Mientras sus compañeros de generación creaban ‘start-ups’, los ideólogos de estos negocios apostaron por el romanticismo de la ropa de segunda mano. Y hacen el camino a la inversa: del entorno digital –donde han triunfado a golpe de ‘sold out’ y montones de ‘likes’– a la calle. En València, los dos nuevos destinos de los cazatesoros ‘vintage’ han crecido fuera de ruta. Hablamos de Lakajade, en Benimaclet, y Reusado, con sede en Xúquer, que pronto abrirá un establecimiento en Ruzafa
VALÈNCIA. Para descubrir si en una ciudad duermen más que turistas se recomienda identificar algunos elementos. Dícese de la familia con el carrito de bebé, la señora o el señor que pasea al perro o la ropa colgando de los balcones. Para constatar que estás en el barrio joven y (por qué no decirlo) de moda en cualquier lugar del mundo, buscarás una cafetería en la que pedir tostadas de aguacate, un cristal de escaparate que, en realidad, pertenece a un coworking con sillas que replican a la James Wood; y más de un par de tiendas vintage. Ocurre que para aquellos que, por obligación laboral o mera conversación, se dedican a radiografiar los barrios y los segmentos de población que los habitan, tienen los establecimientos de ropa de segunda mano como parte sintomática de que se está ante zona de los llamados hipsters. Un término y concepto quizás ya anticuado, incluso denostado para quienes los responsabilizan del aumento de los precios del alquiler. En València, está claro que muchos atribuirían este retrato a Ruzafa o a El Carmen. De un tiempo a esta parte, con la saturación de ambos barrios, la mirada se dirige fuera. Causalidad o casualidad, los dos nuevos templos de la ropa vintage en la ciudad se han gestado fuera del circuito de compras tradicional. Se trata de dos negocios que, aunque concebidos en parte por millennials, se sustentan por la generación Z, que compone gran parte de su público e inspiran buena parte de sus estrategias de venta. Que, por cierto, son un éxito.
La andadura de Lakajade empezó en 2014 de una forma tan amateur que su evolución pilló por sorpresa a sus ideólogos, Gonzalo Laca (Trujillo, Perú, 1990) y Mireia Sánchez (Valencia, 1991). Un día, hablando por Skype, estos “apasionados de la moda y las tendencias”, como se describen, se vinieron arriba y se lanzaron a vender moda en la red social más usada por su generación. “Nos subíamos a la terraza a hacer fotos de la ropa y las publicábamos. Nuestros seguidores nos escribían cuando les interesaba una prenda, nos intercambiábamos datos bancarios y nos realizaban el pago. Después, nos acercábamos a correos a enviar los paquetes y vuelta a empezar. Lo vivimos con mucha ilusión. Éramos dos niños que jugábamos a vender ropa por Instagram. Fue increíble estar ganando dinero con fotografías que hacíamos nosotros mismos y ver cómo nuestro público iba creciendo tan rápido. El siguiente paso fue profesionalizarnos y, con ello, llegó todo el tema fiscal, que aunque nadie lo cuente, es una movida. Y así, poco a poco, fuimos adentrándonos en el mundo empresarial real. Empezamos a ser conscientes de que teníamos en nuestras manos un negocio emergente poco explotado en España en el entorno online. Dejamos nuestros trabajos de entonces y apostamos por ello”. Él había estudiado Ciencias Políticas, ella, Bellas Artes, pero el cambio de rumbo estaba claro. “Nunca hubiéramos imaginado que esto se volvería nuestra profesión a día de hoy. Y mucho menos imaginamos que se convertiría en la revolución en que se ha convertido, elevando la moda vintage al punto que merecía e inspirando a muchas otras tiendas online de segunda mano que están emergiendo hoy en día. Si hace cinco años nos dicen que media España se pelearía por nuestras piezas no nos lo creemos”. En su web, responden a una media de 170 envíos semanales. Tienen proveedores en Inglaterra, Italia, Alemania, Holanda y España, donde viajan para seleccionar personalmente el producto. En 2018 abrían un punto de venta en Benimaclet y, actualmente, sin contar la red de colaboradores (han trabajado, por citar algunos nombres, con Enric Roig, Realmente Bravo, Héctor Pozuelo, Nacho Errando o Adriana Roslin), son cuatro personas implicadas de manera continua en el proyecto.
“Éramos dos niños que jugábamos a vender ropa por Instagram. Fue increíble estar ganando dinero con fotografías que hacíamos nosotros mismos y ver cómo nuestro público iba creciendo tan rápido” (Gonzalo y Mireia, de Lakajade)
A la pregunta de qué tiene Lakajade que la haga destacar de entre todo el entramado de tiendas de segunda mano de València, incluso de España, la respuesta, posiblemente, sea un posicionamiento estético. “Desde el principio tuvimos claro que queríamos hacer las cosas de forma diferente. Teníamos la sensación de que se estaba tratando la ropa vintage como algo sin demasiado valor, simplemente, como piezas de segunda mano. En el sector, primaba más la cantidad a la calidad. Nos inspiraron siempre otro tipo de tiendas y marcas como Supreme, Carhartt o Palace, con las que nos sentíamos identificados por su filosofía y su manera de vender” y, con esa premisa, decidieron crear imágenes con la que presentan al mundo la ropa en su tienda online o en Instagram. La producción que hay detrás de éstas es tan grande y exigente como la de las firmas de moda convencionales, con la diferencia de que, en su caso, solamente disponen de una pieza por modelo al tratarse de prendas únicas. “Muchos lo veían una locura”, pero funcionó. Aunque esas prendas se vendan, las imágenes y su proyección esteta queda ahí. “Para nosotros, la estética es clave. Sabemos que una buena imagen es parte fundamental en un negocio y es, básicamente, lo que hemos estado haciendo durante todo este tiempo: vender a través de imágenes. Por eso, en Lakajade cuidamos desde nuestro logo hasta el aspecto de nuestra web, nuestro packaging, las fotografías, los vídeos, la decoración de la tienda física o los modelos de nuestras fotos”. Respecto a estos últimos, afirman: “Preferimos buscar perfiles genuinos que nos resulten peculiares a través de las redes sociales o incluso por la calle, no tanto en el mundo del modelaje profesional. Incluso hemos llegado a dar nuestra tarjeta en fiestas cuando hemos coincidido con personas de estilo muy auténtico y con mucha actitud”.
