Comer

20 AÑOS DE SAMSHA

El restaurante que se reinventa cada tres años con un show donde la creatividad manda

Samsha, el restaurante capitaneado por Víctor Rodrigo y Aroa López, cumple veinte años; diez desde que el cocinero de Castellón decidiera darle un giro drástico y convertir su propuesta en un show gastronómico donde la música y las proyecciones acompañan a unos platos que pocas veces son lo que parecen.

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Cuando Víctor Rodrigo era estudiante de cocina en la Escuela de Hostelería de Castellón se presentó a un concurso que cada año celebraba el centro en el que había que preparar una fantasía de pastelería. Los profesores siempre les habían advertido que lo más difícil en pastillaje era hacer las curvas. El entonces aprendiz de cocinero decidió que cogería de modelo el edificio más curvo que existía en ese momento, el Museo Gugguenheim y lo replicaría. Estuvo preparándolo durante cuatro meses y utilizó casi 50 kilos de azúcar glass. "Cuando llegué al Instituto la gente dijo «este está loco». Y es algo que me ha perseguido, esa locura", cuenta Rodrigo. Esto da una idea que cómo funciona la cabeza de este cocinero que con 23 años y sin haber ejercido de jefe de cocina de ningún restaurante abrió Samsha. No se lanzó a lo loco, tenía experiencia laboral cuando decidió que sería su propio jefe –trabajó en el Asador 7 de Julio, en el Hotel Voramar de Benicassim y en Ibiza donde pasó un tiempo–, pero nunca pasó por un estrella Michelin ni había estado en la primera línea –sí en la segunda–.  No le hizo falta para sacar adelante un proyecto que los primeros diez años fue un tipo de establecimiento más convencional en el sentido de lo que entendemos por un restaurante, aunque siempre con una cocina muy personal que emergía de la creatividad que lleva en su ADN.

“Me separé de mi ex socia y me quedé el restaurante y decidí que a partir de entonces haría lo que me diera la gana. Estaba aburrido del menú degustación, y me plantee que si seguía así acabaría siendo un restaurante más. Ya había llegado donde quería llegar y decidí expandirlo”, recuerda el cocinero. Aquel clic le hizo dinamitar todo lo que había construido para volver a empezar con una propuesta que nada tenía que ver con lo que existía en la ciudad. Un espectáculo gastronómico para muy pocos comensales con un menú donde no había platos físicos y en el que podías comerte desde los principales elementos que conforma un bosque a otras elaboraciones de colores flúor con música techno de fondo. Víctor participó en la segunda edición de Top Chef. “Me encanta competir”, reconoce. Era 2014 y el concurso le dio una proyección que fue decisiva en aquellos inicios de la segunda era de Samsha. “Fue importante, hizo que Samsha se conociera más allá de Valencia ciudad, la gente lo descubrió a nivel nacional, y aunque parece muy heavy, a día de hoy siguen llegando clientes que diez años después vienen por primera vez porque me vieron en la tele”, cuenta. 
 

 

Aquel primer show, del que se recuerda el pase de “El Bosque”, una fantasía elaborada a base de lo que parecían helechos, setas, flores, rocas y plantas que iba tomando forma delante de los ojos del comensal, estuvo vigente durante tres años, hasta 2017, un año importante, porque además de sufrir una evolución esencial con un segundo espectáculo más completo –Samsha 2.0– , se une al proyecto Aroa López. Lo hizo atraída por aquel primer show que disfrutó como clienta y que hizo que se enamorase del restaurante. Aroa no era cocinera profesional en aquel momento, pero la cocina siempre había formado parte de su vida; como una afición en sus ratos libres durante mucho tiempo y también como una forma de ganarse la vida aunque desde el otro lado de la barrera.  Aroa se encargaba de diseñar cocinas.  Durante un año compaginó ambas labores hasta que vio que era imposible y contra todo pronóstico abandonó una antigüedad laboral de once años para dedicarse en cuerpo y alma a Samsha.  “Me enamoré de Samsha. Físicamente fue un cambio brutal porque yo trabajaba sentada haciendo proyectos y presupuestos de cara al ordenador y cuando empecé aquí, me costó un par de años acostumbrarme. No tenía nada que ver”, relata la mano derecha de Víctor Rodrigo. No se arrepiente de aquel giro de guión.  “Soy feliz y sigo siendo feliz nueve años después  Sigo teniendo la sensación de que no voy a trabajar. No siento la presión de que es una obligación, es algo que me gusta hacer”, desliza. 
 

