VALÈNCIA. Aunque quizás se trate de una inexactitud, hay consenso en hablar de “Italia” mucho antes de que se produjera la unificación política de aquellos territorios, que no aconteció hasta bien entrado el siglo XIX. Propiamente, salvo si empleamos el término en clave meramente geográfica, lo más exacto sería hablar de los estados o las ciudades que la formaban: Nápoles, Venecia, Génova, Roma (Lacio), Florencia, Lombardía etc. Dicho esto, vayamos a lo nuestro. La Valencia que se desarrolla desde la alta Edad Media, finaliza el siglo XIX y entra en la modernidad es un abigarrado compendio de la herencia musulmana (alquerías, huerta, la configuración urbana), la clave autóctona propiamente valenciana a partir de lo musulmán y cristiano, y la importante influencia clásica más concretamente italiana en la arquitectura y el arte, sobre todo en los siglos que van de la Baja Edad Media al tardobarroco. De hecho me he visto sorprendido la cantidad de nombres de las más diversas partes de Italia que, de alguna forma u otra, están ligados al patrimonio y arte valenciano: artistas que vinieron a trabajar, otros de los que importamos obras o influencias, artistas en cuyos talleres, en Italia, trabajaron los nuestros o modelos arquitectónicos y decorativos que importamos y que trasmutamos en edificios.
Partamos de que la catedral de Valencia sigue un modelo constructivo del tipo italiano, frente a los modelos franceses que se dan en Castilla como en Burgos o León. Sus tres naves no destacan por la altura, y la torre o campanille fue inicialmente diseñada y construida exenta, al modo italiano, así como la sala capitular, hoy capilla del Santo Cáliz, hasta que, con la construcción del último tramo quedaron unidas al conjunto.
Pero eso es nada si añadimos que hasta al menos cinco artistas italianos trabajaron en el edificio durante los siglos XV y XVI. Una nómina que llama la atención: el napolitano Francesco Pagano y el lombardo Paolo de Sanleocadio integraban el séquito de Rodrigo de Borgia quien sería el futuro papa Alejandro VI en el año 1472, cuando en la península todavía se pinta en estilo gótico, y son presentados por el por entonces obispo para llevar a cabo un encargo ambicioso: los frescos de los ángeles músicos de la bóveda del altar mayor, para lo que no se escatimaron medios, tal como consta en la documentación del contrato. El espectacular resultado es de todos conocido tras su reciente descubrimiento. Nicolo Delli, que en España se llamará Nicolás Florentino, llega a la ciudad no por el mar, que era el camino natural desde Italia, sino desde Castilla pues ya se hallaba trabajando allí desde hacía tiempo. La curia lo contrata para que pinte una adoración de magos junto a la sala capitular pero al poco de iniciar el trabajo cae enfermo y fallece. Corría el año 1470. Esa es la razón de que los frescos que decoran las paredes se encuentre en ese llamativo estado, que no es un problema de deterioro, sino de quedaron a medio terminar. Otro italiano es Giuliano Florentino o Juliá lo Florentí, escultor de gran escuela que la demuestra en los magníficos relieves renacentistas insertados en el retablo gótico fechado en la década de los cuarenta del siglo XV. Estos alabastros son una de las primeras manifestaciones escultóricas del Renacimiento italiano en la Península. Conviene aclarar que este retablo era originariamente el trascoro de la catedral que fue trasladado a esta sala capitular, hoy capilla, en 1777. Para acabar, tenemos que citar una gran pérdida; la de un elemento excepcional en su género y que desapareció en 1812 con ocasión de la guerra de la Independencia pues fue llevado a Mallorca para convertirlo en monedas. Se trata del gran retablo de plata, sí, de plata han leído bien, que fue realizado por un orfebre de Pisa llamado Piero da Ponce, ya en estilo renacentista y que sustituía otro retablo medieval también en plata que fue pasto de las llamas.
Continuamos con italianos trabajando en Valencia. No deja de impresionar la iglesia del Patriarca con esa severidad escurialense propia del Concilio de Trento, pero a su vez cuajada de frescos hasta la cúpula, la más antigua de la península (sobre 1590), tras el Escorial. Las citadas pinturas murales de estilo manierista se deben a otro italiano Bartolomé Matarana (1573-1605), de origen genovés, que las pintó bajo las órdenes del todopoderoso patriarca Ribera durante un período de su breve existencia pues moriría probablemente en nuestra ciudad a los 32 años de edad.
