VALÈNCIA. Francis Wolff levantó hace ya casi una década uno de los libros de referencia del pensamiento sobre cultura, ¿Por qué la música?, una exploración sobre la esencia de la música como arte de los sonidos y su profunda conexión con la humanidad. ¿Por qué la música es universal?, ¿qué emociones nos provoca?, ¿qué expresa la música pura? Todas estas preguntas son abordadas desde dos prismas fundamentales: primero, la idea de que la música es una disciplina que se debe abordar en la totalidad de su tiempo y su espacio, y no analizarla desde ningún canon; segundo, la intención de racionalizar aquello mágico que supone uno de los motores emocionales con más impacto de la humanidad.
Wolff, que estuvo el pasado jueves en la Fundación Cañada Blanch, atendió minutos antes las preguntas de Culturplaza.
-Dices que la música es el arte más abstracto de todos. Sin embargo, a lo largo del libro desarrollas un basto fundamento teórico. ¿Cómo se mueve este pensamiento entre lo abstracto, lo mágico que provoca, y la base teórica que tiene detrás?
-Para responder a esa pregunta, tengo que volver un poco a lo que hago en el campo general de la filosofía. Este es un libro de filosofía de la música, no de musicología ni de teoría musical, sino de filosofía de la música. Parte de mi manera de hacer filosofía consiste en intentar introducir la máxima racionalidad en experiencias del mundo que parecen, a primera vista, irracionales o emocionales.
Por ejemplo, he escrito libros sobre el amor, sobre el tiempo, y ahora este sobre la música, que también es una experiencia profundamente emocional y subjetiva, rebelde al concepto y al argumento. Ese era el desafío: introducir el máximo de racionalidad en algo que parece ser lo menos racional y más subjetivo del mundo.
¿Es la música un arte abstracto o concreto? Es difícil decirlo. De cierta forma, es el arte más abstracto porque puede no tener letras, significados inmediatos o imágenes que requieran una interpretación directa. Pero, al mismo tiempo, es el arte con efectos más concretos: bailar, marchar al ritmo, ir a la guerra... La música está ahí, en todas esas actividades. Esa paradoja —un arte que solo necesita sonido pero que tiene efectos antropológicos tan tangibles— es uno de los problemas que exploro.
Otro asunto que abordo en este libro la búsqueda de los universales en la música. Lo que me interesa en filosofía no es solo aclarar conceptos abstractos o experiencias concretas, sino buscar lo que llamo "universales". Por eso, este libro trata sobre la música en general, no sobre un género o tradición específica.
Siempre busco las características comunes a todas las culturas, países, civilizaciones y momentos históricos. Por eso, en la cuarta parte del libro, que es la más abstracta y filosófica, propongo una teoría general sobre la antropología de las artes. Intento comprender las bases universales que hacen de la música un arte necesario para la humanidad.
-El escritor Manuel Rivas dice que la humanidad nació para escucharse contar cuentos. Sabemos que la música puede determinar identidades, tal vez también culturas, pero ¿puede llegar a determinar incluso una dimensión existencial del ser humano?
-En el libro distingo tres tipos de artes universales. Donde hay humanidad, hay estas artes. Un arte que se centra en los sonidos, como la música y sus derivados, que focalizan los acontecimientos del mundo; un arte de la representación por imágenes, que también existe en todas las culturas; y un arte narrativo, el de contar historias, que vemos en novelas, películas, cuentos, etc.
En todas las civilizaciones, también los niños crean imágenes, juegan con ritmos y movimientos, y disfrutan contando o escuchando historias. Son tres formas autónomas de ordenar el caos del mundo y hacerlo comprensible para el ser humano.
En este sentido, el arte tiene una importancia existencial porque es una necesidad para la representación humana. Esta importancia es tanto universal como subjetiva, las tres artes universales dan sentido y orden a nuestra experiencia del mundo.
- El impacto de la música en el cuerpo tendría dos caminos. Por un lado, lo que puede provocar: el baile, la expresión, ese vínculo entre música y corporalidad que, según la cultura, puede estar más cercano o más alejado. Por otro lado, el hecho de que la música siempre implica una acción humana para producirla. Háblame de esta relación.
- Como dices, hay dos maneras de abordar la relación entre música y cuerpo: cómo el cuerpo produce música y cómo reacciona a ella. Personalmente, insisto más en el segundo aspecto, el de la reacción del cuerpo, que tiene dos niveles. Por un lado, una relación inmediata, vibratoria, que sentimos directamente. Por otro lado, una relación rítmica, donde la pulsación, el compás y el ritmo provocan diferentes movimientos corporales y tipos de danza.
