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CRÍTICA

Estrenando a Kurtág: Les Arts acierta con 'Fin de partie', lo último del siglo XXI

31/10/2020 - 

VALÈNCIA. Puestos a programar ópera contemporánea, asunto obligado de un teatro público de ópera, realmente Les Arts ha acertado trayendo Fin de partie, pues constituye el estreno en España de la obra más importante de la producción del muy laureado György Kurtág, y es tan contemporánea como que se estrenó hace menos de dos años en la prestigiosa Scala de Milán, donde, por cierto, peligra la Prima de San Ambrosio, por el asunto de la pandemia. Toquemos madera por ellos, y por nosotros.

Y poca madera se oyó ayer en el foso de la sala principal del Reina Sofía, porque la partitura del húngaro, está escrita más bien con notas para viento y muy variada y afinada percusión, destilando el más puro y genuino estilo del autor, que a sus 92 años brindó una música diferente, rasgada y entrecortada, de trazo discontinuo, estridente, repleta de aristas y estallidos, de melodías truncadas, de sucesivos glissandos combinados con matices exacerbados para chillidos, bostezos y silbidos, con staccatos en competición con largas notas y silencios atronadores, golpeada, desprovista de frases..., y todo ello envuelto en un minimalismo estresante, de contrastes disonantes, y entregado a una ordenada atonalidad.

Como dice Javier Monforte, su música expresionista huye de la proporción, de la belleza, y se recrea en lo desgarrador y, en ocasiones en lo triste y lo feo. Comprendo que Fin de partie no guste al ministro de cultura, quien ayer, en el estreno, hizo un desplante y sin mirar al tendido; y también a muchos aficionados, quienes aprovechaban los cambios de decorado a telón bajado para abandonar el evento. Daba pena ver ayer la sala principal casi vacía, solo ocupada en una cuarta parte del aforo entre las medidas sanitarias impuestas por la autoridad, y las otras medidas tomadas motu proprio. Kurtág, que reside en Budapest no vino ayer porque está muy mayor. Así se ha evitado un disgusto. Seamos positivos.

Tullidos y confinados

El libreto de Fin de partie también lo firma György Kurtág, trayendo el texto reducido, pero de forma muy literal, de la obra homónima de Samuel Beckett, maestro del teatro del absurdo. En esta ópera no pasa nada. Todo es absurdamente ortopédico. No hay trama, más allá de la que se deduce de los miedos, y manías expresadas tanto en los monólogos inconexos, como en las conversaciones para el reproche entre los cuatro personajes tullidos, todos ellos deformes en lo físico y en lo psicológico. Todos esperan confinados el desenlace de su deriva de espiral claustrofóbica.

Foto: MIGUEL LORENZO/MIKEL PONCE

El reparto es el mismo que estrenó la obra en el Teatro alla Scala en noviembre de 2018, y que además tuvo la fortuna de recibir los mejores consejos del propio autor. El dominio de la situación por parte de los cuatro es tremendo, obteniéndose un resultado más que convincente en lo musical y en lo escénico. Destaco la musicalidad de todos, siempre con afinación certera, tempo justo, y emisión limpia sin llegar a la voz gritada, lo que no es sencillo, teniendo en cuenta la exigencia también para el cantante de una partitura repleta de contrastes, cortes, entradas, variados matices, inflexiones, asonancias, y cambios de registro, y por otro lado tan pobre de frases, que obliga a hacer un canto parlato y plano.

El sirviente Clov lo interpreta Leigh Melrose, con la voz más brillante y sólida del conjunto, haciendo gala de un squillo tan extraordinariamente importante aquí. Como verdaderos pelut de caixeta aparecen los ancianos Nell y Nagg, que son Hilary Summers y Leonardo Cortellazzi respectivamente. Utilizan certeramente el recurso del twang para sus resonancias, consiguiendo sonidos brillantes y afilados. Pero lo mejor de ellos, sin duda, es su fuerza expresiva a pesar de su disposición física de verdadero confinamiento enlatado. El papel de Hamm lo defiende Frode Olsen, de voz más entubada que el resto, buena cosa para su austeridad y sus bostezos. Domina la escena de manera permanente desde su silla de ruedas y su mirada inexistente, asuntos que enfatizan la fuerza dramática de la obra, traída con sus monólogos repletos de lamentos desgarradores e histriónicos.

