VALÈNCIA. Jorge Culla es uno de los nombres históricos de las artes escénicas valencianas. Sabemos que la palabra ‘histórico’ está muy manida, pero en este caso tiene todo el sentido del mundo. Su padre y su abuelo capitanearon durante medio siglo el Teatro Ruzafa, cuyo rico archivo custodia desde 2017 el Institut Valencià de Cultura. Desde entonces ha llovido mucho y Jorge Culla ha sido espectador y actor de la evolución de las artes escénicas en el país. Vio nacer el Palau de la Música, del que fue subdirector tras su aventura como director adjunto del Centro Dramático Nacional. Ya instalado en Madrid, desde 2009 ocupa el cargo de intendente de los Teatros del Canal y el Teatro Auditorio de San Lorenzo del Escorial. Ahora pasa por València para traer The Opera Locos, premios Max a mejor espectáculo musical, una disparatada pieza que se podrá ver en la sala Martí i Soler hasta el 5 de enero. Próximamente, nos cuenta, regresará con una coproducción con Moma Teatre dirigida por Carles Alfaro, cuyo estreno está previsto para otoño de 2020. Hablamos con Jorge Culla.
-Su vinculación con València no es casual, pues gran parte de la historia escénica de la ciudad tiene apellido Culla, ¿Qué recuerda de sus primeros años en el Teatro Ruzafa?
-Desapareció cuando yo tenía 7 años, pero recuerdo que desde que era muy pequeño mi madre me llevaba todas las tardes. Los maquinistas me hicieron una cartuchera y yo les ayudaba a montar y desmontar las escenografías. Siempre me ha interesado el mundo del teatro. Mi abuelo se hizo cargo del Teatro Ruzafa en 1924, cuando falleció se puso al frente mi padre, que murió cuando yo tenía 18 años. Aunque el Ruzafa cerró en el 73, en mi casa siempre se siguió hablando de teatro, era un tema recurrente. Recuerdo que por aquel entonces yo no tenía claro si estudiar o no empresariales, pero hubo un momento clave. Cuando mi padre se pone enfermo le ofrecieron quedarse el teatro Princesa. Él dijo que sí y, cuando le preguntaron con quién se iba a meter en esa aventura, levantó la cabeza y me señaló. Ese día tuve claro que a lo que me quería dedicar era a esto.
-¿Cuáles son las diferencias entre hacer teatro entonces y ahora?
-Ha habido muchos cambios, incluso desde aquellos años 20 de los que me contaban historias. Mi abuelo, que fue concejal en 1908, se presentó por el distrito del Teatro, que era como se conocía a la zona frente a la plaza de Toros. El mundo era otro, había teatros por todas partes. El teatro estaba a la cabeza del consumo cultural. Lo que hay que hacer ahora es adaptarse a los nuevos medios. Eso sí, si una cosa no cambia en el teatro es que lo que sucede en él sucede una única vez. Ese directo es lo que tiene un valor y por lo que hay que apostar. En este momento lo más complicado es traer al público al teatro. Encima del escenario hay grandes creadores, grandes artistas, pero convencer al público para que entre en una sala requiere un trabajo específico y laborioso.
"En este momento lo más complicado es traer al público al teatro"
-Esta es una batalla constante de los sectores culturales.
-La fidelización de los públicos es lo más complicado ahora. Hay gente muy obsesionada con los públicos jóvenes. Recuerdo siendo niño que mi padre me llevó al Teatro Principal a ver una antología de zarzuela de José Tamayo y cuando salíamos por la puerta me dijo: cuánto pelo blanco, ¿cuando se mueran estos, quién vendrá? Pues bueno, al final hay una cosa que va con la edad -quién tiene tiempo y dinero para ir al teatro, conciertos y ópera-, pero lo que hay que hacer en este caso es sembrar desde que son pequeños para, en un momento determinado, empezar a recoger.
-En 2017 se volvió a depositar el legado de la familia en el Institut Valencià de Cultura, ¿cuál es el balance de su regreso?
-Todo el material se está digitalizando, poco a poco. Hay una investigadora preparando una tesis sobre todo el material del archivo, para lo que hay que dar tiempo. Es un archivo muy amplio, con miles de libretos, centenares de partituras... Además es un archivo muy singular porque apareció cuando iban a derribar el teatro, detrás de una pared. Seguramente lo tapiaron durante la dictadura de Primo de Rivera.
-De hecho tiene joyas del XIX y del XVIII, ¿alguna que le llame especialmente la atención?
-Hay una obra muy singular, una traducción al valenciano en versión teatral de La barraca de Blasco Ibáñez. Es especial tanto por ser en valenciano como por ser tratada teatralmente.
-Ahora viene a Les Arts con The Opera Locos, ¿cómo siente ese regreso a València?
-Llevaba mucho tiempo peleando para poder traer alguna de nuestras producciones aquí. Es un producto muy bueno, lleva más de 150 funciones en un año y medio, ha viajado por toda España, París, Corea... irá próximamente a Italia y Noruega. Es una producción redonda y la respuesta del público valenciano es muy satisfactoria.
-La obra, que fue premio Max en 2019, engarza con lo que hablábamos antes, esa conexión con los nuevos públicos y reinterpretación de clásicos.
