Valencia no tuvo un auditorio para la música sinfónica hasta 1987, ni un teatro de ópera hasta 2006
VALENCIA. Los aficionados asiduos lo tienen claro. Sin embargo, quien está empezando a interesarse por la música clásica, se hace cierto lío al preguntarse por las orquestas que tenemos y los espacios en los que tocan. Y es que el enredo viene, entre otras cosas, por las denominaciones: Jove Orquestra de la Comunitat Valenciana, Orquestra Filharmónica de la Universidad de València, Orquesta del Conservatorio Superior de Música de Valencia, Orquesta Sinfónica de Valencia,Orquesta de Valencia, Orquesta de la Comunidad Valenciana... además, naturalmente, de las sinfónicas de Castellón y de Alicante. Pero es en el cap i casal donde la constante presencia de las palabras “valenciana” o “Valencia” puede hacer que se confundan las agrupaciones. No obstante, si excluimos a las integradas por estudiantes o graduados recientes (las tres primeras citadas, que no pueden considerarse como profesionales en sentido estricto), si se excluye también a la Orquesta Sinfónica de Valencia (que aparece y desaparece como los ojos del Guadiana), y dejamos aparte a los grupos de cámara o a las formaciones que se potencian desde algunas bandas, quedan en la ciudad sólo dos agrupaciones estables y profesionales, ambas de carácter sinfónico: la Orquesta de Valencia y la Orquesta de la Comunidad Valenciana.
La primera tiene su sede en el Palau de la Música, y la segunda en el de Les Arts. Por eso mucha gente las denomina, respectivamente, Orquesta del Palau y Orquesta de Les Arts. A esta última, también se la menciona a veces como Orquesta de la ópera. Sin ser estos los nombres oficiales ni abarcar su actividad al completo, revelan, con todo, una funcionalidad mayor: denominan y localizan al tiempo el espacio más frecuente de su actuación.
La Orquesta de Valencia depende del Ayuntamiento, y por eso durante mucho tiempo se la llamó Orquesta Municipal. Fue fundada en 1943, tras varios intentos de dotar a la ciudad de una agrupación que garantizase la oportunidad de escuchar música clásica en directo con regularidad. No es este el espacio adecuado para contar su larga historia. Pero debe subrayarse que vivió y superó momentos muy complicados, sin un espacio físico estable donde ensayar y actuar, y con las lógicas repercusiones de índole artística que esto conllevaba. La construcción del Palau de la Música, inaugurado en 1987, y su conversión en sede de la Orquesta, proporcionó a esta unas condiciones de trabajo y ensayo dignas, potenciándose así una mejora evidente de su calidad. No influyó poco en ello, por otra parte, la constante presencia, en el mismo recinto, de agrupaciones extranjeras con las que había que medirse. Su especialidad está en el repertorio sinfónico, aunque también ha trabajado el campo operístico cuando no existía el Palau de les Arts. Durante ese largo periodo (la ópera valenciana empezó a funcionar de verdad en el 2006, después de tres conciertos inaugurales un año antes) se hacían óperas -muy esporádicamente- en el Teatro Principal (no entraremos ahora en la época de la AVAO) y, después, en el Palau de la Música, pero en versión de concierto (es decir, sin escenografía ni actuación).
En definitiva: hasta el 2006, los valencianos nos acostumbramos a escuchar óperas mutiladas, sin los elementos escénicos que le son propios, sin la orquesta en el foso, con toda la acústica invertida (voces delante, orquesta detrás, índice de reverberación inapropiado para el canto, etc). Pero había y hay un público aficionado a la ópera, que acudía muy gustoso, incluso con ausencia del elemento teatral y en una sala poco adecuada para el género. Lo cierto es que, mirando hacia atrás, resulta verdaderamente lamentable la falta de infraestructuras musicales de esta ciudad: sin ningún espacio para la música sinfónica hasta 1987, y sin teatro de ópera hasta el 2006: estamos hablando de hace cuatro días. Eso sí: en el momento en que nos pusimos, tuvo que hacerse algo tremendo e impactante, cuando lo único que se necesitaba era un edificio adecuado, funcional y, desde luego, moderno en todos los aspectos de la maquinaria escénica. Así nació el Palau de les Arts. Si, para pagarlo, había que quedarse, paradójicamente y como ha sucedido en los últimos años, sin apenas representaciones operísticas, no pareció importarle a nadie.
