Como un desafío a la televisión moderna, Inside Nº9 es una serie de capítulos cortos y auto-conclusivos. Todos tienen en común al número nueve, una excusa para plantear historias de terror e intriga, a veces solamente humor cafre, donde lo más brillante son guiones que se permiten todo tipo de juegos con el espectador. y unos los secundarios definidos con mala baba y una crítica social corrosiva.
VALÈNCIA. A estas alturas ni The League of Gentlemen ni Psychoville me parecen series muy espectaculares, en ellas siempre veo de fondo a Los Morancos de habla inglesa, lo mismo que me pasaba con Little Britain. Sin embargo, Inside Nº9, de Reece Shearsmith y Steve Pemberton tiene toda la escatología de las anteriores, sus trabajos previos, todos sus excesos, pero también fundamento. Es una serie a la antigua usanza, de episodios auto-conclusivos, donde brilla sobre todo el guión con el clásico final en alto inesperado. Los argumentos van del crimen a la intriga y la comedia, pasando a veces por la ciencia ficción o el género de terror. Nada muy mayestático que invite a profundas reflexiones, solo capítulos de veinte minutos para echar el rato admirando el talento de los guionistas, aunque no estén exentos de cargas de profundidad.
Ha habido decenas de series parecidas. Desde Alfred Hitchkock Presenta, Twilight Zone, que ha vuelto este año, Tales of the Unexpected o Cuentos de la cripta... incluso el Play for today británico, que estaba dedicado al drama social. En la actualidad, si hay una serie reina en este formato sería Black Mirror que, por supuesto, también es británica.
Los capítulos de Inside Nº9, como su propio nombre indica, giran todos en torno al número nueve. Los actores principales repiten en todos ellos con espectaculares cambios de look y también de sexo. Hay episodios con historias de terror sobrenatural inverosímiles, así como saltos históricos, que unos están mejor que otros, pero cuando las propuestas son insuperables es cuando transcurren en la más pura actualidad. Las caricaturas que introducen en sus personajes contemporáneos son dolorosas puyazos en la estupidez de nuestro tiempo.
En la primera temporada, el episodio que marcaba la diferencia fue el segundo. Sin pronunciar una sola palabra, trataba del intento de robo de dos ladrones supuestamente de guante blanco en un chalé. Con Oona Chaplin como actriz invitada, es difícil encontrar nada en la televisión actual que pueda parecérsele, era un homenaje excepcional al cine mudo. Producía risa nerviosa.
En la segunda temporada, un capítulo que transcurre íntegramente en un vagón de tren nocturno, un coche cama, es una verdadera genialidad. Con una mochilera, un matrimonio otoñal, un doctor alemán guarro y alcohólico que ve porno en el móvil y lo que parece ser un cadáver.
De la tercera podríamos destacar el de una cena de empresa con todo lo que tienen de tétrico y falso ese tipo de encuentros. Aquí juegan con la tensión entre una pareja de empleados en la que él es adúltero con una compañera. Drama al que hay que sumar que hay despidos en el aire sobrevolando sobre las cabezas de todos.
Y de la última es imposible no quedarse con el capítulo del grupo forense que entra en el apartamento de un fallecido que tenía el síndrome de Diógenes. Dentro, se encuentran nada más y nada menos que un conejo que te concede tres deseos. Sería cruel destriparlo aquí.
En cada entrega el guión está diseñado para intrigar y sorprender con un desenlace inesperado. Hay un episodio sobre una serie de asesinatos que está contado del revés, hacia atrás, y es una verdadera joya. Una de las gracias de ver un producto como este es tratar de adivinar el final, algo harto difícil. De hecho, en Twitter los autores tienen montados saraos importantes con la emisión de cada capítulo con usuarios que intentan anticipar el final. En una ocasión, en un episodio, cuentan con orgullo que las mediciones de actividad tuitera marcaban un pico altísimo y, de repente, desaparecieron. Hubo un blanco. La gente estaba viendo el capítulo tan atenta que dejó de Twittear y luego volvieron en tropel. Un hito para los directores.
Otro punto fuerte son los secundarios. Con una sensibilidad menos chusca que en sus anteriores trabajos, hacen una crítica corrosiva a todo lo que nos rodea. La mochilera del aludido capítulo del tren está retratada con verdadera mala baba. En un capítulo de la última temporada en el que se reúnen para dar los premios del cine a la mejor actriz, los periodistas de cultura y los guionistas quedan a la altura del betún, así como todo el circo audiovisual.
En una entrevista en el Guardian, Reece Shearsmith explicó que con esta serie han intentado algo revolucionario: que el público tenga que estar muy atento los 20 minutos que dura el capítulo. Es cierto, no se puede perder detalle, sino el final no resulta tan resplandeciente. El proceso de creación de cada guión también responde a un trabajo metódico. Shearsmith y Pemberton trabajan juntos en la misma oficina. Bajan juntos a comer cada día y ahí, masticando, es cuando surgen sus mejores ideas. La primera temporada les llevó dos años rodarla y solo eran seis episodios de veinte minutos cada uno.
En España, aparte de las Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador, un formato genuino y auto-conclusivo fue el de series como La mujer de tu vida, de Fernando Trueba y Martínez-Lázaro en 1990. Cada capítulo contaba la historia de un flechazo, era una comedia ligera y contemporánea. Es una pena que no se haya reivindicado mucho y que Trueba no quiera presumir de ella. Actualmente, podría haber sido considerada machista con títulos como La mujer fría, La mujer oriental, La mujer vacía, etc... pero un año antes, en el 89, Delirios de amor, tocaba el mismo tema sin centrarlo en la mujer. De hecho, el que se marcó un desnudo integral fue Antonio Banderas, que hacía de un policía gay que se convertía en amante del criminal al que tenía que capturar.
Tenemos TV-Movies, en la actualidad, pero ningún espacio donde la ficción no tenga que estar encorsetada en las largas tramas ni ser tratada con la onerosascantidad de recursos que necesita el cine. Un espacio para experimentar, para que el público sea indulgente, pero pueda sorprenderse y reírse con menos normas y convencionalismos. Un género con el que se deberían atrever las televisiones actuales.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado