Imanol Uribe presenta en Valencia ‘Lejos del mar’, una película que ha tardado un año en estrenarse; el cineasta no cree en complots pero admite que su productor, el andaluz Antonio Pérez, sí los ve
VALENCIA. Camino de cumplirse el primer lustro sin violencia etarra, con el delirio asesino ya derrotado, hablar de ETA sigue siendo una rara avis en el cine español. Incomoda. Inquieta. Contadas son las películas que han tratado la cuestión y las producciones en torno a la violencia etarra y sus efectos son casi excepciones en una norma de silencio. Mucha biografía, alguna reconstrucción de hechos reales y muy pocas historias propias, inventadas, metáforas de la condición humana que ayuden a desbrozar la sinrazón. Ni siquiera la irrupción y el éxito de la comedia Ocho apellidos vascos (2014, Emilio Martínez-Lázaro) parece haber sido suficiente para que se aleje el miedo a tratar esa tragedia que segó miles de vidas inocentes, y que las historias en torno a ella sean más frecuente en el imaginario narrativo. Un dato: hasta 2011, telefilmes y documentales incluidos, la cifra de largometrajes de cierta entidad sobre el conflicto apenas superaba el medio centenar en más cuarenta años, pocos habida cuenta la incidencia que había tenido esta tragedia en la sociedad española. Y la cantidad ni ha aumentado significativamente en este último lustro ni parece que vaya a aumentar.
Uno de los pocos que se ha atrevido a abordar con perseverancia en su filmografía la violencia etarra y su contexto ha sido el nómada Imanol Uribe. Nacido en San Salvador en 1950, con estancias en ciudades como Alicante o Valencia, donde durante un año a finales de los sesenta inició unos inconclusos estudios de Medicina en la Universitat de València, Uribe, que actualmente reside en El Escorial, ha sido de los escasos creadores cinematográficos patrios que ha tratado la cuestión con coherencia y constancia en su carrera. Y siempre desde una encomiable actitud libre, exenta de dogmatismos. “Nunca he sido de decir lo que hay que hacer, y menos en un tema así”, aseguraba este martes en Valencia, en los cines Babel, adónde había acudido para participar por la tarde en un coloquio con el público.
Para Uribe es evidente que faltan largometrajes que se acerquen a la violencia etarra. Así lo aseguraba hace un año a El Confidencial. “Sigo pensando que hay pocas películas que hablen de ETA; es un tema lo suficientemente importante y con un peso específico en nuestra historia reciente. Creo que deberían haber aflorado más”, le señalaba a Javier Zurro. No es su caso, ya que ha tenido y tiene presente el drama etarra. Su aproximación al conflicto ha abarcado tanto el documental con El proceso de Burgos (1979), como la ficción o la recreación de hechos reales. Así, en La fuga de Segovia (1981) narró la huida de un grupo de etarras que se produjo en abril de 1976, en La muerte de Mikel (1983) denunció la violencia de la España posfranquista y las manipulaciones y miserias del entorno abertzale y su homofobia, y en Días contados (1994) convertía a Carmelo Gómez en un etarra tan humano como terrible, un anti-héroe tan seductor como despreciable. Ha sido en su reciente Lejos del mar (2015) donde ha vuelto a tratar el espinoso asunto de la violencia criminal etarra y ha dado un paso adelante al mostrar las consecuencias del conflicto, la desolación emocional de las víctimas, y los arrepentimientos de los verdugos, que los hay.
“Han sido muchos años y mucha violencia. La película creo que trata de reflexionar sobre la violencia a nivel íntimo, sin connotaciones políticas, a medio y largo plazo. Los actos de violencia son un instante, pero sus consecuencias quedan ahí”, comentaba este martes horas antes del coloquio. “Hay muchas heridas difíciles de curar todavía. Hay que afrontar todos esos años y todo el dolor que se ha causado. Pienso que hay que pasar página, pero antes de pasar página hay que leerla”, advertía, “asumirlo y mirar hacia el futuro”. “Mi idea es poner el dedo en la herida y que a la gente le provoque una reflexión sobre el tema”, agregaba poco después.
