciones. Éramos en torno a un millón de personas moviéndonos por las calles. Hubo que cortar la circulación de la ciudad, coordinar a todas las fuerzas de seguridad, establecer un sistema de evacuación, una asistencia sanitaria…”.
El fin de semana se completó con otros tres espectáculos, una premonitoria puesta en escena documental sobre la situación de los refugiados titulada Haven 010, de las compañías Arsenaal y Walpurgis, la vertiginosa propuesta de circo aéreo Epycicle, de CirkVost, y Zonsondergang, una iniciativa del festival en la que el protagonista es el espectador. Y que consistía en sentarse a contemplar la puesta de sol en una grada instalada y orientada hacia el punto donde se pone el astro rey por el río Schelde. “Esa estructura es un ejemplo fundamental de cómo pueden dialogar el concepto de lo escénico y la ciudad más allá del teatro. Se instaló el primer año e implica convertir el acto de mirar el crepúsculo en un hecho escénico en sí mismo”, argumenta Mariví Martín.
La guinda a aquel viaje fue el espectáculo del atardecer.