Sin embargo, ese catálogo de fotos que reflejan un marcado carácter urbano –en su constelación de referencias aparecen The Blaze, Dengue Dengue Dengue, Kali Uchis, Dellafuente, Tyler The Creator, C Tangana, Agorazein o The Colors Show, además de la cultura skate en general– esconde, a su vez, la creación de un marco referencial para una nueva escena joven valenciana, poniendo en valor la propia ciudad, sin nada que envidiar de otros escenarios como Barcelona, Berlín o Los Ángeles. “La mayoría de nuestras fotografías se realizan en Valencia. La amamos y creemos que está poco aprovechada. Siempre estamos buscando sitios que nos resulten llamativos y curiosos. Hemos hecho trabajos en la Universidad Politécnica, en los Jardines de Monforte, en el Espai Verd de Benimaclet, en Heron City, en el Puig de Santa María, en el MuVIM, en el Paseo de la Alameda, en los exteriores del Palacio del Marqués de Dos Aguas, en el Rastro del Mestalla, en el Café de las Horas o los Polígonos de Rafelbunyol o Alboraya”, aseguran. En este sentido, sobre Benimaclet, donde sitúan su reducto, declaran: “Para nosotros es el barrio ideal, nos parece una zona de resistencia de la ciudad que mantiene su esencia de colectividad y de ambiente juvenil. Creemos que es un barrio perfecto para bienvivir alejados del centro y el estrés de la ciudad en su término más amplio, pero a la vez con una oferta cultural muy rica y en continuo crecimiento”.
Aunque James Prankerd (Bristol, Reino Unido, 1996) cita a Alex Sendra (Dénia, 1994), Víctor Moya (Dénia, 1995), Jaume Moya (Dénia, 1999), Amir Ghana (Gandía, 1995) y Carlos Pardo (Valencia, 1997) como los nombres detrás de Reusado, el poderoso relato que acompaña a esta emergente tienda de segunda mano es suyo. Dice así: “Desde los 16 años, vendía en los mercadillos de mi pueblo [Pedreguer] con mi padre. Él siempre se ha dedicado a la venta ambulante y es algo que he mamado desde pequeño. Recuerdo que en esos mercadillos siempre me compraba ropa de segunda mano de nuestros vecinos. Me fascinaba el hecho de poder vestir de marcas que me gustaban, pero a un precio menor”. Emancipado, en 2016 inauguró su e-commerce para vender los artículos que él mismo seleccionaría. Antes había hecho alguna prueba. “Usaba Wallapop, y tenía como tienda y almacén mi propia habitación. En cosa de un año, se me quedó pequeña y era lógico dar el paso a un bajo comercial y empezar a tomármelo en serio”. Desde el principio quiso ser transparente. Como a la hora de decidir cómo llamaría a su marca. “Nunca he sido fan de los nombres que no corresponden con la realidad o que intentan camuflarla. Un día, hablando con mis colegas, en mi piso, se me pasó por la cabeza. Me parecía una buena manera de definir exactamente qué es lo que iba a vender”. De hecho, de alguna manera reniega del término ‘vintage’. “Nunca me ha gustado demasiado llamar así a todo lo que es de segunda mano. Siempre estoy en busca de buena ropa para venderla a un precio menor que las tiendas convencionales, independientemente de los años que tenga la prenda en cuestión. Tenemos abrigos de The North Face de hace 2 ó 3 temporadas y chaquetas de Nike de los años 70. Cualquier pieza que me guste, sea vintage o no, es válida para ofrecerse a través de mi página”, asegura. Además, se presenta como una opción sostenible. “Reutilizando ropa no contribuimos al fast fashion”, defiende.
“Mi proyecto se llama Reusado porque vendo ropa de segunda mano. Nunca he sido fan de los nombres que no corresponden con la realidad o intentan camuflarla” (James Prankerd, Reusado)
De las firmas de moda urbana o streetwear, en Reusado han integrado la estrategia de venta drop en su tienda online. “Consiste en lanzar cada día a la venta un grupo de prendas. Los más rápidos son los que llegan a poder comprar las mejores”. Tiene sección propia en su web y engancha: consigue fidelizar a su público, que ronda los 20 años, que entra con asiduidad a su página a ver si se hacen con lo mejor de ese último drop. Esa lealtad es impropia para la generación Z, de quienes se dice que son poco fieles a las marcas. Para esta técnica de venta, hay dos personas dedicadas exclusivamente a su gestión: Jaume y Amir, que preparan los drops diarios, es decir, seleccionan 140 prendas al día y las publican en el site, “además, también se encargan de su planchado”, comparte James, que ha conseguido formar y mantener a un equipo de cinco profesionales. “Los ingresos son suficientes para pagar todos los gastos e invertir constantemente en la ampliación del proyecto”, concede. Ese crecimiento al que hace referencia culminará este mismo año, cuando a sus almacenes en la calle Zarra, en la zona de Amistad, sumarán un nuevo espacio físico: esta vez, sí, en Ruzafa. “En la primera fase del negocio necesitábamos de alquileres razonables. Se ha demostrado que cuando tienes un buen producto, la gente va a buscarte donde sea”.