Lejos del mar llegó a las pantallas comerciales este viernes pasado, un año después de su presentación el Festival de San Sebastián. Una dilación que su productor, el cordobés Antonio Pérez, responsable de largometrajes como Solas (1999, Benito Zambrano) o Tres días (2008, Francisco Javier Gutiérrez) ha atribuido a un complot, según relataba el propio Uribe este martes en Valencia. “El está convencido de que hay una conspiración para que se haya retrasado. Yo no. No tengo la evidencia. Creo que es una película complicada, no es una comedia que se pueda vender fácilmente, y tiene las dificultades de una película complicada”, decía Uribe. “Quiero hacer películas que lleguen a la gente, pero que sean también historias que quiera contar. Igual las cosas que hago no son para todos los públicos, no son para masas, es para públicos más restringidos; pues bueno, eso es lo que me ha tocado”, añadía.
El retraso en el estreno es al menos llamativo y se une a un proceso de creación atípico en sus tiempos, que da aún más singularidad al largometraje. Así, aunque Lejos del mar ha sido una película rápida de hacer y se filmó en menos de un año, llevaba tras de sí una larga fermentación ya que había estado dos décadas en la mente del cineasta. “Intenté hacer la película en los noventa pero entonces era imposible. Fue en 2014, mientras estaba en el parón de un proyecto, que le comenté a mi coguionista Daniel Cebrián retomar la historia y fue todo muy fluido. Es algo que nunca me había pasado. Comenzamos a escribir en marzo y a mediados de noviembre estábamos rodando”, explicaba Uribe.
En su caso, apuntaba en Valencia, el “miedo a que se politice todo” es lo que le ha hecho optar por la ficción pura y no acudir a alguna de las historias reales de verdugos arrepentidos. Él y Cebrián eligieron inventarse dos personajes muy dispares y “extremos”. Por un lado se encuentra la víctima, Elena Anaya, doctora e hija de un militar asesinado por ETA que ha intentado rehacer su vida en Almería; en el otro, un ex etarra, el verdugo del padre de Elena Anaya, encarnado por Eduard Fernández, acento vasco incluido, quien acude al cabo de Gata para visitar a un ex compañero de presidio, un yonqui encarnado por Ignacio Mateos (el hallazgo del filme) que está a punto de morir. El encuentro de ambos personajes tendrá consecuencias inesperadas para la vida de ellos y de su entorno.
Uribe admitía que en su quehacer ha sido “muy intuitivo” y se percibe en que ha optado por una película casi naturalista, exenta de artificios, en la que la crudeza del drama se antepone a los recursos habituales. No hay prácticamente música incidental, ni preciosismo, ni tampoco el uso de una estética documental que es una argucia frecuente. Del mismo modo, en el aspecto narrativo, Uribe ha desprovisto la película de posibles interpretaciones paralelas hasta el punto que Lejos del mar acaba estando más próxima a filmes como La muerte y la doncella (1994, Roman Polanski) que a películas que se han aproximado a la violencia terrorista de cualquier signo.
Es cierto que Lejos del mar es una película imperfecta, especialmente en su segunda mitad, pero contiene momentos intensos y de una gran fuerza dramática, y sobre todo es viva, como se puede ver en el hecho de que a la conclusión de su proyección se plantean reflexiones sobre los personajes y sus motivaciones. “Es un tema que causa mucho dolor. Yo me pongo en el lugar de las víctimas y están en su derecho de tener cualquier respuesta. Es obvio que estamos en un momento en el que se percibe que hay un cierto ambiente de que la gente quiere pasar página mucho más rápido de lo que yo creía que iba a pasar. Es un tema complicado, que produce ampollas, y que hiere mucho. He intentado no herir innecesariamente la sensibilidad de la gente”, afirmaba. Esta idea era, según confesaba este martes, su único límite: No herir de forma gratuita.
Esto no significa que le dé reparo o se sienta cohibido para volver a tratar el tema de ETA y la violencia. Así, Uribe avanzó que está preparando una historia sobre la desarticulación del comando Barcelona, y entre sus proyectos más inmediatos también se encuentra otro drama de una gran intensidad, en este caso acaecido en su San Salvador natal, dónde quiere filmar la adaptación de una novela sobre la matanza de los jesuitas españoles en este país. Otra película para la que se precisa un cineasta valiente y sin miedo. “Si lo tuviera me quedaría quieto en casa”, bromeaba; “ya tengo una edad y estoy curtido en esto. Hago lo que creo que tengo que hacer”, concluía.