el centre del carme cierra el ciclo 2018-2020 de 'escletxes'

Fermín Jiménez Landa propone habitar y pensar un apartamento desde el museo

Un piso vacío a unos metros del Centre del Carme acompaña a la sala de exposiciones

10/09/2020 - 

VALÈNCIA. En una calle a unos metros del Centre del Carme hay un piso casi vacío. Fermín Jiménez Landa lo ha convertido en su objetivo de estudio. El apartamento está deshabitado, hay espectros de una vida que no ya lo habita y también un espacio por construir. El espacio vital de una vivienda, convertida o no en hogar, se reubica en el debate público porque ahora se habla de confinamientos, de personas sin hogar, de okupaciones, de pisos turísticos. Son las casas las que forman una calle, y estas los barrios que ahora se preguntan de qué manera defenderse y contra quién. Una casa un espacio vital y mental el cual ocupar libremente, solo hace falta que este sea facilitado.

Jiménez Landa ha trasladado los objetos y los muebles del piso a la sala 1 del Centre del Carme. La mudanza ya está completa, y ahora la sala de exposiciones sirve como un almacén de todas aquellas cosas que (temporalmente) abandonan ese otro piso. Allí solo quedan aquellas cosas que se olvidan debajo de los muebles: una pandereta de plástico, una revista antigua, bolas de polvo y pelo. De vuelta al museo, a los objetos de la mudanza le acompaña una reconstrucción a escala 1:1 del mismo piso, utilizando únicamente los rodapies. Este es el mapa visual de los dos lugares que, sumados, forman parte del proyecto El apartamento, el último proyecto de la convocatoria Escletxes 2018-2020 del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana, y que se inaugura a partir de este viernes 11 de septiembre.

El dispositivo barroco permite plantear una reflexión profunda sobre aquello que se habita y sobre lo vacío. ¿Qué transforma un lugar en un no-lugar? ¿Se le puede dar vida a ese piso vacío desde el propio museo? ¿Cómo asumir los espectros que quedan en el piso? Además, y aunque el propio Jiménez Landa ha querido puntualizar que "se trata más de un dispositivo poético que una reflexión o una posición política concreta", caben en El apartamento todos los debates actuales sobre la vivienda: la gentrificación, los pisos turísticos, las brechas de acceso a la vivienda, la convivencia vecinal, las okupaciones. En otro plano, el confinamiento también resignifica la utilidad y la vinculación emocional que establece una persona con su vivienda, ¿qué vida tiene el único lugar que hemos podido habitar durante tres meses?

Al dispositivo, ya de por si barroco, falta por explicársele las intervenciones que se van a hacer. Sin previo aviso y de manera aleatoria, aproximadamente cada 15 días, el museo organizará visitas al apartamento en grupos reducidos de 10 personas. La gente se podrá apuntar in situ ("va a ser azaroso, nada de rutas VIP", ha explicado el artista). Entonces, bajarán a la calle, se les pondrá un antifaz para que no puedan identificar dónde se encuentra el piso, y tras caminar unos minutos, llegarán al lugar referido desde el Centre del Carme.

En el piso, los y las visitantes se encontrarán la casa vacía salvo por unas intervenciones: en una habitación, hay ordenados los moldes de las esquinas de la casa, una acción escultórica que sirve casi como homenaje "a esos lugares de la casa que solo sirven para acumular polvo"; en otro cuarto, una tela negra está doblada, también se trata de una acción escultórica, en la que el artista tomó la sombra exacta de la casa el 4 de julio a las 10:16, la convirtió en una medida empírica y la reconstruyó en una felpa negra en un taller industrial. Hay otras dos pequeñas intervenciones en una habitación más que el artista ha preferido no revelar a la prensa.

Las visitas a veces también se encontrarán con actuaciones y performances de personas con trabajos domésticos y manuales, pero que desarrollarán en realidad aquello que les gusta hacer por afición. Ya hay agendado un concierto de un grupo formado por un electricista y un carnicero/licorero que también es mariachi. Están en conversaciones también con un pintor de brocha gorda. Esta última acción pone en relieve el contraste en el trabajo y la afición, y cómo la práctica cultural se encuentra en esa tensionalidad.

Todo esto sirve para pensar tanto el dispositivo del hogar como el del propio museo, cuya sala se irá llenando de fotografías que documenten lo que ocurre en el piso durante estos meses. La vida que tiene ese lugar que no podemos habitar. También la vida del espacio que antes ocupaban los objetos que se guardan ahora en cajas de cartón en la misma sala. La gran mayoría del público no pondrán pie en el piso, creando así un misterio sobre aquel lugar al que no pueden acceder pero del que creen conocer muchas cosas. Desde la distancia, como si fuera un destino fetiche, como cuando reconstruimos en nuestra mente los lugares que visitan nuestros conocidos y conocidas de viaje y suben fotografías a Instagram. El trabajo de idealizar o pensar ese espacio es tarea de cada uno y cada una.

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