20 años con doble pasaporte valenciano–alicantino (familia política en el Vinalopó es susceptible de golden visa paellera) dan para haber pasado por todas las fases clásicas de la compleja relación alicantino–valenciana.
Primero, la comparación permanente: del odioso binomio Fallas–San Juan, a la aburrida (e inexistente a pie de calle) polémica Paellas–Arroces, pasando por el nostálgico debate futbolero Valencia–Hércules (sí, contengamos las lágrimas).
Segundo, turistear lo diferente: aperitivo en el Mercado Central, arroz en San Juan, tardeo en Castaños y copa en El Barrio.
Y tercero, sentir como tuyo lo único. Lo que redondea la Comunitat y te hace aceptar —y disfrutar— que la Terreta también es, a ojos de Valencia (cómo no lo va a ser), algo más allá de Altea. Sentir orgullo propio por esas maravillas gastronómicas que tiene Alicante (mención especial a Open y Plegat; madre mía el Plegat de Nanín y Rabasa cómo está), pero sobre todo sacar pecho por la auténtica joya de la corona: su majestad la barra.
Ese auténtico alienígena gastronómico que al valencianet medio le cuesta incorporar a su día a día en casa, pero que, cuando sale fuera, no despega el codo de la barra y se deja llevar por el bullicio del tapeo clásico.
Alicante es ciudad de barras, así que aprovecha el ajetreo que se nos viene con la maratón y cambia kilómetros por montaditos y salazones. Aquí, los templos del bullicio y el productazo en vitrina son una buena medalla de finisher.
Empezamos trotando con las clásicas “cervecerías”, esos negocios que en muchos casos en Valencia van mutando en gastrobares copy-paste, y que en Alicante se cuentan por pares en cada barrio. Son los Damasol o El Ferrao, fabulosas “barritas plateás” en el entorno del Mercado Central, tirando cañas excelentes a parroquianos y clientes del mercado. Almendricas, salazones y, si cae alguna quisquilla o gamba, eso que te llevas.
Vamos cogiendo ritmo y nos detenemos en el mítico Cantó de la Calle Alemania. La primera la tomas fuera esperando mesa (no permitir reservas es ya toda una declaración de intenciones) y la siguiente dentro. Verbena de montaditos, buen jamón, aún mejores mojama, hueva y verduras de la Vega Baja. Todo lo que le pides a una barra alicantina lo encuentras en este clasicazo de mesas altas. Atendido por camareros de vieja escuela, de esos que te ofrecen una más antes de que te des cuenta que solo te queda un trago. Alegría.
Ya estamos en modo 15K, sientes la euforia en el cuerpo, pero hay que contemporizar, que aún queda carrera por delante.
Cambiamos de zona y nos vamos al Barrio, el Carmen d’Alacant. Allí encontramos una minúscula tienda–bar de vinos que esconde la barra con el mejor ambiente de la ciudad: Alioli.

- - Alioli
Imposible sacar más con menos. Literal. Héctor y compañía se meten cuatro en no más de dos metros cuadrados para hacer virguerías sin-co-ci-na. Solo a base de pura materia prima, verduras y laterío. El montadito de lengua o el bonito en escabeche, con tártara y piparra, son para pedirte diez raciones de golpe.
Por no hablar de su enfermiza obsesión por los tomates, que le hace recorrerse el Mercado Central buscando las mejores piezas de la temporada que bailarán con salazones top. A veces sublime, normalmente excelente, pero siempre, siempre buenísimo.

- - Alioli
Ya pasamos la media maratón, estamos de vuelta y necesitamos un revulsivo que nos haga empujar. Algo familiar para reencontrarnos con nuestra mejor versión. Nos paramos en un viejo conocido de la parroquia valenciana: Askuabarra.
La versión más desenfadada que plantearon los Gadea del tótem que supuso Askua en Valencia, y con el que andan triunfando en Madrid y en Alicante. Cómo no, con una opción en barra donde disfrutar de la complicidad y la sonrisa de Emma e Irene en el trato cercano, y dejarnos en sus manos.

- - Askuabarra
Pequeños bocados donde probar casi toda la carta, descubrir cosas nuevas o refugiarte en sus clásicos míticos: el montadito de steak tartar o el brioche con anchoa López, parte del imaginario gustativo local. Con vinos por copas en ambiente elegante y relajado.
Llega el muro y hay que sacar la artillería pesada, foco y mente fría para gozar la meta. Podríamos irnos a Taberna del Gourmet o César Anca, cerca de la Explanada: productazo y servicio typical Alicante. O al mítico esquinazo de Piripi, para encontrarte con la experiencia de barra de manual: atención exquisita desde el “buenas noches, ¿qué les pongo?”, vitrina y expositores de mariscos y pescados increíbles, marca de la casa. Ensaladillas, setas en temporada.

- - Piripi
Pero hemos venido a jugar, y la mejor meta de maratón del mundo bien merece el mejor final del mundo. Por eso, directos a la mejor barra de España. Y no lo digo yo solo, lo dicen Robuchon, Arzak, Adrià y un largo etcétera de expertos clientes. Hablamos de la catedral: Nou Manolín.

- - Nou Manolín
Solo la experiencia en esta legendaria barra ya merece el viaje desde donde quiera estés. Desde la calurosa bienvenida mientras te apuntan en la lista y te ofrecen una cervecita de espera, hasta ese momento en el que te acomodas en el taburete real, frente a un escuadrón que sabe exactamente el mejor “qué” en el perfecto “cuándo”. Marisco de primerísima calidad (su mítica fuente de gambas es una escultura nacional al hedonismo).

- - Nou Manolín
Y sus clásicos Swarovski, montaditos, mollejas... Pidas lo que pidas, te desbloquea un nuevo nivel: el de la alta cocina de barra. Un nuevo estándar que te hará comparar inevitablemente todo lo que hayas disfrutado (y disfrutarás) con el auténtico listón del hedonismo alicantino.
Podríamos haber elegido otro recorrido, pero la buena noticia es que maratones hay todos los años, y Alicante no va a dejar de ofrecernos la mejor carrera de fondo: el paraíso informal de la gastronomía. Larga vida a la barra.