 

Cada tres años, todo lo que forma parte de esos espectáculos desaparece y el restaurante cambia de piel para convertirse en otra cosa. Con el paso del tiempo cada show se ha ido profesionalizando más. En el segundo se incorporaron proyecciones, en el tercero –el actual– ya había un guion que marcaba el camino. Esta última vuelta de tuerca se llama Croma y estructura el menú según los colores, desde el blanco y negro de los aperitivos en el que destaca una piruleta de trufa negra y queso de cabra que se elabora delante del comensal con nitrógeno líquido.  Aparece el púrpura en platos como el torrezno de lombarda o los ñoquis de patata morada y pulpo; el azul –el único color que apenas existe en la naturaleza en lo que a comestibles se refiere– es representando en un dumpling de cangrejo azul –de lo mejor del menú– mientras que el verde recupera ese bosque del primer espectáculo pero adaptado a la actualidad.  Con en canelón de pularda, maíz y amnita cesárea  y el risotto de pipas de girasol deslubra el amarillo, que acaba convertido en naranja con un taco de lentejas y mazorca de calabaza. Con el rojo termina la parte salada del menú, tres platos en los que sobresale la cake de picaña de buey y frambuesa.  Spoiler: la tarta es deliciosa y transparente.  Termina el show con una gran fiesta multicolor donde hay mochis morados, manzana verde o bombón de queso azul y arándanos –me quedo con ese.  En total, los cocineros realizan entre 170 y 180 elaboraciones que acaban dando forma a 34 bocados.  Hay que ir con hambre y la mente abierta. 
 

 

A Cromas le queda muy poco tiempo. La primera semana de agosto terminará la temporada. Tres años de espectáculo que quedará en la memoria y las fotos de quienes hayan pasado por el restaurante. Solo 12 comensales por servicio y cuatro servicios por semana. A partir de ese momento, faltarán tres meses para que se materialice el nuevo show que llegará a finales de octubre o principios de noviembre. Samsha cambiará por completo. Se modficará la estructura de la sala, se renovarán platos y cubertería, habrá una música diferente, las luces cambiarán de posición y por supuesto harán una transformación completa de todo los platos. Víctor y Aroa nos deslizan dos pistas: habrá colmenillas y en algún momento sonará por los altavoces flamenco tecno. 

Las setas son, precisamente una de las señas identitarias de Samsha. Víctor cuenta que va a coger rebollones desde que anda. Es algo que ha formado parte de la historia familiar y qué él sigue manteniendo. Un vecino que era botánico le enseñó a distinguir y recolectar cientos de setas, algunas que ni siquiera de comercializan. Las setas aparecen mucho en Cromas, en la empanadilla de trompetas huitlacoche o en las tierras aromáticas de setas que sirven de base para El Bosque. Víctor y Aroa se siguen escapando siempre que pueden a buscar setas. Lo hacen por toda España. Esta primavera han recolectado entre ellos y los padres de Víctor un buen alijo de colmenillas que se han encargado de deshidratar y que utilizarán en el próximo menú. 

 

 

El próximo show que correrá el telón en unos meses, hace ya prácticamente dos años que empezó a germinar en las mentes de Víctor y Aroa. Si el primer año de espectáculo se dedican a perfeccionar lo que han engendrado, durante el segundo empiezan ya a recabar ideas de lo que puede llegar en el futuro. La música es uno de los primeros elementos que les sirven para hilar lo que vendrá una vez ya tienen clara la temática. En una playlist van guardando los temas que creen pueden acompañar a los platos. Luego, poco a poco, va tomando forma todo lo que pasa por la cabeza de la pareja, que bucean en cualquier disciplina artística que les estimule. En estos diez años han conseguido crear un estilo que nadie puede negarles que es propio. De hecho, Víctor reconoce que más de una vez veces ha tenido que descartar ideas que sin salir de su cabeza había visto que otros cocineros ejecutaban antes de que se hiciesen realidad en su cocina. “Siempre intentamos crear algo nuevo”, afirma. Esa es la obsesión de Samsha, no copiar, no caer en lugares comunes y que el comensal se vaya con la convicción de que ha vivido algo único.

Veinte años después, diez desde que iniciaron este rumbo están donde quieren estar. Se siente orgullosos de lo que han construido y de la evolución del proyecto. Ahora tienen más medios y más conocimientos. La creatividad y esa fama de locura que arrastra desde joven siguen acompañado a Víctor Rodrigo. Habrá que esperar cuatro meses para saber cómo desemboca toda esa energía en el próximo show.

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