VALÈNCIA. A lo largo de esta serie hemos comprobado de qué modo el viaje y el diario están íntimamente ligados, como si al iniciar el primero se pudiera llevar a cabo el segundo en las mejores condiciones posibles. Es el caso del diario de Allen Ginsberg, el de Pigafetta o Walt Whitman. Obras absolutamente disímiles y alejadas en el tiempo pero con algo en común: el viaje que sirve de palanca para la escritura.
El poeta Juan Ramón Jiménez (Moguer 1881 – Puerto Rico 1958), ganador del Premio Nobel de Literatura en el año 1956, inició un viaje en 1916 hacia Estados Unidos. Era un momento complicado para el poeta y en aquel viaje comienza a escribir este Diario de un poeta recién casado. Iba a contraer matrimonio con Zenobia Camprubí y el cuaderno se revela no solo como diario de viaje o diario sentimental, también como un espacio en el que su poesía va a mutar: eliminará los adjetivos ornamentales, la rima y la imágenes para volcarse en un estilo mucho más directo y certero.
Juan Ramón embarcó en Cádiz el 29 de enero de 1916. El 2 de marzo la boda se celebraba en la iglesia de St. Stephen de Nueva York. Zenobia había estudiado allí y fue su madre y sus hermanas quienes lo organizaron todo. Durante la travesía en mar Juan Ramón comenzó a escribir este diario que no abandonó hasta que volvió del viaje americano. El poeta dijo en más de una ocasión que este era su libro favorito por varios motivos: mezclaba lírica y prosa, los temas de sus entradas-poemas eran relativos a lugares y personas de un país completamente distinto, lo escribió casi a vuelapluma, sin apenas correcciones. Supuso un punto de inflexión para el discurso literario de una época, rompió la estructura más clásica y apostó por el verso libre.
Lo primero que puede leerse en este diario es algo así como una reivindicación de cada día, de todos los días:
"¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve transcurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura.
El día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, este día!"
Diario de un poeta recién casado es un libro que va más allá del registro de diario de sensaciones; tiene un claro poso existencial que queda atravesado por tres símbolos, tres imágenes (el mar, el amor y el cielo) que se repiten en cada una de las seis partes en las que se compone el libro.
La primera parte, titulada 'Hacia el mar', la compone en el tren cuando va de Sevilla a Moguer. Seguirán otros poemas escritos en Cádiz, Jerez, Utrera, Puerto Real y Dos Hermanas. En la ciudad sevillana se detiene para observar a la Giralda y dedicarle un hermoso poema titulado ¡Giralda! Aquí los primeros versos:
Giralda, ¡qué bonita
me pareces, Giralda -igual que ella,
alegre, fina y rubia-,
mirada por mis ojos negros -como ella-,
apasionadamente!
El segundo libro -'El amor en el mar'- está escrito en el barco que le lleva a Estados Unidos. Allí el mar y el amor serán los temas que, íntimamente ligados, compondrán los poemas en alta mar:
¡Tan finos como son tus brazos
son más fuertes que el mar!
Es de juguete
el agua, y tú, amor mío, me la muestras
como una madre a un niño la sonrisa
que conduce a su pecho
inmenso y dulce...
El tercer libro, 'América del este', ya mezcla textos y poemas. Se convierte esta parte en una crónica poética de su estancia en América en la que se combinan los poemas de Boston -negros, oscuros, invernales-. Llegará después Nueva York y sus sentidos explotarán: hablará de los medios de locomoción interminables (“¿Subterráneo? ¿Taxi? ¿Elevado? ¿Tranvía? ¿Ómnibus? ¿Carretela? ¿Golondrina? ¿Aeroplano? ¿Vapor?... no esta tarde hemos pasado New York ¡por nada! En rosa nube lenta”), la indigencia y la inmigración (“... como si todos esos pobres que aquí viven -chinos, irlandeses, judíos, negros-, juntasen en su sueño miserable sus pesadillas de hambre, harapo y desprecio...”) o el mismo cielo (“Parece que el cielo se ha roto como un gran huevo fresco y que una yema sorprendente y nunca presumida cuelga por doquiera del inmenso cascarón”).
El cuarto libro, titulado 'Mar de retorno' será una nueva oda al mar, mientras que el quinto -ya en España- recoge algunos poemas que Jiménez va escribiendo en los trayectos. Quizás, el más potente de todos los libros sean el último. Titulado 'Recuerdos de América del Este escritos en España'. Allí describirá 'El mejor Boston' con esta maravillosa metáfora:
Calles Marlborough, Commonwealth y
Newberry: tres tijeras paralelas de casas de
chocolate, que el día alarga y encoje la noche.
También hay espacio para el sentido del humor cuando, al recordar el cielo de New York, Juan Ramón escribe: “¿El cielo? Para ser de imitación, no está mal”. Los mismo sucede con las estrellas: “¡Otra vez las estrellas! No acaban de convencerme”. Juan Ramón recogerá de igual modo su visita a la casa de Walt Whitman. Alguien se sorprende ante tal petición y le reclama al de Moguer: “¿Pero, ¿de veras quiere usted ver la casa de Whitman mejor que la de Roosevelt? ¡Nadie me ha pedido nunca tal cosa...!”. La casa era muy pequeña y amarilla, al lado de una vía de tren. Juan Ramón nunca la olvidó.
Ya en España, Juan Ramón y Zenobia Camprubí estuvieron juntos hasta el día de su muerte. Tiene cierto sentido que este fuera el libro favorito del poeta, pues aquí se mostró lo que más le interesó: el mar, el amor, el deslumbramiento ante lo no conocido. El pasado noviembre de 2017 se celebraba el centenario de la publicación de este libro. En Moguer, la Fundación Juan Ramón Jiménez, le dedicó un simposio internacional a esta obra: allí se hablo del Diario juanramoniano como mezcla entre comunión y confusión, de la tradición de Nueva York en la poesía española, de Nueva York como ciudad invisible, del humor y la ironía que se encierran en esta obra, de la poética del malestar y, por supuesto, del mar.
De los muchos poemas que aparecen en este libro, elijo este para terminar, pues muestra en su verdadera dimensión la metamorfosis radical que supuso este viaje para el poeta de Moguer:
Epitafio ideal de una mujer mujer en una novela
Estás aquí. Fue sólo
que tu alma subió a lo más insigne.
Fue solo -estás aquí-
el abrirse de un breve día triste.