El cineasta alicantino ha conseguido este año su primer Goya con el cortometraje A la cara y acaba de terminar el rodaje de su primera película, Josefina, seleccionada para competir en la próxima edición del Festival de Cine de San Sebastián
14/08/2021 -
VALÈNCIA.- El neurocientífico japonés Hikaru Takeuchi está empeñado en demostrar que hay diferencias físicas en el cerebro de quien es especialmente bueno en ciencias respecto al de quien es mejor en letras. Sobre ello ha hecho varios estudios en los que ha encontrado que quienes estudian lo primero tienen mayor porcentaje de materia gris en la corteza prefrontal medial y el área frontopolar, mientras que en los alumnos de humanidades encontró una alta densidad de materia blanca alrededor del hipocampo derecho, sede de la memoria.
No es el único que trata de demostrar esa teoría. Científicos de todo el mundo están centrados en ello, como son varios equipos de la Universidad de Princeton o la de Stanford, en Estados Unidos. Y mientras todos ellos continúan con sus investigaciones, el resto de los mortales nos quedaremos con la conclusión preconcebida de que aquellos seres humanos más polifacéticos, quienes dominan ambas facetas, pues, parecen estar llamados a lograr grandes cosas. Al menos, seguro que tienen un abanico más amplio de posibilidades para conseguirlo.
Javier Marco (Alicante, 1981) podría ser uno de ellos. Un hombre de ciencias que se graduó en Ingeniería en Telecomunicaciones, pero que después lo dejó todo para dedicarse al séptimo arte. El cine era su gran pasión desde que a los dieciséis años descubrió Blade Runner (Ridley Scott, 1982).
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Estudió en los Jesuitas de Alicante, donde cursó hasta COU —ahora Bachillerato—, para pasar después a la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH), donde estudió la ingeniería. Cuando terminó la carrera, estuvo aplicando lo aprendido en una empresa alicantina donde permaneció tres años trabajando. Más tarde se trasladó a Madrid, atendiendo la llamada de Ericsson, una de las grandes empresas del sector. Durante todo ese tiempo, no dejó de lado su vena artística, ya que lo compaginaba con la edición y el montaje de diversos proyectos audiovisuales. Al mismo tiempo, estudiaba un máster en Dirección Cinematográfica. «Me decían que si me dedicaba al cine no podría comer, así que me decanté por estudiar otra cosa, pero después no lo puede evitar porque es lo que realmente me mueve por dentro», confiesa el cineasta.
De Juan Palomo a La Langosta
Hacía un corto al año. Él dirigía y también montaba, aplicando aquel principio que dice que si quieres que algo salga bien tienes que hacerlo tú mismo. Como Juan Palomo, él escribía sus historias, las dirigía y después se encargaba de la posproducción. Sin embargo, cuando conoció a su pareja, la guionista Belén Sánchez-Arévalo, empezó a aprender a delegar y a compartir las tareas. Llevan casi dos décadas de tándem inseparable y juntos montaron en 2020 una productora de ficción para cine y televisión. Langosta Film surgió precisamente de la necesidad de emprender un nuevo camino en el mundo audiovisual que les llevara a crecer como creadores tomando las riendas de sus propias historias y conservando siempre el tono personal que han conseguido aportar a todos sus proyectos.
Antes de eso, sus primeros cortos tienen como escenario la ciudad de Alicante. No mires atrás (2002) está rodado en el espigón del Hotel Meliá, en la playa del Postiguet y Siempre positivo (2005) está grabado en la playa de San Juan y algunos municipios de L’Alacantí. Recuerda con especial cariño una escena en el tranvía y el hecho de conseguir el permiso para poder hacerlo. «Hacía dramas y comedias muy amateur, con gente de Teleco que no tenía mucha experiencia en el cine, pero que me echaban una mano y ponían mucho de su parte», recuerda. No conocía a gente del sector y se buscaba la vida por su cuenta. Después, en Madrid, siguió a lo suyo. «Hacía hasta de cámara», apunta Marco.
Pero en la capital del Reino sí fue conociendo a más gente del ‘mundillo’ y comenzó a hacer equipo. «Se fueron sumando personas con más bagaje y fuimos incorporando cada vez más presupuesto, así que los trabajos iban cogiendo cada vez más nivel», describe. Un presupuesto que rondaba los mil euros y que nunca recuperaba. Ginkgo (2010), con la actriz Almudena Cid, fue el primer corto que empezó a viajar por los festivales. Hasta entones, no se había atrevido a hacerlo. Casitas (2014) y Voluntario (2014) los recuerda como un punto de inflexión. La buena experiencia en los certámenes les motivó a pedir subvenciones para los trabajos siguientes. Con decenas de cortometrajes a la espalda, fue más fácil conseguir esa ayuda económica.
