VALÈNCIA. Cuando Julian Opie (Londres, 1958) pisó por primera vez la Goldsmith’s School of Art, donde se graduó en 1983, nada sabía todavía de la revolución tecnológica que nos traería, entre otras cosas, redes sociales como Twitter, Facebook o Tinder. Con ellos ha cambiado la forma de relacionarse y de comunicar la propia individualidad desde un punto de vista casi publicitario, tirando de lo esencial del ‘producto’ y pasando filtros que difuminan el paso del tiempo. “Con el tiempo nos pareceremos a los retratos de Opie”, decía ayer Fernando Castro. Crítico de arte y profesor de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid, Castro es también comisario de la exposición en torno a la obra del artista británico que se podrá ver en Fundación Bancaja hasta el próximo 25 de junio, una muestra que suma una treintena de obras producidas en los últimos quince años. Minimalista, básica, simbólica y cada vez más esquemática, es el propio comisario el que destaca la “relación entre el sujeto y el logotipo” en una serie de inconfundibles piezas marca de la casa.
“Las referencias de mi arte son imágenes de la calle: los anuncios, el cine, la televisión… Yo hablo de del ruidos visual de las ciudades. Esas señales las crean los publicistas y diseñadores y muchas veces lo hacen mal. Hay mucho mal diseño en la calle. Me molesta, me enfada. El publicista, sin preocuparse por el impacto de la obra, se apodera de todos esos espacios en la calle, ¿y por qué no puedo hacerlo yo?”, expresaba el artista en una entrevista concedida al diario ABC en 2006. Es este discurso ya da muchas claves de lo que supone su trabajo: habla de diseño, de publicidad y de espacio público, conceptos con los que parece sentirse cómodo. Si es que se siente cómodo en algún sitio. Según palabras de Castro, se trata de un artista "estrictamente bipolar", que resulta "melancólico" en sus paisajes y retratos eróticos y sin embargo "tremendamente optimista" en sus cuerpos en movimiento. "Creo que es muy representativo del psiquismo contemporáneo", indicó el comisario.
Son los paisajes la sección más sorprendente de la muestra, por alejarse del tono que impera en el resto de piezas, pinturas mucho más calmadas que los vibrantes retratos. “Opie es evidentemente un pintor, pero no tradicional”, defiende el comisario de la exposición, que contiene retrato, paisajes y desnudos, eso sí, todo pasado por el filtro casi pop del creador, piezas con una temperatura que depende de los ojos que la miran. Calificado como el “pintor de la vida moderna” y “reformulador del concepto contemporáneo de belleza”, reduce a sus personajes hasta ser todos y nadie. Para muestra, un botón. De todos los retratados que se pueden ver en la exposición, solo en un caso tiene pestañas (Lily, eyes straight, head left, 2, 2014), siendo que en la mayor parte de los casos solo tienen la cabeza silueteada. Pero no solo el pulso al presente está en la representación, también en el proceso.
“[Opie] está en contra de la cultura del apocalipsis tecnológico […] ¿No gobierna Trump a golpe de tuit? Nosotros hacemos estética a golpe de like”, explica Fernando Castro. De esta forma, el comisario dibuja la figura de alguien que no solo se ha dejado querer por la tecnología, sino que la ha asumido como su pincel. No en vano, la selección incluye piezas como Ruth Smoking 1 (2006) o Lorenzo with han don chest (2008), animaciones continuas por ordenador en pantalla LCD, o 7 people walking (2009) y People 7 (2014), en las que sustituye el vinilo por paneles LED. Esta no es la primera vez que los valencianos tienen la oportunidad de ver un buen puñado de piezas de Opie pues, no hace tanto, en 2010, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) dedicó una muestra al artista inglés.
Con una producción que se caracteriza por reflejar la vida moderna y la cultura popular, el ajetreo de las grandes urbes con un aspecto sencillo y esquemático, fue con el cambio de milenio que comenzó a mostrar sus característicos retratos, momento en el que el ordenador se torna decisivo en su trabajo. La portada del álbum Best of Blur (2000) y la muestra en Lisson Gallery en 2001 marcan el inicio de un desbordante proyecto en el que el retrato pasa a ser una “marca”, en el que se convierte lo cotidiano en icónico, en formas universales. “Los gestos más cotidianos toman vida y se elevan a la categoría de arte”, explicó el presidente de la Fundación, Rafael Alcón. Si bien el proceso creativo comienza con el dibujo a mano, un posterior escaneado por ordenador se encarga de confundirlo en un aspecto mecánico, dislocando su perspectiva y escala iniciales. Sin símbolos ni mensajes explícitos, sus piezas sí hablan de la soledad del ser humano, inmerso en el espacio digital y desconectado del mundo físico.
La exposición reúne una treintena de obras de gran formato que proceden, además de los fondos de la colección de Fundación Bancaja, de una amplia nómina de colecciones institucionales como la de Banco Santander, Carmen Thyssen Bornemisza Collection, Galería Xavier Fiol, Galería Mario Sequeira y Lisson Gallery, así como de colecciones privadas como las de Hortensia Herrero, Mariana Almeida Freitas, Pilar de Diego, Paula Sequeira, Cristina Lopes, Blanca Cuesta, Jaime Marçal, Carlos Puerta, Rocío Puerta de Diego, Ágatha Ruiz de la Prada, José Antonio Sequeira o Manuel Tavares Correia, entre otros. Las obras expuestas muestran creaciones de Opie desde el año 2000 hasta 2015 en las que utiliza diversas técnicas y materiales como acrílicos, vinilos sobre aluminio, tinta o madera, animaciones y videoinstalación en pantallas LCD y LED.