VALÈNCIA. De nuevo, el Palau de la Música ha ofrecido a los aficionados valencianos la posibilidad de poder escuchar a otro de los mejores cantantes del mundo de la lírica, en recital celebrado en la sala principal de les Arts. Y bien que disfrutó el público asistente, que supo valorar siempre lo que tenía delante, y brindó sus mejores aplausos y piropos al tenor cuando entonó el tradicional mariachi ‘Malagueña’, incluyendo interminables y afilados falsetes, al final del espectáculo.
El maestro Camarena es un joven tenor lírico ligero de timbre bello, squillo acusado, emisión diáfana, y gran musicalidad, que suele dejar con la boca abierta a los espectadores de todo el mundo con el brillo de sus agudos y sobreagudos, rotundos y casi incandescentes. Y aquí lució de lo lindo esa su mejor arma. Proyectó en la sala sin reparo alguno sus majestuosos agudos, gracias a una asentada técnica que le permite proyectar su voz bien apoyada. Su instrumento, con colocación permanente en la máscara, es muy poderoso a pesar de su tesitura, y su canto es gallardo, vibrante, directo, homogéneo, y no falto de matices y sutilezas.
Quizá el mundo perdió un buen ingeniero eléctrico cuando Javier Camarena decidió dejar esos estudios, pero ganó un super serie en esto de la lírica; es uno de esos llegados a dejar su nombre en la historia del canto, que ayer pudimos disfrutar y celebrar por todo lo alto: ¡vaya emisión brillante y vaya electrizantes agudos!
Y todo ello sucedió, a pesar de la tensión que el propio tenor quiso trasladar al espectador antes del comienzo del recital. A la expectación habitual, se añadía una preocupación: su estado de salud. Tomó la palabra el mejicano para explicar que pasa por un resfriado, ‘con tos’, a pesar de lo cual lo iba a intentar. Tensión no: alta tensión, porque no iba a intentar cualquier cosa. El programa recogía arias de elevada dificultad, y con dos de pecho por aquí y por allá. Aquello fue como añadir de entrada y de repente un picante jalapeño al plato que iba a servirse de inmediato.
Bien se veía preocupado a Javier Camarena, pero pronto se comprobó que sí podía abordar su reto, y el asunto fue perdiendo trascendencia a medida que avanzó el espectáculo, haciendo una música elegante, y demostrando gran entrega y buena disposición. También buen talante y aptitud aportó el pianista acompañante Ángel Rodríguez. Muy expresivo y de gran musicalidad y delicadeza, el cubano mejicano también dio un auténtico recital de acompañamiento y de apoyo; justo lo que requería el tenor.
El resfriado dificultó las cosas en las cuatro arias de ópera de cada parte. Camarena, cantó todo ‘con las debidas precauciones’, lo que influyó negativamente en el resultado global, obteniéndose un rendimiento empañado, pues las dinámicas, y los matices, se vieron alterados y afectados. Teniendo en cuenta que el programa era eminentemente belcantista, el asunto no fue menor, y la pena doble. Quizá esta sea una buena excusa para poder escuchar al maestro pronto de nuevo aquí. El tenor supo capear, y en la medida de lo posible, sabiamente procuró refugiarse en su lugar más seguro, la cabeza, registro donde las notas encontraron su emisión más limpia y segura.
La primera parte, francesa, la inició con el ‘Salut! Demeure chaste e pure’ de la ópera Fausto de Gounod, y con el ‘Vainement’ de Le roi d’Ys de Lalo, en las que se pudo apreciar la claridad en la emisión, y la homogeneidad de su línea, así como la especial preocupación del cantante por las notas centrales, y más pianos. Completó la parte con Donizetti, con cuyas partituras se fue atemperando la voz, logrando demostrar la plenitud en su limpia y natural emisión, tanto en el ’Seul sur la terre’ de Don Sebastián, como en el esperadísimo ‘Ah!, mes amis’ de La Hija del regimiento, con sus nueve dos de pecho emitidos fácil, brillantes, potentes, rotundos, y por todo lo alto. Utilizó su arma infalible cuando más la necesitaba.
Ese final tranquilizador, fue la clave para la italiana segunda parte, de modo que el tenor se mostró con cierta mayor seguridad, eligiendo el ‘Si ritrovarla’ de La Cenerentola de Rossini como aria de registro más agudo que la prevista, donde hizo las delicias de los amantes de la coloratura, exponiendo su facilidad por las agilidades, y otra vez los agudos: cuatro dos y un re, precisos, impactantes y bellos. Aquí dio toda una lección Camarena de cómo alternar los dos registros como si nada estuviera sucediendo: puro belcanto.
Volvió a sufrir Camarena con los legatos en los momentos de voz media en el ‘E fia ver?’ de la ópera Betly de Gaetano Donizetti, por su falta de continuidad. Sin embargo, suplió tal circunstancia con los momentos forte, en donde salió a relucir el sublime y luminoso chorro de voz squillante, que por momentos hace pensar que su dueño deba ser un tenor más lírico que ligero. Sus instantes más seguros los encontró acaso Javier Camarena en ‘M’appari tutto amor’ de Martha de Flotow, y en el inspiradísimo ‘Lamento de Federico’ de La arlesiana de Francesco Cilea, cantado con más pasión que línea.
Pero el recital no terminó ahí porque el público, inmisericorde, le pidió más. Cantó la tan olvidada como bella ‘Valencia mía’ del gran Agustín Lara; la ya referida y salerosa ‘Malagueña’; y finalmente a instancias del tenor el público terminó cantando con él con más ritmo de mariachi en versiones reducidas, los famosos ‘Cielito Lindo’ de Quirino Mendoza, y ‘El Rey’, de Jiménez.
Los grandes también lo son porque saben superar las dificultades. El maestro Javier Camarena lo hizo ayer aquí, poniendo su voluntad y su arte por todo lo alto. El rey del agudo se ganó al público valenciano con su simpatía, y su canto bello, poderoso, y electrizante.