Un Goya de inflexión
La cosa fue adquiriendo cada vez más empaque hasta que decidió dejar su trabajo por otro como editor, que es con el que sigue pagando las facturas. Y aunque esté relacionado con el cine, su verdadera vocación de director todavía no había podido ejercerla a tiempo completo. Esa sensación de ‘vivir del cine’ como director la acaba de experimentar ahora que acaba de terminar de rodar Josefina (2021), su primer largometraje. «Ha sido la primera vez en la que he podido rodar un proyecto pensando solo en eso y dejando aparcado todo lo demás», explica. Antes lo hacía en su tiempo libre.
Su mayor fe la deposita en la constancia. «Si eres constante, la recompensa va a llegar», afirma. En el caso del Premio Goya, estaba seguro de que algún día llegaría, aunque no sabía cuál iba a ser ese momento. Fue este año, gracias a A la cara (2020), que se alzó con el galardón al mejor cortometraje de ficción. «Yo soy muy cabezón y, además, no me resigno; siempre pienso que, si trabajas, lo que tiene que llegar vendrá», apunta. Su intención ahora es hacer un corto cada año, aunque le encantaría que fuesen largos. Ese es el único objetivo. Los reconocimientos no le quitan el sueño, pero cree que llegarán a su debido tiempo. «El trabajo y la perseverancia harán que vayan llegando los premios que tengan que llegar», comenta.
«Si no hubiese llegado el Goya, no habría pasado nada, porque yo habría seguido trabajando con la misma energía», afirma el cineasta. Eso sí, admite que es otro nuevo punto de inflexión. Un aval a su trabajo y una forma de abrirse nuevas puertas en el sector. «Ha habido propuestas que me han hecho llegar en este tiempo y ahora es el momento de no esperar y de ir a por todo», sentencia. Está en ello y el mejor ejemplo es ver cómo cumple con el guion que había previsto. Tras A la cara, ha pasado del corto al largo. El cambio evolutivo que se había marcado
Al Festival de San Sebastián
Su primera película, Josefina, empezó a gestarse en 2015. Enviaron el proyecto a varios foros en los que tuvo muy buena acogida. Ese feedback le sirvió para terminar de pulirlo cuando todavía se sentían muy noveles. Más tarde, en 2017, acordaron realizarla con White Leaf, del productor catalán Sergy Moreno. «Hubo muy buen entendimiento entre los dos y ha ido todo muy bien», afirma. Pero el rodaje se tuvo que posponer un año por la pandemia, ya que iba a ser en 2020 y, finalmente, se llevó a cabo en abril de 2021. «Hasta que no se estrene, tengo la sensación de que todavía no existe», comenta Marco.
«Un corto puede ser dos o tres días de rodaje en los que lo das todo, pero un largo como este nos ha llevado cinco semanas y ha sido un proceso muy intenso». Aun así, describe cómo ha sido la experiencia pasando de fase (del corto al largo) como algo «bastante rutinario». Se imaginaba muy largas esas cinco semanas, pero pasada la primera, dice que la mente hace clic y el cuerpo también se adecúa. «Me parecía más duro de lo que fue, porque al final se estabilizó la producción e iba saliendo una cosa detrás de otra; no deja de ser lo mismo que venía haciendo, pero durante más tiempo, así que lo importante es no perder la perspectiva», comenta el director.
Para la tarea ha contado con gran parte de su equipo habitual. Otros se han incorporado nuevos. «La familia ya estaba hecha y eso es bueno porque ya sabes cómo trabaja uno con el otro; no hacía falta casi hablar entre nosotros y cuando pasa eso es muy bonito», explica. Con todo grabado y en plenas tareas de posproducción, llegó la buena noticia. La notoriedad que ha venido alcanzando en estos meses comienza ya a dar sus frutos. Josefina se presentará oficialmente en septiembre, durante el Festival de Cine de San Sebastián, seleccionada para competir en la sección de directores emergentes. «Va todo muy rápido; no hemos tenido tiempo de descanso y estamos centrados en sacar el proyecto adelante», describe el director.
Su estilo es realista e independiente. Es cine de autor con el que trata de conmover y hacer pensar al espectador. «Me gusta que los actores te los creas y te metan de lleno en la historia; eso es fundamental», apunta. Esa es una de las claves de A la cara, el cortometraje que le ha valido el Goya y que trata la problemática de los ataques personales en redes sociales desde el anonimato y a través de un encuentro entre un hater y una periodista.
«El tema es muy candente y está en boca de todos, porque cada vez va a más», afirma el cineasta. El éxito que ha obtenido este proyecto les ha hecho ver el potencial que tiene para convertirse en largometraje. Ese es su próximo trabajo que verá la luz, después de Josefina. De hecho, ya tienen el guion, que va por su versión número tres, y están negociando la productora que lo llevará a cabo. «El corto será el comienzo de la película, pero lo grabaremos de nuevo», explica Marco. Después de ese encuentro, ¿qué pasará con sus vidas? ¿Qué consecuencias habrá tenido para ellos?
* Este artículo se publicó originalmente en en el número 82 (agosto 2021) de la revista Plaza
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