De todas formas, que nadie añore el Teatro Principal como recipiente en el que todo había de caber: una ciudad del tamaño de Valencia no puede tener un único espacio para el teatro, el ballet, la música sinfónica, la ópera, recitales de cantautores y unas cuantas cosas más. Por otra parte, la acústica y las infraestructuras requeridas en cada caso son diferentes. Algunos aún recordamos la etapa previa a 1987, cuando antes de contratar a una orquesta o programar una ópera, había que asegurarse de que existía un hueco para ello en la apretada agenda de ese teatro. Y, como no había muchos, lo más frecuente era que las grandes orquestas en gira por España acabaran recalando en Llíria (siempre deseosa de brindar la sala de conciertos de la Unión Musical). Allí han actuado, entre otras muchas, las Filarmónicas de Londres, de Israel y de Moscú, las Sinfónicas de Viena y de Berlín, la Royal Philharmonic Orchestra y la Orquesta Nacional de la URSS, que pasaban de largo por Valencia a falta de auditorio donde tocar. Peor lo tenía la ópera, donde ni siquiera cabía recurrir a Llíria. Por eso, la audición de algunas en el Palau de la Música con el sostén de la Orquesta de Valencia, aunque fuera en versión de concierto, fue, durante veinte años, casi el único consuelo de los aficionados. Y esto es algo que debe agradecerse a la agrupación, a sus directores, y a los responsables de la programación.
La orquesta de Les Arts (o, con su nombre oficial, la Orquesta de la Comunidad Valenciana) se formó para actuar en el foso del recinto operístico. Todos los teatros de ópera tienen en plantilla una orquesta sin la cual las representaciones son imposibles. La nuestra se constituyó en la época de las vacas gordas, cuando la Generalitat podía pagar a Lorin Maazel para que escogiera y entrenara a sus componentes. Y debe reconocerse que lo hizo bien, muy bien. Tanto que, de golpe y porrazo, nos encontramos aquí con una de las mejores orquestas de foso de Europa. También influyó en el asunto Zubin Mehta, quien entabló con la agrupación una empatía especial, proporcionando a la afición valenciana momentos realmente memorables. La media de edad de los componentes era de 29 años, procedían de países muy diversos y estaban ilusionados: dejarse moldear por batutas como las de Maazel o Mehta no es algo que a un músico le pase todos los días, e instrumentistas buenísimos acudieron a Valencia como moscas a la miel, a pesar del mal genio de Maazel. En cuanto al repertorio, como sucede en cualquier orquesta que se precie (incluso las centradas en la ópera), trabajan también, aunque en menor medida, el repertorio sinfónico y el de cámara, que resultan necesarios para mantener y aumentar determinadas destrezas musicales.
Vinieron las vacas flacas y Lorin Maazel se marchó a Munich en 2011, falleciendo pocos años después. Zubin Mehta, que continuó dirigiendo aquí dos o tres óperas y varios conciertos al año, marchó de Valencia a mediados de 2014 ante la falta de un proyecto para Les Arts por parte de la anterior administración y como protesta por el trato que le dispensaban a Helga Schmidt. El público asistente a la première de Turandot y los músicos de la orquesta lo despidieron con una de las ovaciones más largas y emocionadas que se recuerdan en la ciudad. Sin esas grandes batutas y con cada vez menos actividad en el recinto, debido a los recortes, bastantes instrumentistas se marcharon de Valencia. Con todo, la orquesta sigue siendo muy buena, y recientemente se han cubierto 13 vacantes. Habrá que ver ahora como evoluciona la formación con el nuevo intendente (Davide Livermore) y los dos nombres que éste ha elegido para directores titulares (Fabio Biondi y Roberto Abbado).
No puede ni debe ocultarse el malestar que en algunos cenáculos produjo la abundancia de músicos extranjeros en la plantilla. A pesar de la calidad de su trabajo, un nacionalismo de vía estrecha propugnaba que esas plazas fueran ocupadas principalmente por músicos españoles, valencianos a ser posible. Sin pensar que el mejor servicio a Valencia era –y es- potenciar agrupaciones de primera clase como modelo para nuestros instrumentistas y disfrute de los oyentes. La música es un idioma universal, y el pasaporte poco tiene que decir al respecto. Por otra parte, los logros culturales de esta comunidad durante los últimos 20 años han sido más bien escasos, y el nombre de Valencia ha estado demasiado asociado a casos de corrupción y a todo tipo de disparates. En consecuencia, el poder rivalizar con cualquier ciudad europea por la calidad (y no sólo por la cantidad) de los músicos que aquí trabajan, se muestra como un factor estimulante en cuanto a mejorar nuestra imagen y aumentar la autoestima.