Ya en el siglo XVII podemos ver trabajando a un italiano más, en este caso en la iglesia De los Santos Juanes. Una iglesia de origen gótico que es reformada en su interior con estucos, siguiendo modelos italianos y centroeuropeos. En este caso el nombre es el del cremonense Giovanni Giacobo Bertessi, que trabaja en tercer tercio del siglo XVII y los primeros años del XVIII. En la nave encontramos trece monumentales figuras en escayola sobre pedestales que representan a Jacob y las doce tribus de Israel del Antiguo Testamento, popularmente llamados "Els Blancs" y en el exterior, en la fachada barroca que mira a la Lonja, un excelente relieve de la Virgen del Rosario bajo un tejadillo.
Volviendo a la Catedral. Es cierto que la puerta barroca conocida popularmente como de los hierros, diseñada por el austriaco Conrad Rudolf, fue levantada en los primeros años del setencientos, pero su diseño de entrantes y salientes y de un característico ritmo ondulado, obedece de forma explicita a las influencias recibidas por un artista genial del seiscientos italiano: Francesco Borromini, el rival en la Roma del XVII de no menos grande y todopoderoso Lorenzo Bernini. Sólo hay que comparar la fachada de una de sus obras maestras, San Carlo alle quattro fontane para comprobarlo. Asimismo se ha visto en el estilo de las Torres de Quart, con acierto, la arquitectura del napolitano castillo de Castelnuovo en la ciudad italiana de Nápoles, que fue construido durante el reinado de Alfonso V el Magnanimo. Volvamos a la Xerea: busquen una fotografía de la romana Iglesia del Gesu, obra de de Vignola y después compárenla con la nuestra de Santo Tomás y San Felipe Neri en la plaza que se abre a mitad de la calle Del Mar. Salvo la diferencia cromática que da la piedra de la primera y el ladrillo en la valenciana, las similitudes son muchas: dos cuerpos con un remate en forma de frontón, las dos volutas en los laterales, el arco en el centro, las hornacinas con esculturas etc. La iglesia de la Compañía, detrás de la Lonja también sigue en muchos aspectos el modelo jesuítico del Gesú romano. No nos olvidemos de la gran cúpula de las Escuelas Pías, que toma como ejemplo, y a la que homenajea, la más grandiosa cúpula salida de la mano del hombre como es la del Panteón de Roma. La de la calle Carniceros se trata de la segunda cúpula más grande de España, tras la De la Iglesia de San Francisco el Grande en Madrid. Otros ejemplos son el Palacio de los Borja, hoy sede de les Corts que es el ejemplo más importante de gran palacio renacentista italiano en Valencia, también debería tener ese aspecto el que se construyó el embajador Vich a su regreso a Valencia desde Roma en lo que hoy es la calle de nombre homónimo. Los elementos del excepcional patio, hoy en el Museo de Bellas Artes, se los hizo traer desde Italia en barco y como un “fashion-victim” se hizo un patio completamente italiano, a la moda del momento. La nómina de ejemplos a través de los que nos trasladamos al más puro Renacimiento italiano en nuestra ciudad son muchos y más serían de permanecer en pie edificios desaparecidos. Podemos ver el renacimiento en la Obra Nova de la catedral, (el balcón curvo formado por arcos junto a la portada de los apóstoles), en los medallones del salón del consulado del mar en la lonja con los bustos de personajes mitológicos y de la mitología griega salvo los dedicados a los Reyes Católicos y Carlos I, en la cúpula con casetones del altar mayor de la Iglesia de San Martín del siglo XVI, en la portada del palacio de los duques de Mandas, hoy en los viveros, o la decoración de la sillería del coro de la capilla de los reyes en el convento de Santo Domingo.
Nos quedaría, finalmente, hablar de la influencia italiana en el arte valenciano, que es también un hecho evidente pero mejor lo dejaremos para otro capítulo porque verdaderamente da para ello.