Sin embargo, es importante recordar que la música, antes de ser algo que se oye, es algo que se hace. Si pensamos en los prisioneros de la caverna, su primer gesto de liberación sería tocar las paredes, experimentar el efecto de sus movimientos corporales y provocar sonidos cuando hasta entonces eran solo víctimas.
La relación con el cuerpo también pasa, en todas las culturas por los instrumentos —hacer instrumentos es un signo de humanidad. El ser humano siempre ha creado instrumentos como extensión de nuestro cuerpo: los instrumentos permiten, con un timbre concreto y reconocible, domesticar y dar forma al mundo de los sonidos, un mundo caótico que no podemos entender ni dominar por completo solo con nuestro cuerpo. Por eso, incluso las culturas más antiguas han creado instrumentos como tambores, flautas o clarinetes.
- También hablas en tu libro del aspecto emocional de la música. S bien las sociedades categorizan y moldean la música en términos emocionales (música triste, música alegre, música para el éxtasis, etc.), ¿podría darse lo contrario, que la música, con esa fuerza invisible que mencionas, sea capaz de moldear a la cultura en lugar de ser moldeada por ella?
- La música tiene un poder increíble para moldear culturas, y por eso cualquier sistema de poder recurre a ella para influir en las personas. Cada país tiene su himno nacional, cada movimiento político su canción o himno que lo identifica. La música tiene esa capacidad de actuar como un símbolo, como una herramienta de cohesión o identidad.
Lo curioso es que una misma música puede ser utilizada por diferentes poderes para fines completamente opuestos. Un ejemplo claro es la Novena Sinfonía de Beethoven, que fue utilizada tanto por los nazis como por los soviéticos para simbolizar ideales muy diferentes. Cada momento histórico se apropia de ciertas músicas y las convierte en signos de identidad propios.
- ¿Existe una música indomable, una música tan misteriosa o poderosa que sea imposible de controlar por el poder o la sociedad?
- Creo que muchos músicos han buscado eso, y es un fracaso necesario. Cada intento de crear una música que escape de los márgenes establecidos acaba siendo absorbido por las estructuras culturales o de poder. Lo mismo ocurre con las artes plásticas: artistas que intentaron salir de las galerías, 20 años después terminan expuestos en museos y galerías.
- En tu libro se nota la insistencia de ampliar la visión que tenemos de la música. Cada uno, como aficionado a un género u otro, tiende a tener una perspectiva limitada. Tú invitas a ampliar esa mirada, señalando, por ejemplo, que pensar que toda música es belleza es un error, que no solo se reduce solo a eso.
- Debemos distinguir entre músicas, músicas buenas y músicas bellas; son tres conceptos distintos. Muchas veces se dice que una música bella es necesariamente buena, pero no es así. Tampoco una música buena es necesariamente bella.
La belleza tiene, en cierta medida, una definición. No diría que es fácil crear una música bella, pero dentro de un género dado, lo bello implica equilibrio, armonía entre contrarios… Me gusta definir lo bello como una "racionalización de lo sensible". Sin embargo, una música bella no siempre es interesante, novedosa o creativa. Una música buena depende de otros criterios que cambian según el género.
- En una sociedad como la nuestra definida como hipervisual, ¿qué papel tiene o tendrá la música?
- Es cierto que vivimos invadidos por imágenes, pero también lo estamos por la música. Hoy en día, es difícil comer o cenar sin música de fondo. Esta invasión, sin embargo, puede tener el efecto contrario al que debería: ya no escuchamos ni hacemos música, sino que llenamos el silencio con un ruido permanente que pasa por ser música. Lo mismo ocurre con las imágenes, estamos saturados de estímulos.
Por eso, la última palabra de mi libro es "silencio". El silencio es la condición necesaria para que pueda surgir una música con sentido. Hay música dentro del silencio y silencio dentro de la música.
- ¿La música es una evolución del sonido o nace junto a él y es una categoría?
- Una pregunta recurrente es si los animales —como los pájaros o las ballenas— hacen música. Mi respuesta es que la música no es un fenómeno puramente natural, sino un fenómeno natural del hombre.
Por ejemplo, los pájaros producen sonidos que nosotros interpretamos como melodías, pero ellos no hacen música; ellos ligan, es una forma de comunicación. La música, en cambio, implica la autonomía de la sonoridad, y eso es propio del ser humano. Desde los primeros Homo sapiens, ya existía una forma de expresar algo mediante sonidos que iban más allá de la comunicación básica.
Algunos biólogos sostienen también que antes del lenguaje existió lo que llaman "musilenguaje", una forma de expresión sonora que combinaba emoción y significado. Por un lado, este proto-lenguaje tenía un componente emocional, propio de la música; y otro semántico, que derivó en el lenguaje.