VALÈNCIA. El mundo de los espectadores se divide en dos. Los que lloran porque no ha habido series herederas de Los Soprano, The Wire, A dos metros bajo tierra y Mad Men y los que creen que sí o no las han visto y les da igual. Si usted pertenece al primer grupo, andará ya calculando en plan Borges cuánto tiempo de vida le queda y cuántas veces podrá volver a ver estas series sin hartarse de ellas.
Un servidor acaba a ver The Wire recientemente por segunda vez. Diez años después de la primera. La percepción ha cambiado, pero en muy pocos detalles. Me volvió a enganchar más que la heroína, me ventilé temporadas de cinco en cinco capítulos y tuve problemas laborales por robarle horas al sueño. Ya saben aquel lema de "un capítulo más y me voy a dormir". Muy cerca de los Acuerdos de Munich en la lista de mejores chistes de todos los tiempos.
Entre los cambios de opnión, encontré que la segunda temporada, que entonces me pareció una obra maestra de la cinematografía universal, ya no me entusiasmó tanto. Sin embargo, la cuarta, la que está centrada en la escuelas, me dio la impresión de ser lo mejor que aportó la serie en todos los aspectos. Curiosamente, es la temporada en la que McNulty mantiene un perfil bajo. Se ha vuelto "bueno" y casi no sale porque en lugar de investigar casos borracho a las cuatro de la mañana, se dedica a ver la televisión con su pareja en casa y no chupa minutos.
Yendo al quid de la cuestión, Rafael Álvarez, guionista de la serie, que también trabajó en sucesos en el Baltimore Sun, señaló años después que todo lo que se denunciaba en The Wire había ido a peor en cinco años. Y ponía el foco en un asunto: "los colegios públicos de mierda para los pobres". En 2016, Marc Tucker, presidente del National Center on Education and theEconomy manifestó, según citó el Washington Post: "la clase obrera estadounidense está entre las peor educadas del mundo".
Investigando un poco la cuestión, me he encontrado un suceso televisivo curioso. El 10 de septiembre de 2006, se estrenó la cuarta temporada de The Wire en Estados Unidos. Ese capítulo que comienza con una pandilla de niños de barrio que va al cole y que, al cabo de trece episodios, habrá visto sus vidas cambiar para siempre. Durante esas trece horas y media, se pondrá en cuestión el sistema educativo estadounidense. Pues bien, unos días antes, el 1 de septiembre, la cadena ABC emitió, en su programa 20/20, como Informe Semanal, un documental dedicado al sistema de enseñanza estadounidense con un título demoledor: La estupidez en América (Stupidity in America)
El programa 20/20, que empezó en 1978, ya no es lo que era, dicen algunas reseñas, pero, cuando menos, es atrevido. En España sería absolutamente imposible que una cadena nacional lanzase la siguiente pregunta en su programa de información destacado: "¿Por qué somos tan tontos?"
El documental tenía como percha los test de nivel escolar en los que Estados Unidos salía en posiciones modestas. Al redactor le indignaba particularmente estar por debajo de la República Checa, Polonia y Corea del Sur, naciones que reúnen las circunstancias para tener sistemas educativos mejores que cualquiera, pero al hombre, por lo que fuera, se le atragantó el dato por los estereotipos que tendría él o su público de esos países.
Las primeras imágenes de aulas estadounidenses claman al cielo. Los chavales subidos por las mesas, gritando, nadie escucha a nadie. Aparece una clase vacía y preguntan dónde están los chicos. Les contestan que en casa porque ya es viernes. En otra ocasión, no han ido porque está lloviendo. Alumnos entrevistados comentan que dormir en clase es habitual y, cuando se despiertan, se van a fumar marihuana.
Y de nuevo otra pregunta "¿Es cuestión de dinero?" Entonces se cita el caso de un colegio de Kansas City al que se le aumentaron los presupuestos y los resultados, paradójicamente, fueron a peor. Bajaron el nivel. El motivo, que habían gastado el dinero en una piscina y un gimnasio.
El documental luego pone como ejemplo los colegios con modelos de enseñanza alternativos que con menos dinero enseñan mejor, aunque los métodos que aparecen son los de hacer que se diviertan aprendiendo. En otros, los alumnos son responsables de todo. Hasta tienen que organizar el comedor ellos mismos. Y cabe citar el modelo más curioso, bastante interesante, que consiste en pagar a los niños en metálico por cumplir con sus obligaciones como estudiantes.
En España, en términos generales, la calidad de la enseñanza depende del nivel de segregación de pobres/ricos que tenga el centro y del número de alumnos por aula, entre otros factores, pero eso no se lo plantearon como alternativa.
Curiosamente, como están obligados a enviar a sus hijos a centros de su distrito, implícitamente esta cuestión aparece. Vemos cómo padres fingen residir donde no residen para enviar a sus hijos a colegios de barrios mejores donde se aplican programas que dan mejores resultados. Un inspector aparece llamando puerta a puerta en cada dirección de cada alumno para ver si realmente viven allí. El tío se mete hasta las habitaciones buscando juguetes del chaval para confirmar que vive donde dice que vive.
Pero, en esencia, todos los problemas del sistema educativo público americano estaban en "el monopolio", según denunciaban. Los profesores tenían demasiado poder y, al no ser posible elegir centros, no había competencia entre ellos. Si un profesor no hacía bien su trabajo, o si había cometido excesos sexuales -aquí sacan a uno que ponía vídeos porno a sus alumnos- era muy difícil echarlos y recibían cuantiosas indemnizaciones difíciles de abordar. Todo el problema era del "monopolio" y de la "falta de competencia". Hacían ver que los alumnos de la pública se perdían a profesores que también eran youtubers y demás cosas fantásticas de la enseñanza basada en aprender a aprender divirtiéndose y jugando. Para apoyar su denuncia de rigidez e ineficacia del sistema público, el documental recurre a Obama y su dilema de si enviar a sus hijas a la pública o a la privada. Se decidió por un colegio exclusivo.
Es curioso que luego The Wire, a lo largo de la temporada que comenzó una semana después, no centrase ahí su crítica. Solo coincidía con el documental en lo absurdo de orientar la enseñanza a que los alumnos aprendan a pasar los test de nivel que salvarán el culo a la escuela en las estadísticas. Pero el principal problema que ponía de manifiesto la serie era la desigualdad y los recursos con los que se combaten sus efectos.