Conocer la huerta, pasear por el Cementerio General, descubrir los efectos de las riadas… Recopilamos algunos proyectos culturales en los que el turismo no es sinónimo de lanzarse a una yincana frenética por el centro histórico
VALÈNCIA. Las hordas de turistas que inundan ciertos puntos del trazado urbano quizás no lo sepan, pero hay vida más allá del Micalet, l’Hemisfèric, las tiendas de souvenirs y la primera línea playera. Sin embargo, para dar con las aristas menos evidentes de València es necesario apartarse de los circuitos masificados más típicos y tópicos. Salir del sota, caballo y rey que copa las páginas de cualquier guía para viajeros exprés. Renegar del viaje como yincana frenética por el centro histórico. Por suerte para aquellos, locales o foráneos, ansíen nuevos horizontes, en los últimos tiempos se han consolidado distintas propuestas que ponen el foco lejos de los lugares comunes. Desde Culturplaza hemos echado una ojeada a algunas de estas iniciativas que animan a descubrir la ciudad desde otros prismas y huir de los relatos mainstream. El auténtico latido de la urbe sale al paso de aquellos caminantes decididos a descubrir todas las ciudades que caben en València.
“Yo vivía en l’Hort Sud y allí la zona de la huerta está bastante maltrecha. Me mudé a l’Horta Nord y descubrí que ese entorno que daba por perdido se conservaba bastante bien, por lo que quise contribuir a evitar que desapareciera. Dejé mi trabajo y en 2009 empecé a dar a conocer la huerta a todo el mundo, tanto desde un punto de vista educativo como turístico”, explica Miquel Minguet, responsable de Horta Viva.
Además de un proyecto laboral, para Minguet esta iniciativa se convirtió en “una forma de presionar, de mostrar que, si la gente se interesa por esos espacios, es porque tienen un valor y debemos trabajar por su futuro. Ahora se ha avanzado mucho en la protección de la huerta, pero en aquel momento parecía que tenía sus días contados: lo que no era un PAI era un proyecto de PAI…Había que hacer algo urgentemente”. Así, planteó un paseo en el que se aborda el patrimonio hidráulico y arquitectónico, la formación de los campos, los cultivos o las condiciones de vida de los agricultores. Los años han ido acumulándose y Minguet no oculta su satisfacción: “Podemos decir con orgullo que hemos traído a muchísima gente a que conozca la huerta y que, a partir de ahí, luchen por ella. Si logramos poner un granito de arena para garantizar su supervivencia, ya podemos estar contentos”.
Los efectos de las distintas riadas en la configuración de la ciudad, el pasado de Russafa o la experiencia de València como capital de la República protagonizan algunas de las 25 rutas temáticas que ofrece Adzucats. “Nuestros recorridos no son nada tópicos ni tradicionales. Buscamos ofrecer un turismo de calidad, documentación completa, real y contrastada. València tiene una historia espectacular y la queremos contar a fondo a través de paseos muy específicos”, señala Yago Pérez, uno de los responsables de la iniciativa. Sus participantes son, fundamentalmente, vecinos de la ciudad o de otras partes de la provincia “personas que quieren conocer mejor su territorio”.
La València literaria, la cuajada de nombres femeninos, la modernista; la València que sufrió la peste, la que todavía conserva en pie parte de su patrimonio industrial, la València de los talleres artesanos… Caminart lleva más de cinco años planteando rutas “que se salen del turismo más genérico”. “Nos dirigimos a aquellos valencianos que quieran conocer mejor la ciudad. Había una carencia en el mercado y decidimos cubrir ese hueco. Muchos participan en varias porque es una forma de descubrir la ciudad desde muchos enfoques distintos. Puede que hayan habitado en la ciudad o sus alrededores toda la vida y se dan cuentan de que no conocen una gran parte de sus rincones, como los refugios antiaéreos. Desde hace unos años ha crecido el interés de los vecinos por su entorno, lo valoran más”, apunta Esteban Longares, uno de los fundadores de la plataforma. En el mismo sentido, señala que en estas rutas resulta imprescindible la formación que hayan recibido quienes ejerzan como guías. No vale con cuatro pinceladas básicas leídas a vuelapluma en Wikipedia. Toca empollarse los recovecos urbanos y mirar bajo las alfombras de la historia.