La presentación escénica es tan intrigante como sencilla y cruda, y a pesar de eso, Pierre Audi la hace penetrante, directa, y fría. La estética seca y desoladora de casa dentro de casa y nada más, encaja con la sensación de inacción buscada por el autor. Y con la economía de medios, obligada en Fin de partie, hace ver lo mismo desde distintos puntos de vista, con la luz gris permanente, y con las sombras penetrantes en continuo diálogo con el espectador.

Markus Stenz, director maduro especializado en música contemporánea fue ayer un transmisor eficaz de la música de Kurtág, con quien ha estudiado la partitura a fondo. Fue exigente con la orquesta, porque así es la música del húngaro. Y fue detallista, preciso, y minucioso. Y también económico en sus gestos, a pesar de las innumerables indicaciones dadas de entradas y cortes. Permaneció mucho tiempo con las manos quietas. Tantas como los silencios que la orquesta, limpia y brillante, tuvo que respetar. La Orquesta de la casa sonó rotundamente sensible, como quiere esta música de dimensión nueva.

Esperando a Kurtág

Nadie diría que György Kurtág se inspiró en Monteverdi para escribir esta su, -de momento-, única ópera, pero así lo afirma el autor. Más bien parece que sus también declaradas fuentes son las de Debussy, Berg, Webern, Bartók y Messiaen. También admiró a Samuel Beckett, de cuyas dos obras de teatro Esperando a Godot y Fin de partida, quedó prendado al presenciarlas en París a donde llegó en 1957 huyendo, como tantos otros húngaros, de los coletazos del estalinismo. En las obras del irlandés creyó encontrar Kurtág su biblia. Eran malos momentos para él personalmente. Sufría con 31 años una fuerte depresión: ‘Me di cuenta hasta el punto de la desesperación, de que nada de lo que había creído que constituía el mundo era verdad’. Kurtág allí se encontró con Beckett; y con sus textos ha compuesto algunas obras. Pero esperó medio siglo en acometer su pieza trascendental, Fin de partie, que inició en 2010.

Foto: MIGUEL LORENZO/MIKEL PONCE

En su ópera, la voz humana es tratada por Kurtág como un instrumento más, pero también como el más importante. Igual que Beckett aquí la palabra, -que no la frase-, es la protagonista; es la unidad de expresión. La fuerza del texto del premio Nobel reside en cada palabra. Imposible, por tanto, ponerle adorno musical alguno a esa literatura. En Fin de partie, Kurtág como Beckett, intensifica el mensaje con máxima sencillez y el mínimo material, condensando la expresión de manera severa. Y también como Beckett, trata además el silencio como un elemento tan estructurante como sus propias notas y las palabras. Son almas gemelas. Samuel Beckett, sin saberlo, llevaba sesenta años esperando a Kurtág. Y Fin de partie ha unido sus nombres para la historia.

La intensidad expresionista fragmentada del compositor húngaro puede gustar más o menos; puede emocionar menos o más, pero constituye la apertura de nuevos caminos para recorrer la historia de la ópera. Por si acaso alguien quiere seguirlos, conviene escuchar este tipo de música con la mente abierta y el oído indolente. ¿Quién sabe dónde está la belleza? En Kurtág está oculta, pero existe.

Y como recomienda Ramón Gener, uno debe dejarse seducir por el texto y la música de Fin de partie para disfrutarla… o por lo menos, para entenderla. Háganle caso.

FICHA TÉCNICA

Palau de Les Arts Reina Sofía, 29 octubre 2020

Ópera. Fin de partie

Música y libreto, György Kurtág

Dirección musical, Markus Stenz

Dirección escénica, Pierre Audi

Orquesta de la Comunidad Valenciana

Hamm, Frode Olsen. Clov, Leigh Melrose. Nell, Hilary Summers. Nagg, Leonardo Cortellazz

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