-Se interpretan piezas de Puccini, Rossini, Verdi... la obra tiene un repertorio muy completo. Es una obra muy divertida. Incluso antes de estrenar, en los ensayos con públicos, ya nos dimos cuenta de que tenía un gran enganche con la gente. Es un regalo que tenía muchas ganas de traer a València.
-¿Significa esto que aumentará su relación con València?
-Afortunadamente siempre la he tenido. Aunque llevo 22 años viviendo fuera, me considero valenciano y siempre ejerzo de ello. Siempre he tenido una relación muy directa con su teatro y su mundo musical. Me fui de València siendo subdirector del Palau de la Música para ser gerente de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid.
-¿Qué aprendió de su paso por el auditorio?
-Tuve una trayectoria muy curiosa en el Palau de la Música porque entré pocos días antes de que se inaugurara, primero como jefe de taquillas y, a los pocos meses, me hicieron coordinador de producción... para después volver como subdirector. El Palau de la Música ha significado mucho para mí, fue un gran aprendizaje, especialmente aquellos días previos a la inauguración, ya que después en Madrid me ha tocado inaugurar el Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial y los teatros del Canal. Me acordaba mucho de esos días previos donde todos teníamos que hacer de todo. Entonces el tema musical era para mía una auténtica novedad, aprendí mucho de gente como Javier Casal o Manuel Ángel Conejero.
"parece vergonzoso que tarden tres años en hacer las obras del palau de la música"
-Actualmente está en un momento convulso, con el cierre de sus salas tras la caída de parte del tejado, ¿qué visión tiene ahora del auditorio?
-Sinceramente me parece vergonzoso que tarden tres años en hacer esas obras. No es tolerable. No me puedo creer que la ley de contratos del sector público no permita resolverlo. En dos días se adjudica un contrato para una autopista y ¿esas obras no se pueden resolver?¿tiene que estar cerrado tres años? Es vergonzoso. No estamos hablando de que tengan que demoler el edificio, estamos hablando del aire acondicionado. No me lo puedo creer. La Orquesta de Valencia, por su parte, es un milagro. Tiene un nivel ejemplar. Afortunadamente tenemos una cantera de músicos excepcional.
-Esta misma semana la asociación AVETID anunció la cancelación del Tercera Setmana, ¿cómo ve las artes escénicas en València?
-Afortunadamente tengo mucha relación con compañías y profesionales como Rosángeles Valls, Santiago Sánchez o Carles Alfaro. València necesita un impulso en cuanto a fidelización de público. En este momento ese trabajo no se está realizando lo suficientemente bien. En Madrid o el País Vasco se ha sabido hacer, creando un público para cada uno de los espacios y para el propio sector. En València está un poco abandonado. Hay quien lo hace bien, como Enrique Fayos en el Olympia y el Talia, pero creo que las instituciones públicas valencianas necesitan un impulso en este aspecto. No es posible pensar que una ciudad como esta no tenga capacidad de fidelizar un público para tener unos niveles de ocupación, como sucede en Madrid, de entre el 75 y el 80 por ciento, que es lo que en una ciudad como València debería ser.
-Efectivamente, en comunidades como el País Vasco se implantan distintas políticas para facilitar el acceso a la cultura, con proyectos como el micromecenazgo o tarjetas culturales.
-Efectivamente. Pero es importante tener en cuenta que eso suelto no sirve de nada. Tiene que haber un plan completo. Hay muchas cosas que se pueden hacer, pero eso lleva su tiempo y su manera de trabajarlo y aquí creo que no se está trabajando. Antes los planes eran de publicidad, ahora son de comunicación. Es algo más completo. No se puede esperar solo con anunciar la temporada que el público venga. Así no vamos a ningún lado.
-Hace pocas semanas, en la entrega de los premios AVETID, María Ángeles Fayos dijo: "Me encantaría solo necesitar al público, pero necesitamos impulso de los políticos. No todo es dinero, también el enfoque".
-Lo que hace falta es impulsar, creerse lo que estás haciendo. Hay gestos que no valen dinero pero que ayudan. Al final, si no hay público sobramos todos. El público decide a lo que quiere ir y a lo que no. Pero en ambos casos tú tienes que hacer el esfuerzo en comunicar, en presentar lo que hacer para que el teatro esté lleno. Si luego el público decide que no va, a otra cosa, pero tú tienes que estar satisfecho con que lo has intentado.
-¿Es más difícil lidiar con los números o con los políticos?
-Creo que es complicado ambas cosas. Hay cosas incomprensibles, como que haya una ley que te obligue a dejar un porcentaje de entradas para que se venda el mismo día. Eso es un retroceso, ¿a quién se le ha ocurrido esta idea genial? Habrá que explicar a los políticos que hay que cambiar las leyes.
-En el Estatuto del artista está el gran proyecto legislativo en el ámbito cultural.
-Hay medidas muy necesarias y urgentes. Algunas, de hecho, muy interesantes, por ejemplo, la reforma por la que los artistas podrán seguir cotizando a la Seguridad Social en periodos de inactividad. La realidad es que los artistas cotizan como cotizan y se quedan con unas jubilaciones ridículas.
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