Jorge Contreras, historiador y guía de la compañía Free Tour Valencia, además de los clásicos paseos por el centro histórico, su cartera incluye también rutas centradas en la València más negra y en el arte callejero. “Valencia se ha convertido en uno de los núcleos estatales del street art. Han surgido muchos creadores y cada vez se está potenciando más. Hay un interés creciente por este tipo de intervenciones”, apunta Contreras, quien destaca que se trata de una ruta “completamente viva, ya que los murales van cambiando, apareciendo o desapareciendo. Cada visita es diferente. A veces nos encontramos el grafitero pintando y nos explica qué quiere expresar, sus técnicas, sus obras previas…”.
En ese sentido, señala que estos paseos no buscan simplemente la transmisión de información unidireccional del guía a los participantes sino “generar debate, que la gente intervenga y comparta su opinión sobre qué es para ellos el arte y qué no, qué consideran vandalismo, cuál sería su reacción si fueran vecinos del barrio...”. Respecto a la nocturna La València enigmática, lo define como “un tour teatralizado sobre misterio, leyendas, sucesos escabrosos y crímenes. Lo realizamos solamente por las noches para crear una atmosfera especial”.
Desde 1998 Rafael Solaz realiza visitas guiadas por el Cementerio General de València. Sus paseos, celebrados un sábado al mes, son gratuitos y se enmarcan dentro de la iniciativa municipal El museo del silencio. En estas rutas, trata de contar la historia de la ciudad a través de las huellas conservadas en el camposanto, “también hablo de la simbología expuesta, de los personajes allí enterrados y los movimientos artísticos plasmados en tumbas y panteones: neogótico, modernismo, estilo academicista…”. Entre los soterrados más ilustres, destaca a Blasco Ibáñez, Nino Bravo o el Marqués de Sotelo.
“También visitamos un par de tumbas de cierto misterio y cuento anécdotas que han sucedido allí”, señala el bibliófilo. Otra de las paradas imprescindibles es la del nicho 1501, que esconde una fascinante historia de amor decimonónico. Eso sí, esta visita exige dejar atrás prejuicios lúgubres: “quiero que la gente se quite de la mente que estamos en un lugar de muerte, la muerte sucede en otros lugares. Hablo de recuerdos y vidas cuyos restos han ido a parar a allí. Normalmente tú acudes al cementerio a despedir a alguien querido, pero yo lo muestro como un gran museo al aire libre”. Los recorridos por cementerios son una constante en ciudades europeas como París o Edimburgo, no así en la terreta, “aquí no hay una proyección turística al respecto. Vas a una oficina de información y no te dicen que existen este tipo de visitas”, incide Solaz.
“Era vecina de la zona, pero hasta hace unos años no me había dado cuenta de los recursos que tenía”, expone Marga Alcalá creadora de Paseando por los poblados del mar, un compendio de rutas en los que reivindica el patrimonio de estos rincones bañados por el agua salada. En su caso, desplaza la actividad desde el centro de la ciudad hasta su fachada mediterránea. “Cuando lancé el proyecto, se trataba de barrios muy abandonados, mi propuesta subraya su valor. Mucha gente no sabe lo que tenemos: su historia, su arquitectura, sus costumbres, los personajes que los han habitado… Empecé con El Cabanyal y me enamoré del barrio, de la actividad que había y de la fuerza que desprendía”, apunta.
Esta periferia de ecos marineros se ha mantenido durante décadas marginada de la vida pública de una ciudad que la había reducido al estigma, “era un lugar que la gente traspasaba para llegar a la playa, pero no se detenían a observar sus calles o sus edificios. Por suerte, desde hace unos años se ha reconocido el modernismo popular y se está recuperando a las figuras artísticas que vivieron o trabajaron allí”. Más allá del patrimonio, Alcalá reivindica el alma de la zona, esa identidad que le ha permitido sobrevivir a todos los envites: “A pesar de la mala propaganda que han sufrido, cuando se pasea por los poblados marítimos sientes que es un espacio amable, en el que no existe la opresión de los coches que hay en otras zonas. Los visitantes a veces vienen con prejuicios, pero se sorprenden al pasear con detenimiento por sus calles”.
También con el salitre como clave, nació hace algo más de un año el Anti Tour, un paseo por la zona cero del Cabanyal que expone la historia de una de las coordenadas más estigmatizadas y olvidadas de la urbe. “Es un recorrido que siempre cambia porque las propias calles están cambiando: desaparecen algunos edificios, otros entran en fase de rehabilitación... El barrio tiene un encanto, un pasado, incluso su momento de degradación tiene interés”, apunta Paolo Cammarano, creador de la iniciativa. Entre sus visitantes, destacan valencianos interesados en conocer estos horizontes marítimos. Respecto a los viajeros de otras latitudes que se han unido a su experiencia, señala que son “diferentes a los de otro tipo de visitas guiadas, ya que quieren conocer la vida verdadera del barrio, están interesados en conocer historias, no en seguir el típico turismo del centro histórico”. En la misma línea, señala que también trata de evitar que el turismo en El Cabanyal quede reducido a “aquellos que vienen solamente porque está cerca de la playa, especialmente en verano”.
Con 2019 ya plenamente establecido en nuestros cerebros, resulta imposible hablar de rutas por la ciudad sin poner sobre la mesa el debate sobre el turismo masivo y el papel que la industria del viaje juega en nuestra sociedad y en nuestra economía (¿Gentrificación? ¿Alguien ha dicho gentrificación?). Lancemos al aire unos cuantos interrogantes: ¿Está València condenada a transformarse en madriguera para el viajero fugaz que solo ansía sol y playa? ¿Nuestro destino colectivo pasa por ver cómo las calles céntricas se convierten en parques temáticos de usar y tirar? ¿Hay alternativa a ese modelo de viaje que no busca enamorarse de la tierra que pisa sino transitarla superficialmente hasta la siguiente foto? En definitiva, ¿es posible idear un turismo más sostenible, más humano?
Para Minguet, iniciativas como Horta Viva constituyen: “una oportunidad para distribuir el turismo”. Por supuesta, sale a colación la mítica València no s’acaba mai de Julio Bustamante. “Hay mucho que descubrir, pero es complejo porque muchos turistas vienen dos días y van a lo fundamental. Nuestra apuesta es sacarlos de ver solo lo típico. Creo lo conseguiremos porque la gente está un poco cansada de hacer siempre lo mismo en las ciudades: ver la catedral y los alrededores. Además, las urbes cada vez son más parecidas entre sí, es necesario buscar atractivos diferenciadores”, apunta Minguet. Como indica Alcalá, plantear otras zonas como espacios para el turismo urbano también permite “descongestionar el centro, desestacionalizar el turismo y mejorar la oferta de la ciudad”.
“Nuestras rutas están muy alejadas de las que se plantean para los cruceristas, que se limitan a ver la plaza de la Virgen, el Mercat Central, la Lonja… En cambio, a nosotros nos interesa profundizar en el papel de las mujeres valencianas a lo largo de la historia o la arquitectura modernista”, sostiene Longares. Desde Adzucats toman la contundencia por bandera: “El turismo low cost no pide ni valora nada, satura espacios y crea problemas con el entorno patrimonial”. En esa línea, señalan tajantes que “o desde las instituciones se promueve el turismo de calidad o en València acabará pasando lo que ya ha sucedido en otras ciudades. No puede ser que todo se base en la playa y en la idea de ciudad-borrachera…Debemos ofrecer alternativas”. Al fin y al cabo, conocer una ciudad también es palpar sus intrahistorias, esos relatos que confeccionaron la urbe actual, aquellas anécdotas que solamente perviven en los archivos. Oficios tradicionales, enigmas, patrimonio agrícola, arte, erotismo, desastres naturales, personajes atrapados por la amnesia oficial se transforman en la pieza angular para descubrir el alma de un territorio.